SOPHIE SOÑABA SOPHIE PINTABA
SOPHIE DANZABA
Soñabas con estrellas aladas,
con flores que miman a flores
en los labios del infinito,
con fuentes de luz que se abren,
con eclosiones simétricas,
con sedas que respiran,
con ciencias serenas,
lejos de las casas de los mil dardos
de las prosternaciones de desiertos ingenuos,
entre mil milagros desordenados.
Soñabas con lo que reposa en la inmutable morada
de la claridad.
Pintabas una rosa desvelada,
un ramo de ondas,
un cristal vivo.
Pintabas las conchas
que recogías a la orilla del mar
y que colocabas en la mesa de dibujo
en torno a una concha grande
como un rebaño en torno a su pastor.
pintabas una lágrima entre el rocío,
una lágrima entre perlas.
Pintabas la claridad que hace latir el corazón,
la dulzura que hace mover los labios.
Pintabas la noche que tiende las estrellas,
el sueño claro,
el buen placer de las flores.
Danzabas la aurora que desborda a
la tierra.
Danzabas el jardín estremecido al alba.
Danzabas en el paisaje enguantado
de la luna
con los gnomos traviesos de la sombra.
Danzabas el desnudo que pierde su juguete de aire,
el placer que solloza desposeído.
Danzabas las seis butacas bermejas
más perspicaz que seis cerebros de filósofos,
mientras el patíbulo de marfil sombreaba en la lava
de lo oscuro,
la risa del polvo,
la noche del mediodía y sus canciones de grillos.
Danzabas el adiós.
JEAN ARP
(Francia-1887)
De "Días deshojados"
Eras clara y serena.
A tu lado la vida era dulce.
Cuando las nubes querían cubrir el cielo
las ahuyentabas con tu mirada.
Mirabas con serenidad y con cuidado.
Contemplabas atentamente el mundo,
la tierra;
las conchas en la orilla del mar,
tus pinceles,
tus colores.
Pintabas el ramo de luz
que crecía,
se dilataba,
se abría
sin cesar en tu claro corazón.
Pintabas la rosa de dulzura.
Pintabas la fuente de estrella.
Yo te solía ver de perfil trabajando,
frente a la ventana,
frente al mar lejano.
Trabajabas siempre con cuidado.
Yo te veía inclinar atenta la cabeza,
tu cabeza llena de las perlas del sueño.
Con cuidado hundías el pincel en el color.
Con cuidado removías el color.
Atentamente trazabas las líneas.
Atentamente coloreabas los planos.
Respirabas con calma.
Tus ojos relucían.
Sin temblar dulcemente abrías la puerta
hacia la luz.
Yo te solía ver de perfil trabajando,
frente a la ventana,
frente a los olivos,
frente al mar lejano.
A veces sacudías las alas y reías,
sin dejar de trabajar.
Querías darme miedo.
Hacías como que ibas a volar.
Pero tu tela avanzaba
y era siempre un ramo de claridad.
Te has ido clara y serena.
A tu lado la vida era tan dulce.
Tu última tela la dejaste acabada.
Tus pinceles, bien ordenados.
JEAN ARP
(Francia-1887)
De "Días deshojados"
Arriba en lo alto
arriba arriba en lo alto
el rojo canta una canción
canta canta
y el tiempo pasa
Yo
sueño y escribo
hete aquí que me acuerdo de los pintores y los escultores
que vi hace veinte años
en zurich en el café odeón
como leños
como pesados troncos
como bloques
como montones groseros y macizos
están acuclillados en bancos
y se entregan al desagradable proceso de la sublimación
luchan y gruñen contra sí mismos
pero hete aquí que estos señores desaparecen
se evaporan
desaparecen
y en sus sitios se encuentra huevos humeantes
El
rojo canta
canta canta
yo sueño y escribo
yo bebo y canto
y el tiempo pasa
El
rojo canta
canta canta
todo canta y flota
en la luz
Un
día desaparecemos con un leve roce
como hojas muertas
y nos transformamos en polvo
y nos convertimos en chispas de estrellas
y cantamos y flotamos
felices con abrigos de fuego
Arriba en lo alto
arriba arriba en lo alto
el rojo canta una canción
canta canta
JEAN ARP
(Francia-1887)
De "Días deshojados"
TIENES ROSTRO
DE PIEDRA ESCULPIDA
Tienes rostro de piedra
esculpida,
sangre de tierra dura,
viniste del mar.
Todo lo acoges y escudriñas
y rechazas
como el mar. En el corazón
tienes silencio, tienes palabras
engullidas. Eres oscura.
para ti el alba es silencio.
Y eres como las voces
de la tierra –el choque
del cubo en el pozo,
la canción del fuego,
la caída de una manzana;
las palabras resignadas
y tenebrosas sobre los umbrales,
el grito del niño– las cosas
que nunca pasan.
Tú no cambias. Eres oscura.
Eres la bodega cerrada
con la tierra removida,
donde el niño entró
una vez, descalzo,
y que siempre recuerda.
Eres la habitación oscura
en la que se vuelve a pensar siempre,
como en el patio antiguo
donde nacía el alba.
CESAR PAVESE
(Italia-1908)
De "La tierra y la muerte"
De salobre y de tierra
es tu mirada. Un día
destilaste del mar.
Ha habido plantas,
calientes, a tu flanco,
aún saben de ti.
La agave y la adelfa.
Lo encierras todo en los ojos.
De salobre y de tierra
tienes las venas, el hálito.
Ligera brisa cálida,
sombras de canícula-
lo encierras todo en ti.
Eres la voz ronca
del campo, el grito
de la coalla escondida,
la tibieza del guijarro.
El campo es fatiga,
el campo es dolor.
El gesto del campesino
calla con la noche.
Eres la gran fatiga
y la noche que sacia.
Como la roca y la hierba,
como tierra, estás cerrada;
te agitas como el mar.
No hay palabra
que te pueda poseer
o parar. Recolectas,
como la tierra, los golpes
y haces de ellos vida, aliento
que acaricia, silencio.
Estás requemada como el mar,
como un fruto de escollo,
y no dices palabras
y nadie te habla.
CESAR PAVESE
(Italia-1908)
De "La tierra y la muerte"
Entre la barba y el color que da el sol la cara todavía puede
pasar,
pero está la piel del cuerpo, que, trémula, se revela blanca
entre los remiendos. No es suficiente la mugre para
enmascararla,
llueva o luzca el sol. Aldeanos ennegrecidos
lo miraron hace tiempo, pero su mirada perdura
en aquel cuerpo, tanto si anda como si se rinde al sueño.
Por
la noche, los vastos campos se funden
en una sombra onerosa que se adentra por viñedos
y plantas: tan sólo las manos distinguen la fruta.
El hombre andrajoso, en la sombra, parece un aldeano,
pero hurta cuanto puede y los perrazos ni se enteran.
Por la noche, la tierra no tiene ya dueño,
sino inhumanas voces. El sudor no cuenta.
En la sombra, las plantas tienen su propio sudor frío
y no hay ya sino un único campo, de todos y de nadie.
Por
la mañana, este hombre harapiento y tembloroso
sueña, tumbado junto a un muro que no es suyo, que
los aldeanos
le persiguen y quieren echarle el guante, a pleno sol.
Tiene una barba que destila frío rocío
y la piel, entre las rasgaduras. Aparece un campesino,
con una azada al hombro, y se seca la boca.
No varía su rumbo, pero lo deja atrás:
hay un campo suyo que, hoy mismo, reclama su fuerza.
CESAR PAVESE
(Italia-1908)
De "Trabajar cansa"
El muchacho se ha percatado de
que el árbol vive.
Si las tiernas hojas se abren a la luz
por la fuerza, desgarrando sin piedad, la dura corteza
debe sufrir mucho. Sin embargo, vive en silencio.
Todo el mundo está cubierto por plantas que sufren
bajo la luz y ni siquiera se oye un suspiro.
Es una luz tierna. Ignora el muchacho
de dónde procede, anochece; pero los troncos destacan
sobre un fondo mágico. Dentro de poco, habrá oscurecido.
El muchacho –hay quien sigue
siendo un muchacho
por tiempo excesivo- que se asustaba de la oscuridad
va por la calle y no repara en las casas ensombrecidas
por el crepúsculo. Inclina la cabeza a la escucha
de un lejano recuerdo. En las calles, desiertas
como plazas, se acumula un pesado silencio.
El transeúnte podría estar solo en un bosque,
donde los árboles fuesen enormes. La luz
con un escalofrío recorre los faroles. Las casas
ofuscadas se vislumbran entre el vapor azulado
y el muchacho levanta la vista. Aquel silencio lejano
que agarrotaba el aliento del transeúnte ha florecido
en la luz inesperada. Son los antiguos árboles
del muchacho. Y la luz es el embrujo de entonces.
Y, por el diáfano círculo,
alguien comienza
a pasar en silencio. Por la calle, nadie
revela jamás la pena que le roe la vida.
Caminan apresurados, como si estuviesen abstraídos en
su andar,
y grandes sombras se bambolean. Tienen rostros surcados
y ojeras dolientes, pero nadie se queja.
A lo largo de toda la noche, en la luz azulada,
deambulan como en un bosque, entre casas infinitas.
CESAR PAVESE
(Italia-1908)
De "Trabajar cansa"
Llegará el día en que el joven dios será un hombre,
sin pena, con la apagada sonrisa del hombre
que ha comprendido. Incluso el sol se mueve, lejano,
sofocando las playas. Llegará el día en que el dios
ya no sabrá dónde estaban las playas de antaño.
Se despierta una mañana en que ha muerto el estío
y en los ojos aún alborotan resplandores,
como ayer, y en el oído los fragores del sol
hecho sangre. Ha cambiado el color del mundo.
La montaña no alcanza ya el cielo; las nubes
no se apiñan ya como frutos; no se vislumbra
ni un guijarro en el agua. El cuerpo de un hombre
se inclina pensativo, donde un dios respiraba.
Se acabó el sol radiante y el aroma de tierra
y la calle en libertad, coloreada de gente
que ignoraba la muerte. No se muere en verano.
Si alguien desaparecía, quedaba el joven dios
que vivía por todos e ignoraba la muerte.
Sobre él la tristeza era una sombra de nube.
Su paso asombraba a la tierra.
Ahora pesa
el cansancio sobre todos los miembros del hombre,
sin pena: el cansancio apacible del alba
que inaugura un día de lluvia. Las playas nubladas
no reconocen al joven, a quien antaño bastaba
con mirarlas. Ni el mar del aire revive
con su respiración. Se inclinan los labios del hombre,
resignados, para sonreír ante la tierra.
CESAR PAVESE
(Italia-1908)
De "Trabajar cansa"
Douarnenez,
en un golpe de cubilete,
empantana
entre sus casas como dados,
un pedazo de mar,
con un olor a sexo que desmaya.
¡Barcas heridas, en seco, con las alas plegadas!
¡Tabernas que cantan con una voz de orangután!
Sobre los muelles,
mercurizados por la pesca,
marineros que se agarran de los brazos
para aprender a caminar,
y van a estrellarse
con un envión de ola
en las paredes;
mujeres salobres,
enyodadas,
de ojos acuáticos, de cabelleras de alga,
que repasan las redes colgadas de los techos
como velos nupciales.
El campanario de la iglesia,
es un escamoteo de prestidigitación,
saca de su campana
una bandada de palomas.
Mientras las viejecitas,
con sus gorritos de dormir,
entran a la nave
para emborracharse de oraciones,
y para que el silencio
deje de roer por un instante
las narices de piedra de los santos.
Douarnenez, julio, 1920
OLIVERIO GIRONDO
(Argentina-1891)
De “Veinte poemas para ser leídos en el tranvía”
Las notas del pistón
describen trayectorias de cohete,
vacilan en el aire, se apagan antes de darse contra el
suelo.
Salen unos
ojos pantanosos, con mal olor, unos
dientes podridos por el dulzor de las romanzas, unas
piernas que hacen humear el escenario.
La mirada del
público tiene más densidad y más
calorías que cualquier otra, es una mirada corrosiva
que atraviesa las mallas y apergamina la piel de las
artistas.
Hay un grupo
de marineros encandilados ante el
faro que un “maquereau” tiene en el dedo meñique,
una reunión de prostitutas con un relente a puerto,
un inglés que fabrica niebla con sus pupilas y su pipa.
La camarera
me trae, en una bandeja lunar, sus
senos semidesnudos... unos senos que me llevaría
para calentarme los pies cuando me acueste.
El telón, al cerrarse, simula un telón entreabierto.
Brest, agosto, 1920
OLIVERIO GIRONDO
(Argentina-1891)
De “Veinte poemas para ser leídos en el tranvía”
La mañana se pasea en la playa empolvada de sol.
Brazos.
Piernas amputadas.
Cuernos que se reintegran.
Cabezas flotantes de caucho.
Al tornearles los
cuerpos a los bañistas, las olas
alargan sus virutas sobre el aserrín de la playa.
¡Todo es oro y azul!
La sombra de
los toldos. Los ojos de las chicas que
se inyectan novelas y horizontes. Mi alegría, de zapatos
de goma, que me hace rebotar sobre la arena.
Por ochenta centavos, los fotógrafos venden los cuerpos
de las mujeres que se bañan.
Hay quioscos
que explotan la dramaticidad de la
rompiente. Sirvientas cluecas. Sifones irascibles, con
extracto de mar. Rocas como pechos algosos de marinero
y corazones pintados de esgrimista. Bandadas de gaviotas
que fingen el vuelo destrozado de un pedazo
blanco de papel.
¡Y ante todo está el mar!
¡El mar!...
ritmo de divagaciones. ¡El mar! con su
baba y con su epilepsia.
¡El mar!... hasta gritar
¡basta!
como en el circo.
Mar de Plata, octubre, 1920
OLIVERIO GIRONDO
(Argentina-1891)
De “Veinte poemas para ser leídos en el tranvía”
Frescor de
los vidrios al apoyar la frente en la
ventana. Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan
todavía más solos. Telaraña de los alambres tejen sobre
las azoteas. Trote hueco de los jamelgos que pasan y
nos emocionan sin razón.
¿A qué nos
hace recordar el aullido de los gatos en
celo, y cuál será la intención de los papeles que se
arrastran en los patios vacíos?
Hora en que
los muebles viejos aprovechan para
sacarle las mentiras, y en que las cañerías tienen gritos
estrangulados, como si se asfixiaran dentro de las
paredes.
A veces se
piensa, al dar la vuelta la llave de la
electricidad, en el espanto que sentirán las sombras, y
quisiéramos avisarles para que tuvieran tiempo de
acurrucarse en los rincones. Y a veces las cruces de los
postes telefónicos, sobre las azoteas, tienen algo de
siniestro y uno quisiera rozarse a las paredes, como un
gato o como un ladrón.
Noches en las
que desearíamos que nos pasaran la
mano por el lomo, y en las que súbitamente se
comprende que no hay ternura comparable a la de
acariciar algo que duerme.
¡Silencio!
–grillo afónico que nos mete en el oído-.
¡Cantar de las canillas mal cerradas! –único grillo que
le conviene a la ciudad-.
Buenos Aires, noviembre, 1922
OLIVERIO GIRONDO
(Argentina-1891)
De “Veinte poemas para ser leídos en el tranvía”
Entre un bosque de mástiles,
y con sus muelles empavesados de camisas,
Chioggia
fondea en la laguna,
ensangrentada de crepúsculo
y de velas latinas.
¡Redes tendidas sobre calles
musgosas... sin afeitar!
¡Aire que nos calafatea los pulmones, dejándonos un
gusto de alquitrán!
Mientras las mujeres
se gastan las pupilas
tejiendo puntillas de neblina,
desde el lomo de los puentes,
los chicos se zambullen
en la basura del canal.
¡Marineros con cutis de pasa de
higo y como garfios
los dedos de los pies!
Marineros que remiendan las velas en los umbrales y se
ciñen con ella la cintura, como con una falda suntuosa
y con olor a mar.
Al atardecer, un olor a frituras
agranda los estómagos,
mientras los zuecos comienzan a cantar...
Y de noche, la luna, al
disgregarse en el canal, finge un
enjambre de peces plateados alrededor de una carnaza.
Venecia, julio, 1921
OLIVERIO GIRONDO
(Argentina-1891)
De “Veinte poemas para ser leídos en el tranvía”
Extiendo mis brazos hacia el silencio
descansado que inmortaliza la lejanía.
Caen océanos en las noches obscuras de nuestras
adolescencias en Dios.
Herido en mi canto
por uniones de azar
toda mi carne mortal recoge la blanca limosna
del misterio.
Siento venir el fresco gusto del alumbrar;
Siento venir entre olas de la desesperanza
maduros imperios.
Agito los ramajes.
Danzo en la gracia de todas las familias de la
tierra y el universo.
JACOBO FIJMAN
(Poeta argentino nacido en Rusia-1898)
De "Hecho de estampas"
Roe mi frente dura
el lobo de la media noche.
Una escondida estrella arrima su sosiego.
Entre todos los soles ya se me
canta aceite de júbilos.
Siento en mis manos venir la luz entera de la mañana.
JACOBO FIJMAN
(Poeta argentino nacido en Rusia-1898)
De "Hecho de estampas"
El agua donde lavan su resplandor
los soles,
gozos de Dios que hace mover las tierras y los
cielos.
Amor, Amor, Amor,
andan los cielos escondidos en cielos escondidos;
andan los cielos escondidos de uno a otro, todo y
nada, de cielos escondidos.
Oí en perfecto amor de uno a
otro, todo y nada,
los cielos escondidos.
Oí en perfecto amor, de uno a
otro, todo y nada,
los cielos inclinados a cielos escondidos.
JACOBO FIJMAN
(Poeta argentino nacido en Rusia-1898)
De "Estrella de la mañana"
Pongo este llanto de mi llanto
por todas las
soledades que esperan las bodas de la tierra.
Pongo este llanto de soledad
perfecta;
pongo este llanto dichoso de mi alma;
pongo este llanto de acabado recogimiento por el
árbol caído y el animal caído,
por la tierra caída del éxtasis más alto de su
nacimiento.
Pongo este llanto de mi llanto
por las soledades en
la dichosa semejanza;
soledad de los ríos y las lunas en la dichosa
semejanza;
soledad de los ríos y los soles en la dichosa
semejanza;
soledad de los ríos y los soles de ríos y de lunas y
de soles en la dichosa semejanza.
Pongo este llanto por los ríos;
pongo este llanto
por las lunas; pongo este llanto por los soles.
JACOBO FIJMAN
(Poeta argentino nacido en Rusia-1898)
De "Estrella de la mañana"
Ojos de niño
donde el cielo vuelve a encontrar la desnudez de
las estrellas,
golpeamos llenos de horror
las voces que enlazan las palabras,
noches visibles
en nuestras manos sordas y nuestros cuerpos
alimentados de muerte.
Respiramos los gritos
de la piel de los ríos que hieden desesperanzas
y corazones lúcidos del frío
que arrastran el agua obscurecida de la blasfemia.
JACOBO FIJMAN
(Poeta argentino nacido en Rusia-1898)
De "Estrella de la mañana"