Madrid, 1-4-05

 

UNA ISLA EN UNA TAZA

Los siglos de carbón los faroles de cola seca
las pérdidas de tiempo las caídas de agua
se suceden y se alejan por la gris avenida que conduce a las
     islas sangrantes
No hay más tiempo que agua
no hay más agua que esponjas
y las hojas caen al fondo de las cabezas oscuras
A veces un pájaro pasa como una mano helada
y comprime con dureza las gargantas anhelantes
las gargantas que se estremecen porque las medusas
     frecuentan los corredores
aullando tan lúgubremente que la alta marea no retiene tanta
     alegría
y entonces el grito que se escapa
incendia las óperas y los cementerios
desgarra el velo de las novias
y vuelve afónicos a los animales multicolores
que viven y se multiplican
en el vino blanco
Es la señal tanto tiempo esperada por los hermanos del coral
que incuban su embriaguez en las estaciones
donde los perros rabiosos concentran su rabia
Cuando reconozcan los cantos rodados que les rodean
los cantos rodados furibundos
se elevarán como esta hoja de papel
que teme al fuego como a su sombra
y se arrojarán el uno sobre el otro
los huesos que nutren su destreza
pero como el tragaluz será demasiado estrecho para su
     inmenso orgullo
se hundirán en la tierra igual que proyectiles delirantes

BENJAMIN PÉRET
(Francia-1899)
De "El Gran Juego"


Madrid, 4-4-05

 

145

Procura desmentir los elogios que a un retrato
de la Poetisa inscribió la verdad, que llama pasión

Este, que ves, engaño colorido,
que del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;

éste, en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores,
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido,

es un vano artificio del cuidado,
es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado:

es una necia diligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.

SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ
(México-1651)
De "Sonetos"


Madrid, 5-4-05

 

147

En que da moral censura a una rosa, y en ella a sus semejantes

Rosa divina que en gentil cultura
eres, con tu fragante sutileza,
magisterio purpúreo en la belleza,
enseñanza nevada a la hermosura.

Amargo de la humana arquitectura,
ejemplo de la vana gentileza,
en cuyo ser unió naturaleza
la cuna alegre y triste sepultura.

¡Cuán altiva en tu pompa, presumida,
soberbia, el riesgo de morir desdeñas,
y luego desmayada y encogida

de tu caduco ser das mustias señas,
con que con docta muerte y necia vida,
viviendo engañas y muriendo enseñas!

SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ
(México-1651)
De "Sonetos"


Madrid, 6-4-05

 

164
En que satisface un recelo con la retórica del llanto

Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba;

y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía:
pues entre el llanto, que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.

Baste ya de rigores, mi bien, baste;
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu quietud contraste
con sombras necias, con indicios vanos,
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.

SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ
(México-1651)
De "Sonetos"


Madrid, 7-4-05

 

184
Que consuela a un celoso, epilogando la serie de los amores

Amor empieza por desasosiego,
solicitud, ardores y desvelos;
crece con riesgos, lances y recelos,
susténtase de llantos y de ruego.

Doctrínanle tibiezas y despego,
conserva el ser entre engañosos velos,
hasta que con agravios o con celos
apaga con sus lágrimas su fuego.

Su principio, su medio y fin es éste;
pues ¿por qué, Alcino, sientes el desvío
de Celia que otro tiempo bien te quiso?

¿Qué razón hay de que dolor te cueste,
pues no te engañó Amor, Alcino mío,
sino que llegó el término preciso?

SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ
(México-1651)
De "Sonetos"


Madrid, 8-4-05

 

189
En la muerte de la Excelentísima Señora Marquesa de Mancera

Mueran contigo, Laura, pues moriste,
los afectos que en vano te desean,
los ojos a quien privas de que vean
hermosa luz que un tiempo concediste. 

Muera mi lira infausa en que influiste
ecos, que lamentables te vocean,
y hasta estos rasgos mal formados sean
lágrimas negras de mi pluma triste.

Muévase a compasión la misma Muerte
que, precisa, no pudo perdonarte;
y lamente el Amor su amarga suerte,
pues si antes, ambicioso de gozarte,
deseó tener ojos para verte,
ya le sirvieran sólo de llorarte.

SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ
(México-1651)
De "Sonetos"


Madrid, 11-4-05

 

BRILLOS, SOPLOS, RUMORES

Es exigua esta luz.
Apenas si dibuja escenas inconstantes hechizadas por el fulgor de la corriente.
o pájaros prisioneros en un témpano inmóvil.
Todo lo que se va entre dos golpes de ola, como cambiar los ojos;
todo lo que se queda como estatua de sal en su visión insomne.
Esta luz es de paso y es mortal.
Nada que me descifre qué puede ser entonces
esta intención de brillo que llega sin un cuerpo donde poder estar,
este soplo a través de una brecha más honda que un anillo vacío
o este rumor de frondas que traspasa la noche lado a lado.
Tal vez brillo de miradas que vuelven
como vivas monedas rescatadas desde el fondo sin fondo de un tonel;
tal vez soplo de bocas que me nombran con mi nombre de arena;
tal vez rumor de antiguos ropajes desgarrados por los vigías de otro mundo.
Alguien que se rehace con la dócil sustancia de las apariciones.
Es voraz esta luz.
Absorbe sin piedad al que retorna con su rostro extranjero.
Sólo me deja restos,
vestigios insolubles de esos vagos tejidos que fragua la nostalgia.
Aunque quizás se trate de mi propia nostalgia y de otra luz.
¿No soy acaso un brillo, un soplo y un rumor también indescifrables,
allá, donde acudo con mi carne intangible y mis disueltos pies
a una densa reunión de desaparecidos?

OLGA OROZCO
(Argentina-1920)
De "Otros poemas"


Madrid, 12-4-05

 

PARA HACER TU TALISMÁN

Se necesita sólo tu corazón
hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios.
Un corazón apenas, como un crisol de brasas para la idolatría.
Nada más que un indefenso corazón enamorado.
Déjalo a la intemperie,
donde la hierba aúlle sus endechas de nodriza loca
y no pueda dormir,
donde el viento y la lluvia dejen caer su látigo en un golpe
     de azul escalofrío
sin convertirlo en mármol y sin partirlo en dos,
donde la oscuridad abra sus madrigueras a todas las jaurías
y no logre olvidar.
Arrójalo después desde lo alto de su amor al hervidero de la
     bruma.
Ponlo luego a secar en el sordo regazo de la piedra,
y escarba, escarba en él con una aguja fría hasta arrancar
     el último grano de esperanza.
Deja que lo sofoquen las fiebres y la ortiga,
que lo sacuda el trote ritual de la alimaña,
que lo envuelva la injuria hecha con los jirones de sus antiguas
     glorias.
Y cuando un día un año lo aprisione con la garra de un siglo,
antes que sea tarde,
antes que se convierta en momia deslumbrante,
abre de par en par y una por una todas sus heridas:
que las exhiba al sol de la piedad, lo mismo que el mendigo,
que plaña su delirio en el desierto,
hasta que sólo el eco de un nombre crezca en él con la furia
     del hambre:
un incesante golpe de cuchara contra el plato vacío.

Si sobrevive aún,
si ha llegado hasta aquí hecho a la viva imagen de tu demonio
     o de tu dios:
he ahí un talismán más inflexible que la ley,
más fuerte que las armas y el mal del enemigo.
Guárdalo en la vigilia de tu pecho igual que a un centinela.
Pero vela con él.
Puede crecer en ti como la mordedura de la lepra;
puede ser tu verdugo.
¡El inocente monstruo, el insaciable comensal de tu muerte!

OLGA OROZCO
(Argentina-1920)
De "Los juegos peligrosos"


Madrid, 13-4-05

 

II

No estabas en mi umbral
ni yo salí a buscarte para colmar los huecos que fragua
     la nostalgia
y que presagian niños o animales hechos con la sustancia
     de la frustración.
Viniste paso a paso por los aires,
pequeña equilibrista en el tablón flotante sobre un foso de
     lobos
enmascarado por los andrajos radiantes de febrero.
Venías condensándote desde la encandilada transparencia,
probándote otros cuerpos como fantasmas al revés,
como anticipaciones de tu eléctrica envoltura
-el erizo de niebla,
el globo de lustrosos vilanos encendidos,
la piedra imán que absorbe su fatal alimento,
la ráfaga emplumada que gira y se detiene alrededor de un
     ascua,
en torno de un temblor-.
Y ya habías aparecido en este mundo,
intacta en tu negrura inmaculada desde la cara hasta la cola
más prodigiosa aún que el gato de Cheshire,
con tu porción de vida como una perla roja brillando entre
     los dientes.

OLGA OROZCO
(Argentina-1920)
De "Cantos a Berenice"


Madrid, 14-4-05

 

VI

No comiste del loto del olvido
-el homérico privilegio de los dioses-,
porque sabías ya que quien olvida se convierte en objeto
     inanimado
-nada más que en resaca o en resto a la deriva-
al antojo del caprichoso mar de otras memorias.
Y así escarbaste un día en tu depósito de sombras
y volviste a anudar con tiernos ligamentos huesecitos
     dispersos,
tejidos enamorados del sabor de la lluvia,
vísceras dulces como colmenas sobrenaturales para la abeja
     reina,
dientes que fueron lobos en las estepas de la luna,
garras que fueron tigres en la profunda selva embalsamada.
Y lo envolviste todo en ese saco de carbón constelado
que arrojaste hacia aquí, como hacia un tren en marcha,
y que en algún lugar dejó un agujero por el que te aspiran
y al que debes volver.

OLGA OROZCO
(Argentina-1920)
De "Cantos a Berenice"


Madrid, 15-4-05

 

XIV

Jugabas a esconderte entre los utensilios de cocina
como un extraño objeto tormentoso entre indecibles faunas,
o a desaparecer en las complicidades del follaje
con un manto de dríada dormida bajo los velos de la tarde,
o eras sustancia yerta debajo de un papel que se levanta
     y anda.
Henchías los armarios con organismos palpitantes
o poblabas los vestidos vacíos con criaturas decapitadas y fantasmas.
Fuiste pájaro y grillo, musgo ciego y topacios errantes.
Ahora sé que tratabas de despistar a tu perseguidora con
     efímeras máscaras.
No era mentira el túnel con orejas de liebre
ni aquella cacería de invisibles mariposas nocturnas.
Te alcanzó tu enemiga poco a poco
y te envolvió en sus telas como con un disfraz de lluviosos
     andrajos.
Saliste victoriosa en el irreversible juego de no estar.
Sin embargo, aún ahora, cierta respiración desliza un vidrio
     frío por mi espalda.
Y entonces ese insecto radiante que tiembla entre las flores,
la fuga inexplicable de las pequeñas cosas,
un hocico de sombra pegado noche a noche a la ventana,
no sé, podría ser,
¿quién me asegura acaso que no juegas a estar, a que te
     atrapen?

OLGA OROZCO
(Argentina-1920)
De "Cantos a Berenice"


Madrid, 18-4-05

MATERNIDAD

Este es un hombre que engendró tres hijos: un enorme cuerpo,
poderoso, que se basta a sí mismo; viéndole pasar,
uno imagina que sus hijos tendrán su misma estatura.
De los miembros del padre (la mujer no cuenta)
debieron salir, ya robustos, tres jóvenes
como él. Más, sea como fuere el cuerpo de los tres,
en los miembros del padre no falta ni un fragmento,
ni un ímpetu: se desgajaron de él,
caminando a sus flancos.

                                         Tuvo mujer,
una mujer de recio cuerpo, que esparció sangre suya
dentro de cada hijo y murió del tercero.
A los tres jóvenes les resulta extraño vivir sin la mujer
que ninguno conoce y que les engendró, uno por uno, con dificultad,
aniquilándose en ellos. La mujer era joven
y reía y hablaba, mas es juego arriesgado
tomar parte en la vida. Fue así como la mujer
se sumió en el silencio, mirando a su hombre, turbada.

Sus tres hijos tienen un modo de encogerse de hombros
que el hombre reconoce. No es consciente ninguno de ellos
de tener en los ojos y en el cuerpo una vida
que, en tiempos, era plena y saciaba a aquel hombre.
Pero, cuando ve que uno de sus hijos se encorva a la orilla del río
y se zambulle, aquel hombre no recobra la vibración
de los miembros de ella en el agua, ni el gozo
de los dos cuerpos sumergidos. No reconoce ya a sus hijos
si los ve por la calle y los compara consigo.
¿Cuánto tiempo hace que engendró hijos? Los tres jóvenes,
en cambio, pasean con jactancia y alguno, por desliz,
ha engendrado ya un hijo, sin tener una esposa.

CESAR PAVESE
(Italia-1908)
De "Trabajar cansa"


Madrid, 19-4-05

PATERNIDAD

Fantasía de la mujer que danza y del viejo
que es su padre y que hace tiempo la llevó en su sangre
y la engendró una noche, gozando en una cama, desnudo.
Se apresura ella para llegar, sin retraso, a desvestirse
y hay ya otros viejos que allí la esperan. Todos
devoran con la mirada, cuando salta a bailar,

el ímpetu de sus piernas, pero tiemblan los viejos.
La joven está casi desnuda. Y los jóvenes miran,
entre sonrisas, y no falta quien quisiera estar desnudo.

Los vejetes entusiastas se asemejan a su padre
y todos ellos, bamboleantes, son despojos de un cuerpo
que gozó de otros cuerpos. También algún día los jóvenes
serán padre y, para todos, la mujer es una sola.
Ha ocurrido en silencio. Un intenso regocijo
se apodera de la oscuridad ante la joven vivaz.
Todos los cuerpos no son más que un cuerpo, sólo uno,
que se mueve acaparando todas las miradas.

Esta sangre, que recorre los miembros erguidos
de la joven, es la sangre que se hiela en los viejos;
y su padre, que fuma en silencio, calentándose,
no salta, pero engendró la hija que danza.
Hay una fragancia y un arrebato en el cuerpo de ella
que es el mismo en el viejo y en los viejos. En silencio
fuma el padre y espera que regrese, vestida.
Todos, jóvenes y viejos, esperan y clavan en ella sus ojos;
y cada cual, mientras beba a solas, pensará de nuevo en ella.

CESAR PAVESE
(Italia-1908)
De "Trabajar cansa"


Madrid, 20-4-05

PENSAMIENTOS DE DINA

Es un placer lanzarse al agua que fluye límpida
y fresca de sol: a esta hora no hay nadie.
Al rozarlas, las cortezas de los chopos te hacen estremecer
mucho más que el agua crepitante de un chapuzón. Bajo el
     agua todavía está oscuro
y hace un frío que pela, pero basta emerger al sol
y se vuelven a mirar las cosas con ojos lavados.

Es un placer tenderse desnuda sobre la hierba ya caliente
y buscar con los ojos entornados las grandes colinas
que sobrepasan los chopos y me ven desnuda
y nadie de allí se percata. Aquel viejo en ropa interior
y sombrero, que iba de pesca, me ha visto zambullirme,
pero ha creído que era un muchacho y no ha dicho ni pío.

Esta noche regreso como mujer, vestida de rojo
-aquellos hombres que me sonríen por la calle no saben
que ahora estoy tendida aquí, desnuda-, regreso vestida
a recoger sonrisas. Aquellos hombres no saben
que esta noche tendré caderas vigorosas bajo el vestido
     rojo
y seré otra mujer. Nadie me ve aquí abajo:
y más allá de las plantas hay dragadores más fuertes
que aquellos que sonríen: nadie me ve.
Son necios los hombres –esta noche, bailando con todos,
será como si estuviese desnuda, como ahora, y nadie sabrá
que podría encontrarme aquí sola. Seré como ellos.

Tan sólo que, los muy necios, querrán abrazarme
     estrechamente,
susurrarme pícaras proposiciones. ¿Pero qué me importan
sus caricias? Sé hacerme caricias yo sola.
Esta noche deberíamos poder estar desnudos y vernos
sin pícaras sonrisas. Yo sonrío sola
al tenderme aquí entre la hierba y nadie lo sabe.

CESAR PAVESE
(Italia-1908)
De "Trabajar cansa"


Madrid, 21-4-05


TRABAJAR CANSA


Los dos tendidos sobre la hierba, vestidos, se miran a la cara
entre los tallos delgados: la mujer le muerde los cabellos
y después muerde la hierba. Entre la hierba, sonríe turbada.
Coge el hombre su mano delgada y la muerde
y se apoya en su cuerpo. Ella le echa, haciéndole dar
     tumbos.
La mitad de aquel prado queda, así, enmarañada.
La muchacha, sentada, se acicala el peinado
y no mira al compañero, tendido, con los ojos abiertos.

 

Los dos, ante una mesita, se miran a la cara
por la tarde y los transeúntes no cesan de pasar.
De vez en cuando, les distrae un color más alegre.
De vez en cuando, él piensa en el inútil día
de descanso, dilapidado en acosar a esa mujer
que es feliz al estar a su vera y mirarle a los ojos.
Si con su pie le toca la pierna, bien sabe
que mutuamente se envían miradas de sorpresa
y una sonrisa, y que la mujer es feliz. Otras mujeres que
     pasan
no le miran el rostro, pero esta noche por lo menos
se desnudarán por un hombre. O es que acaso las mujeres
sólo aman a quien malgasta su tiempo por nada.

 

Se han perseguido todo el día y la mujer tiene aún las
     mejillas
enrojecidas por el sol. En su corazón le guarda gratitud.
Ella recuerda un besazo rabioso intercambiado en un
     bosque,
interrumpido por un rumor de pasos, y que todavía le
     quema.
Estrecha consigo el verde ramillete -recogido de la roca
de una cueva- de hermoso adianto y envuelve al
     compañero
con una mirada embelesada. El mira fijamente la maraña
de tallos negruzcos entre el verde tembloroso
y vuelve a asaltarle el deseo de otra maraña
-presentida en el regazo del vestido claro-
y la mujer no lo advierte. Ni siquiera la violencia
le sirve, porque la muchacha, que le ama, contiene
cada asalto con un beso y le coge las manos.

 

Pero esta noche, una vez la haya dejado, sabe dónde irá:
volverá a casa, atolondrado y derrengado,
pero saboreará por lo menos en el cuerpo saciado
la dulzura del sueño sobre el lecho desierto.
Solamente -y ésta será su venganza- se imaginará
que aquel cuerpo de mujer que hará suyo
será, lujurioso y sin pudor alguno, el de ella.

CESAR PAVESE
(Italia-1908)
De "Trabajar cansa"


Madrid, 22-4-05

CELOS

Uno se sienta de frente y se vacían los primeros vasos
lentamente, contemplando fijamente al rival con adversa
     mirada.
Después se espera el borboteo del vino. Se mira al vacío,
bromeando. Si tiemblan todavía los músculos,
también le tiemblan al rival. Hay que esforzarse
para no beber de un trago y embriagarse de golpe.

Allende el bosque, se oye el bailable y se ven faroles
bamboleantes –sólo han quedado mujeres
en el entarimado. El bofetón asestado a la rubia
congregó a todo el mundo para regodearse con el lance.
los rivales notaban en la boca un gusto de rabia
y de sangre; ahora notan el gusto del vino.
Para liarse a golpes, es preciso estar solos,
como para hacer el amor, pero siempre está la noche.

En el entarimado, los faroles de papel y las mujeres
no están quietos con el aire fresco. La rubia, nerviosa,
se sienta e intenta reír, pero se imagina un prado
en que los dos contienden y se desangran.
Les ha oído vocear más allá de la vegetación.
Melancólica, sobre el entarimado, una pareja de mujeres
pasea en círculo; alguna que otra rodea a la rubia
y se informan acerca de si en verdad del duele la cara.

Para liarse a golpes es preciso estar solos.
Entre los compañeros siempre hay alguno que charla
y es objeto de bromas. La porfía del vino
ni siquiera es un desahogo: uno nota la rabia
borboteando en el eructo y quemando el gaznate.
El rival, más sosegado, coge el vaso
y lo apura sin interrupción. Ha trasegado un litro
y acomete el segundo. El calor de la sangre,
al igual que una estufa, seca pronto los vasos.
Los compañeros en derredor tienen rostros lívidos
y oscilantes, las voces apenas se oyen.
Se busca el vaso y no está. Por esta noche
-incluso venciendo- la rubia regresa sola a casa.

CESAR PAVESE
(Italia-1908)
De "Trabajar cansa"


Madrid, 22-4-05

AGUACERO

Al escribir surgió una voz persa,
un enigma de hilo extendido
separando siglo y catedral.

Invisible y blanco hilo de oro
danzando leyes en la retina mujer que palpita
el futuro verso escrito.

Y sueño mujeres a caballo del frenesí
cabalgadura que no necesita beber
para morir a tu lado o vivir entierros.

Mujeres de hoy,
digo de éste mundo
escuchando el devenir de los faraones
y la serpiente oculta del escalón
que no cesa de ser escalera y peldaño.

Violetas jóvenes
y violento vendaval anciano
y verdaderas como la moneda,
acuñando cinco mujeres de cuadro.

Oreando el pan gemelo,
viven hermanas de amor y noche
en la fábrica donde trabajan
de operarios mis sueños.

Aguacero que me produce,
atado a los barrotes diarios de cada ventana de luz,
como lluvia que nunca engaña.

CARLOS FERNÁNDEZ DEL GANSO
Escuela de Poesía Grupo Cero
Taller Sábados 19h. Madrid
Coordinador: Miguel Oscar Menassa


Madrid, 25-4-05

EL CUERPO DESHABITADO
1

Yo te arrojé de mi cuerpo,
yo, con un carbón ardiendo.

-         Vete.

Madrugada.
La luz, muerta en las esquinas
y en las casas.
Los hombres y las mujeres
ya no estaban.

-         Vete.

Quedó mi cuerpo vacío,
negro saco, a la ventana.

Se fue.

Se fue, doblando las calles.
Mi cuerpo anduvo, sin nadie.

RAFAEL ALBERTI
(España-1902)
De "Sobre los Ángeles"


Madrid, 26-4-05

EL CUERPO DESHABITADO
2

Que cuatro sombras malas
te sacaron en hombros,
muerta.

De mi corazón, muerta,
perforando tus ojos
largas púas de encono
y olvido.

De olvido,
sin posible retorno.
Muerta.

Y entraste tú de pie,
bella.
Entraste tú, y ahora,
por los cielos peores,
tendida,
fea,
sola.

Tú.

Sola entre cuatro sombras.
Muerta.

RAFAEL ALBERTI
(España-1902)
De "Sobre los Ángeles"


Madrid, 27-4-05

EL CUERPO DESHABITADO
3 

¿Quién sacude en mi almohada
reinados de yel y sangre.
Cielos de azufre,
mares de vinagre?

¿Qué voz difunta los manda?
Contra mí, mundos enteros,
contra mí, dormido,
maniatado,
indefenso.

Nieblas de a pie y a caballo,
nieblas regidas
por humos que yo conozco
en mí enterrados,
van a borrarme.

Y se derrumban las torres,
las empinadas
centinelas de mi sueño.

Y el viento,
la tierra,
la noche.

RAFAEL ALBERTI
(España-1902)
De "Sobre los Ángeles" 


Madrid, 28-4-05

EL CUERPO DESHABITADO

4

Tú. Yo. (Luna) Al estanque.
Brazos verdes y sombras
te apretaban el talle.

Recuerdo. No recuerdo.
¡Ah, sí! Pasaba un traje
deshabitado, hueco,
cal muerta, entre los árboles.

Yo seguía… Dos voces
me dijeron que a nadie.

RAFAEL ALBERTI
(España-1902)
De "Sobre los Ángeles" 


Madrid, 29-4-05

EL CUERPO DESHABITADO
5

Dándose contra los quicios,
contra los árboles.

La luz no le ve, ni el viento,
ni los cristales.
Ya, ni los cristales.

No conoce las ciudades.
No las recuerda.
Va muerto.
Muerto, de pie, por las calles.

No le preguntéis. ¡Prendedle!
No, dejadle.

Sin ojos, sin voz, sin sombra.
Ya, sin sombra.
Invisible para el mundo,
para nadie.

RAFAEL ALBERTI
(España-1902)
De "Sobre los Ángeles"


Selección de Poemas Editados
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