Madrid, 2-2-04

EN MI PEQUEÑO HUERTO

                         I

En mi pequeño huerto
brilla la sonrosada margarita,
     tan fecunda y humilde
     como agreste y sencilla.

     Ella borda primores en el césped,
        y finge maravillas
entre el fresco verdor de las praderas
do proyectan su sombra las encinas,
y a orillas de la fuente y del arroyo
que recorre en silencio las umbrías.

      Y aun cuando el pie la huella, ella revive
y vuelve a levantarse siempre limpia,
a semejanza de las almas blancas
que en vano quiere ennegrecer la envidia.

                                   II

     Cuando llega diciembre y las lluvias abundan,
ellas con las acacias tornan a florecer,
tan puras y tan frescas y tan llenas de aroma
como aquellas que un tiempo con fervor adoré.

   ¡Loca ilusión la mía es en verdad, bien loca
cuando mi propia mano honda tumba les dio!
Y ya no son aquellas en cuyas hojas pálidas
deposité mis besos... ni yo la misma soy.

ROSALÍA DE CASTRO
(España-1837)
De "En las orillas del Sar"


Madrid, 3-2-04

TE AMO... ¿POR QUÉ ME ODIAS?

- Te amo... ¿por qué me odias?
- Te odio... ¿por qué me amas?
Secreto es éste el más triste
y misterioso del alma.

     Mas ello es verdad... ¡Verdad
dura y atormentadora!
- Me odias, porque te amo,
te amo, porque me odias.

ROSALÍA DE CASTRO
(España-1837)
De "En las orillas del Sar"


Madrid, 4-2-04

 MUDA LA LUNA
Y COMO SIEMPRE PÁLIDA

     Muda la luna y como siempre pálida,
mientras recorre la azulada esfera
     seguida de su séquito
     de nubes y de estrellas,
rencorosa despierta en mi memoria
yo no sé qué fantasmas y quimeras.

     Y con sus dulces misteriosos rayos
derrama en mis entrañas tanta hiel,
que pienso con placer que ella, la eterna,
     ha de pasar también.

ROSALÍA DE CASTRO
(España-1837)
De "En las orillas del Sar"
   


Madrid, 5-2-04

  NOS DICEN QUE SE ADORAN
LA AURORA Y EL CREPÚSCULO
 

     Nos dicen que se adoran la aurora y el crepúsculo,
mas entre el sol que nace y el que triste declina,
medió siempre el abismo que media entre la cuna
     y el sepulcro en la vida.

       Pero llegará un tiempo quizás, cuando los siglos
no se cuenten y el mundo por siempre haya pasado,
en el que nunca torne tras de la noche el alba
ni se hunda entre las sombras del sol el tibio rayo.

       Si de lo eterno entonces en el mar infinito
todo aquello que ha sido ha de vivir más tarde,
acaso alba y crepúsculo, si en lo inmenso se encuentran,
en uno se confundan para no separarse.

        Para no separarse... ¡Ilusión bienhechora
de inmortal esperanza, cual las que el hombre inventa!
Mas, ¿quién sabe si en tanto hacia su fin caminan,
como el hombre los astros con ser eternos sueñan?
 

ROSALÍA DE CASTRO
(España-1837)
De "En las orillas del Sar" 


Madrid, 6-2-04

YA NO MANA LA FUENTE,
SE AGOTÓ EL MANANTIAL

Ya no mana la fuente, se agotó el manantial;
ya el viajero allí nunca va su sed a apagar.

Ya no brota la yerba, ni florece el narciso,
ni en los aires esparcen su fragancia los lirios.

 Sólo el cauce arenoso de la seca corriente
le recuerda al sediento el horror de la muerte.

 ¡Más no importa! A lo lejos otro arroyo murmura
donde humildes violetas el espacio perfuman.

 Y de un sauce el ramaje, al mirarse en las ondas,
tiende en torno del agua su fresquísima sombra.

 El sediento viajero que el camino atraviesa
humedece los labios en la linfa serena
del arroyo que el árbol con sus ramas sombrea,
y dichoso se olvida de la fuente ya seca.

ROSALÍA DE CASTRO
(España-1837)
De "En las orillas del Sar"


Madrid, 9-2-04

ODA A LA SAL

Esta sal
del salero
yo la vi en los salares.
Sé que
no van a creerme,
pero canta,
canta la sal, la piel
de los salares,
canta
con una boca ahogada
por la tierra.
Me estremecí en aquellas
soledades
cuando escuché
la voz
de la sal
en el desierto.
Cerca de Antofagasta
toda
la pampa salitrosa
suena:
es una
voz
quebrada,
un lastimero
canto.

Luego en sus cavidades
la sal gema, montaña
de una luz enterrada,
catedral transparente,
cristal del mar, olvido de las olas.

Y luego en cada mesa
de este mundo,
sal,
tu substancia
ágil
espolvoreando
la luz vital
sobre los alimentos.
Preservadora
de las antiguas
bodegas del navío,
descubridora
fuiste
en el océano,
materia
adelantada
en los desconocidos entreabiertos
senderos de la espuma.

Polvo del mar, la lengua
de ti recibe un beso
de la noche marina:
el gusto funde en cada
sazonado manjar tu oceanía
y así la mínima,
la minúscula
ola del salero
nos enseña
no sólo su doméstica blancura,
sino el sabor central del infinito.

PABLO NERUDA
(Chile-1904)
De "Tercer libro de las Odas"


Madrid, 10-2-04

ODA A LOS POETAS POPULARES

Poetas naturales de la tierra,
escondidos en surcos,
cantando en las esquinas,
ciegos de callejón, oh trovadores
de las praderas y los almacenes,
si al agua
comprendiéramos
tal vez como vosotros hablaría,
si las piedras
dijesen su lamento
o su silencio,
con vuestra voz, hermanos,
hablarían.
Numerosos
sois, como las raíces.
En el antiguo corazón
del pueblo
habéis nacido
y de allí viene
vuestra voz sencilla.
Tenéis la jerarquía
del silencioso cántaro de greda
perdido en los rincones,
de pronto canta
cuando se desborda
y es sencillo
su canto,
es sólo tierra y agua.

Así quiero que canten
mis poemas,
que lleven
tierra y agua,
fertilidad y canto,
a todo el mundo.
Por eso,
poetas
de mi pueblo,
saludo
la antigua luz que sale
de la tierra.
El eterno
hilo en que se juntaron
pueblo
y poesía,
nunca
se cortó
este profundo
hilo de piedra,
viene
desde tan lejos
como
la memoria
del hombre.
Vio
con los ojos ciegos
de los vates
nacer la tumultuosa
primavera,
la sociedad humana,
el primer beso,
y en la guerra
cantó sobre la sangre,
allí estaba mi hermano
barba roja,
cabeza ensangrentada
y ojos ciegos,
con su lira,
allí estaba
cantando
entre los muertos,
Homero
se llamaba
o Pastor Pérez
o Reinaldo Donoso.
Sus endechas
eran allí y ahora
un vuelo blanco,
una paloma,
eran la paz, la rama
del árbol del aceite,
y la continuidad de la hermosura.
Más tarde
los absorbió la calle,
la campiña,
los encontré cantando
entre las reses,
en la celebración
del desafío,
relatando las penas
de los pobres,
llevando las noticias
de las inundaciones,
detallando las ruinas
del incendio
la noche nefanda
de los asesinatos.

Ellos,
los poetas
de mi pueblo,
errantes,
pobres entre los pobres,
sostuvieron
sobre sus canciones
la sonrisa,
criticaron con sorna
a los explotadores
contaron la miseria
del minero
y el destino implacable
del soldado.
Ellos,
los poetas
del pueblo,
con guitarra harapienta
y ojos conocedores
de la vida,
sostuvieron
en su canto
una rosa
y la mostraron en los callejones
para que se supiera
que la vida
no será siempre triste.
Payadores, poetas
humildemente altivos,
a través
de la historia
y sus reveses,
a través
de la paz y de la guerra,
de la noche y de la aurora,
sois vosotros
los depositarios,
los tejedores
de la poesía,
y ahora
aquí en mi patria
está el tesoro,
el cristal de Castilla,
la soledad de Chile,
la pícara inocencia,
y la guitarra contra el infortunio,
la mano solidaria
en el camino,
la palabra
repetida en el canto
y transmitida,
la voz de piedra y agua
entre raíces,
la rapsodia del viento,
la voz que no requiere librerías,
todo lo que debemos aprender
los orgullosos:
con la verdad del pueblo
la eternidad del canto.
 

PABLO NERUDA
(Chile-1904)
De " Odas Elementales"


Madrid, 11-2-04

-EL DESEO-

EL CÓNDOR

Yo soy el cóndor, vuelo
sobre ti que caminas
y de pronto en un ruedo
de viento, pluma, garras,
te asalto y te levanto
en un ciclón silbante
de huracanado frío.

Y a mi torre de nieve,
a mi guarida negra
te llevo sola y vives,
y te llenas de plumas
y vuelas sobre el mundo,
inmóvil, en la altura.

Hembra cóndor, saltemos
sobre esta presa roja,
desgarremos la vida
que pasa palpitando
y levantemos juntos
nuestro vuelo salvaje.
 

PABLO NERUDA
(Chile-1904)
De "Los versos del Capitán"


Madrid, 12-2-04

-DONDE NACE LA LLUVIA-
LOS LIBROS

Libros sagrados y sobados, libros
devorados, devoradores,
secretos,
en las faltriqueras:
Nietzsche, con olor a membrillos,
y subrepticio y subterráneo,
Gorki caminaba conmigo.
Oh aquel momento mortal
en las rocas de Víctor Hugo
cuando el pastor casa a su novia
después de derrotar al pulpo,
y el Jorobado de París
sobre circulando en las venas
de la gótica anatomía.
Oh María de Jorge Isaacs,
beso blanco en el día rojo
de las haciendas celestes
que allí se inmovilizaron
con el azúcar mentiroso
que nos hizo llorar de puros.

Los libros tejieron, cavaron,
deslizaron su serpentina
y poco a poco, detrás
de las cosas, de los trabajos,
surgió como un olor amargo
con la claridad de la sal
el árbol del conocimiento.

PABLO NERUDA
(Chile-1904)
De "Memorial de Isla Negra"


Madrid, 13-2-04

-DONDE NACE LA LLUVIA-
LA POESÍA

Y fue a esa edad... Llegó la poesía
a buscarme. No sé, no sé de dónde
salió, de invierno o río.
No sé cómo ni cuándo,
no, no eran voces, no eran
palabras, ni silencio,
pero desde una calle me llamaba,
desde las ramas de la noche,
de pronto entre los otros,
entre fuegos violentos
o regresando solo,
allí estaba sin rostro
y me tocaba.

Yo no sabía qué decir, mi boca
no sabía
nombrar,
mis ojos eran ciegos,
y algo golpeaba en mi alma,
fiebre o alas perdidas,
y me fui haciendo solo,
descifrando
aquella quemadura,
y escribí la primera línea vaga,
vaga, sin cuerpo, pura
tontería,
pura sabiduría
del que no sabe nada,
y vi de pronto
el cielo
desgranado
y abierto,
planetas,
plantaciones palpitantes,
la sombra perforada,
acribillada
por flechas, fuego y flores,
la noche arrolladora, el universo.

Y yo, mínimo ser,
ebrio del gran vacío
constelado,
a semejanza, a imagen
del misterio,
me sentí parte pura
del abismo,
rodé con las estrellas,
mi corazón se desató en el viento.

PABLO NERUDA
(Chile-1904)
De "Memorial de Isla Negra” 


Madrid, 16-2-04

LLEGADA DE LA POESÍA

Estoy conmigo, pero tengo miedo.
Andan cerca rumores misteriosos.
Interfiero demonios neblinosos
y la tinta hace luto por mi dedo.

Una alarma esta noche va conmigo;
y ese ruido a cristal con una gota
o a pedazo de música remota
me estremece y no encuentro lo que digo.

El silencio es redondo y yo soy suya.
Tengo miedo... se asoma el Infinito.
No hay rincón en mi alma que no huya;

canta en ella algún pájaro maldito,
y de pronto da el miedo un aleluya
y estoy sola con esto que ya he escrito.

CARILDA OLIVER LABRA
Cuba-1924
De "Memoria de la fiebre"


Madrid, 17-2-04

PERO ESTABAN
LOS PÁNICOS DISTANTES

Pero estaban los pánicos distantes,
lindo tiempo de amar una centella.
Yo tenía hasta novio, y era bella
con mis ojos retando los diamantes.

Ahora acepto aquel ramo de luz pura
y reúno la sal para un tesoro.
por el aire lo supe: que no lloro,
sobrevivo a un clavel en mi cintura. 

Pasen cielos copiosos, cielos leves,
estatuas que me inventan humos breves,
cementerios y alondras convocadas.

Pase un poco de fiesta vespertina.
Pase el héroe y el mar. Pase la ruina.
Yo he formado este mundo con miradas.

CARILDA OLIVER LABRA
Cuba-1924
De "Memoria de la fiebre"


Madrid, 18-2-04

LA NADA
PERTENECE A MI TERNURA

La nada pertenece a mi ternura.
Digo la luz y vienen mariposas.
Si yo supiera hacer alas hermosas
se las pondría siempre a la locura.

Pero ¿qué vive aquí que no se cura?
¿Quién me lleva a mirar entre las rosas?
No estoy para mí misma: estoy en cosas
que vuelven su relámpago a la altura.

Quiero subir: No basta lo que puedo.
Inocentes canarios se han perdido.
Marco mi corazón con este dedo

para reconocerle desvestido.
La espuma se disuelve y tengo miedo,
porque adentro del alma sí hace ruido.

CARILDA OLIVER LABRA
Cuba-1924
De "Memoria de la fiebre"


Madrid, 19-2-04

ÉSTE ES MI CORAZÓN

Éste es mi corazón: el partidario
de los días callados y de frutas.
Hace sus fiebres raras y absolutas
y yo lo pierdo en mí. Soy su sudario.

Nadie sabe el misterio que convoca.
A veces me lo busco y se ha escondido.
Triste nudo fatal, incendio hundido
que voltea su llama hasta mi boca.

Otras veces transcurre por la casa
con algo que se fuga cuando pasa,
como el mar infinito en una red.

Y así el preso es un preso independiente
y soy yo quien lo cuida, la obediente,
porque puede matarme con su sed.

CARILDA OLIVER LABRA
Cuba-1924
De "Memoria de la fiebre"


Madrid, 20-2-04

LA LÁGRIMA

Como agua pequeñita, como aurora
resplandeciente en sal sobre la cara,
como un signo de Dios que se secara
para borrar su marca ya incolora;

como un cristal alegre que demora
sobre mi piel su transparencia rara,
como un hilo de mar que me tocara
o un rocío sin fin en cada hora.

Como espejo que siempre me mirara,
como una estrella diluida y clara,
como gota de lluvia no sonora;

como un diamante pálido que amara
este dolor que tapo con la cara,
se me cae una lágrima que llora.

CARILDA OLIVER LABRA
Cuba-1924
De "Memoria de la fiebre"


Madrid, 23-2-04

LA ABUELA

Ella mira pasar desde su lejanía las vanas estaciones,
el ademán ligero con que idénticos días se despiden
dejando sólo el eco, el rumor de otros días apagados
bajo la gran marea de su corazón.

De todos los que amaron ciertas edades suyas, ciertos gestos,
las mismas poblaciones con olor a leyenda,
no quedan más que nombres a los que a veces vuelven como a un
     sueño
cuando ella interroga con sus manos el apacible polvo de las cosas
que antaño recobrara de un larguísimo olvido.
Sí. Ese siempre tan lejos como nunca,
esa memoria apenas alcanzada, en un último esfuerzo,
por la costumbre de la piel o por la enorme sabiduría de la sangre.

Ella recorre aún la sombra de su vida,
el afán de otro tiempo, la imposible desdicha soportada;
y regresa otra vez,
otra vez todavía, desde el fondo de las profundas ruinas,
a su tierna paciencia, al cuerpo insostenible, a su vejez,
igual que a un aposento donde sólo resuenan las pisadas de los
     antiguos huéspedes
que aguardan, en la noche, el último llamado de la tierra
     entreabierta.
Ella nos mira ya desde la verdadera realidad de su rostro.

OLGA OROZCO
(Argentina-1920)
De "Desde lejos"


Madrid, 24-2-04

MUJER EN SU VENTANA

Ella está sumergida en su ventana
contemplando las brasas del anochecer, posible todavía.
Todo fue consumado en su destino, definitivamente inalterable
     desde ahora
como el mar en un cuadro,
y sin embargo el cielo continúa pasando con sus angelicales
     procesiones.
Ningún pato salvaje interrumpió su vuelo hacia el oeste;
allá lejos seguirán floreciendo los ciruelos, blancos, como si nada,
y alguien en cualquier parte levantará su casa
sobre el polvo y el humo de otra casa.
Inhóspito este mundo.
Áspero este lugar de nunca más.
Por una fisura del corazón sale un pájaro negro y es la noche
-¿o acaso será un dios que cae agonizando sobre el mundo?-,
pero nadie lo ha visto, nadie sabe,
ni el que se va creyendo que de los lazos rotos nacen preciosas alas,
los instantáneos nudos del azar, la inmortal aventura,
aunque cada pisada clausure con un sello todos los paraísos
     prometidos.
Ella oyó en cada paso la condena.
Y ahora ya no es más que una remota, inmóvil mujer en su ventana,
la simple arquitectura de la sombra asilada en su piel,
como si alguna vez una frontera, un muro, un silencio, un adiós,
hubieran sido el verdadero límite,
el abismo final entre una mujer y un hombre.

OLGA OROZCO
(Argentina-1920)
De "Con esta boca, en este mundo"


Madrid, 25-2-04

LA REALIDAD Y EL DESEO

A Luis Cernuda

La realidad, sí, la realidad,
ese relámpago de lo invisible
que revela en nosotros la soledad de Dios.

Es ese cielo que huye.
Es este territorio engalanado por las burbujas de la muerte.
Es esta larga mesa a la deriva
donde los comensales persisten ataviados por el prestigio de no estar.

A cada cual su copa
para medir el vino que se acaba donde empieza la sed.
A cada cual su plato
para encerrar el hambre que se extingue sin saciarse jamás.
Y cada dos la división del pan:
el milagro al revés, la comunión tan sólo en lo imposible.
Y en medio del amor,
entre uno y otro cuerpo la caída,
algo que se asemeja al latido sombrío de unas alas que vuelven desde
     la eternidad,
al pulso del adiós debajo de la tierra.

La realidad, sí, la realidad:
un sello de clausura sobre todas las puertas del deseo.

OLGA OROZCO
(Argentina-1920)
De "Mutaciones de la realidad"


Madrid, 26-2-04

OLGA OROZCO

Yo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero.
Amé la soledad, la heroica perduración de toda fe,
el ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas,
la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y entre
     alucinaciones,
y también el pequeño temblor de las bujías en el anochecer.
Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros las
     tatuaron.
De mi estadía quedan las magias y los ritos,
unas fechas gastadas por el soplo de un despiadado amor,
la humareda distante de la casa donde nunca estuvimos,
y unos gestos dispersos entre los gestos de otros que no me
     conocieron.
Lo demás aún se cumple en el olvido,
aún labra la desdicha en el rostro de aquella que se buscaba en mí
     igual que en un espejo de sonrientes praderas,
y a la que tú verás extrañamente ajena:
mi propia aparecida condenada a mi forma de este mundo.
Ella hubiera querido guardarme en el desdén o en el orgullo,
en un último instante fulmíneo como el rayo,
no en el túmulo incierto donde alzo todavía la voz ronca y llorada
entre los remolinos de tu corazón.
No. Esta muerte no tiene descanso ni grandeza.
No puedo estar mirándola por primera vez durante tanto tiempo.
Pero debo seguir muriendo hasta tu muerte
porque soy tu testigo ante una ley más honda y más oscura que
     los cambiantes sueños,
allá, donde escribimos la sentencia:
”Ellos han muerto ya.
Se habían elegido por castigo y perdón, por cielo y por infierno.
Son ahora una mancha de humedad en las paredes del primer aposento”. 

OLGA OROZCO
(Argentina-1920)
De "Las muertes"


Madrid, 27-2-04

LAS MUERTES

He aquí unos muertos cuyos huesos no blanqueará la lluvia,
lápidas donde nunca ha resonado el golpe tormentoso de la piel del lagarto,
inscripciones que nadie recorrerá encendiendo la luz de alguna lágrima;
arena sin pisadas en todas las memorias.
Son los muertos sin flores.
No nos legaron cartas, ni alianzas, ni retratos.
Ningún trofeo heroico atestigua la gloria o el oprobio.
Sus vidas se cumplieron sin honor en la tierra,
mas su destino fue fulmíneo como un tajo;
porque no conocieron ni el sueño ni la paz en los infames lechos
     vendidos por la dicha,
porque sólo acataron una ley más ardiente que la ávida gota
     de salmuera.
Ésa y no cualquier otra.
Ésa y ninguna otra.
Por eso es que sus muertes son los exasperados rostros de nuestra vida.

OLGA OROZCO
(Argentina-1920)
De "Las muertes"


Selección de Poemas Editados
index