Madrid, 1-10-04
Oh, las figuras del cariño, ¿dónde,
dónde ellas?
Llueve en mi corazón y llueve sobre el Yan-Tsé…
Pero ¿por qué no estáis aquí,
vidas, oh dulces vidas, a las que yo no sabía en otro espacio, también,
que el de mi corazón…?
Llueve en mi corazón y llueve sobre el Yan-Tsé…
¿Por qué no estáis aquí
enjugando conmigo o tratando de enjugar
el gris de Octubre?
O
no seríamos, ya, junto con el río de la media-tarde,
más que unos hilos, unos hilos
para una suerte de trama que la melancolía misma está perdiendo,
perdiendo?
Llueve en mi corazón y llueve sobre el Yan-Tsé…
De lágrimas Octubre, aquí, y acaso,
allí…
Pero allí será de alas, alas hasta en los pies, y aún en medio, ¿no?
de unas cortinas
de nupcias,
y con mandolinas todavía por ahí… por las
heridas
de los pajarillos, ¿no?
que corridas las cortinas, han de abrirle repentinamente, no
las fugas de los confines…
Volará y bailará, ¿no? de jacarandaes…
Mas ¿estáis aquí?
Os miro a mi lado, los ojos en los míos…
¿De quiénes o de quién las estrellitas que mojan el minuto?
Unas pestañas, entonces, ¿de nadie?
Y me doblo como un
sauce…
Y sigue lloviendo en mi corazón y sigue lloviendo, lloviendo,
lloviendo…
lloviendo sobre el Yan-Tsé…
JUAN L. ORTIZ
Argentina-1896
De “El junco y la corriente”
Madrid, 4-10-04
No hay nadie en la calle, en los ruidos húmedos, en el
vuelo de las hojas y mis pasos quieren reiniciar
las maderas de la adolescencia.
Pero todo está abandonado, no hay nada que pueda
favorecernos; ningún aire de inconsciencia, ningún
reino de libertad. Sólo hábitos tolerantes haciendo
crujir nuestra memoria. “Ha estado bien”, decimos.
Dueños del incendio, de la bondad del crepúsculo,
de nuestro hacer, de nuestra música, del único
amor incoherente; soberanos de esa calle donde los
tactos y la impresión hicieron su universo.
Las sombras acarician aún sus veredas, tu mismo
nombre y tu gesto son una forma nocturna que en
esa constelación crece y sabe enrostrar nuestra
culpa.
Y
todo termina con una esperanza, con una dilación
-“ha estado bien”-, o en un bostezo, o en otro
lugar donde es menester el coraje.
FRANCISCO URONDO
Argentina-1930
De “Poemas de batalla”
Madrid, 5-10-04
Estoy en los ruidos de la tristeza,
en las tablas de la perdición,
en el aire de este tiempo maldito, infortunado;
llovizna criminal y sucia.
En aventuras, en la queja
del muerto y el terror de los vivos y el soplo
de los convalecientes.
Estoy en el clamor encontrado, fuera
de la felicidad y el fascismo y el olvido sin escuchar
la clausura y la ausencia,
sin tolerar la conmiseración, o desconocer
la alegría o la bondad o el dolor del caído.
Sin sentir resignaciones, sufriendo con rabia
la esperanza, viviendo a mi manera.
FRANCISCO URONDO
Argentina-1930
De “Poemas de batalla”
Madrid, 6-10-04
A Agustín Zapata Gollán
“En esta provincia de
calchines y mocoretaes por parecerme
que En ellas ay las ptes y cosas que conviene
Juan de Garay
allá por la fiebre
otra vez has venido
dulce cantora
haragana
señora del día perdido
y del que comienza para perderse
soñada
en los lugares del agua
cascabel
mujer del aire
y del dolor
sobre el agua has venido
para salvar a nadie
para que nadie registrara tu gesto
FRANCISCO URONDO
Argentina-1930
De “Poemas de batalla”
Madrid, 7-10-04
La arena eterna y movediza
de tu vientre; tu espalda –almohada del amor-, los
desfiladeros, las cumbres de tu cuerpo; las imperfecciones
que enternece. La voluntad
de ser libres, como cualquier país
subdesarrollado, enceguecido, dispuesto a la guerra. Hetaira
que busca su aire y su placer
compitiendo inútilmente con el brazo de mi privilegio.
El muslo enjoyado, el montón
de trigo que baja de tu cintura hebrera, los dos
cabritos, la torre
del cuello; sos
hermosa como los racimos, como las manzanas, como el sabor
de tu paladar. A levantarse,
mi amor, a salir a los campos,
a ventilar esta ciudad inseparable y maldita.
Aspiraba a muy poco. Sólo
quería el sol de tu cuerpo y las desdichas
de este mundo. Pretendía
las alternativas
del tiempo que raspa el alma y la luz
del testigo y del combatiente. Más tarde,
supe que el precio de
todo amor, de toda compañía, de toda liberación,
de toda esperanza, era la propia vida, que tampoco dispone.
FRANCISCO URONDO
Argentina-1930
De “Poemas de batalla”
Madrid, 8-10-04
Un hombre es perseguido, una
familia entera, una organización, un pueblo. La
responsable de esta situación no es la codicia, sino un
comerciante con sus precios, con la imposición
de las reglas del juego. Los empresarios, la policía
con la imposición de las reglas del juego. Por eso
ese hombre, ese pueblo, esa familia, esa organización, se
siente perseguida. Es más, comienzan
a perseguirse entre ellos, a delatarse,
a difamarse, y juntos, a su vez, se lanzan a perseguir
quimeras, a olvidarse de las legítimas,
de las costosas pero realizables aspiraciones;
marginan la penosa esperanza. Entonces
toda la familia, todo el pueblo, entra
en el nivel más alto de la persecución: la paranoia, esa
refinada búsqueda de los
perseguidos históricos y culturales.
Y ésta
es la triste historia de los pueblos
derrotados, de las familias envilecidas,
de las organizaciones inútiles, de los hombres solitarios, la
llama que se consume sin el viento, los aires
que soplan sin amor, los amores que se marchitan
sobre la memoria del amor o sus fatuas presunciones.
FRANCISCO URONDO
Argentina-1930
De “Poemas de batalla”
Madrid, 11-10-04
Música de
las colinas áridas
A cuyo son trueca el viento
Piedras por resinas de plata
Arenas por legumbres cálidas
Soledad por granos ansiosos
Mantas por mariposas de alas ardientes como la codicia
Tesoros errantes apostados al azar de la fiesta
Cuyos sombreros de fuego protegen de la sombra
En los patios abiertos como la herida eterna de lo desconocido
Oculta por cabezas de león y espejos que destellan
En la sangre de los andenes
¡Oh estas grandes fogatas sólidas plantadas sobre piedras!
¡Estas cajas
de lujuria estas presas de flancos devorados
por el follaje del sol!
¡Estas graderías de saqueo!
¡Estas furias nacidas en los más altos éxodos del año!
¡Estos
cueros y abalorios y serpientes y hierros y frazadas
y tinturas y sacos y comidas y cóleras!
Destilando el oscuro veneno de la tierra
Las fórmulas más puras del deseo
Que tan sólo interroga el vagabundo de mirada tristísima
Siempre al filo del alma
Siempre mojando con su sangre instantánea las fauces
del oráculo
El hombre de la máscara de fango
ENRIQUE MOLINA
Argentina-1910
De “Costumbres errantes o la redondez de la
tierra”
Madrid, 13-10-04
Con un
olor de luna caliente cuyo vaho
quema con sorda plata desierta las orillas,
en las
bandas de América se abren
unos puertos sin sueño, unos oasis de moscas
caldeados por el viento, entre la luz y el trueno,
en los rancios anillos de la arena
donde elevan sus humos de alabanza,
su portal de tullidos como un coro
de perros y profetas,
ardiendo en las terrazas de la lluvia,
en las lajas manchadas por el tiempo.
Es la
desolación del océano,
su filtro derramado en unos labios
que susurran infamias tentadoras,
promesas como hiedras;
enmascarado en trapos de colores,
entre mercaderías y tatuajes,
impasible en el fuego de miseria que brota de la tierra.
Es una
miel sombría de mulatas
en un país de grillos,
tras las ocres persianas de madera,
comiendo su jaíba tristemente en la lumbre nocturna,
en medio de cortinas voluptuosas
donde los días yacen como una sal dormida:
el que tocó la cresta de las islas,
el que huía de estrellas azules y fatídicas,
el que eligió la playa para lavar sus muertos
cantando roncamente.
Un triste
son de negros, un tablón que castiga
en medio de las aguas, comido por la broma,
en la maniobra pálida del mar.
Y cuando el
sueño sopla
-como un aire de antorchas vacilantes-
el ligero velamen de gasa de los lechos,
en silencio y solemnes
como ahogados en viaje,
zarpan entre la niebla los durmientes, hundiendo sus
cabellos en la noche,
seguidos por sus nubes de insectos,
por su copo de aliento como una mariposa.
¡Esa
hermosura!
Marismas de prostíbulos y llamas
bajo las alas mórbidas del trópico
que aletean sin fuerzas tal un adiós incierto
en el desdén remoto de las olas. Red colmada
por los frutos brutales. Arrabal del océano
donde vaga la luna con los labios brillantes
como una reina loca, errando entre los médanos
con su pobre campana de ladridos.
Un canto
de nostalgia, en la expiación del año,
nacido del fulgor de las adormideras,
como un eco de cosas que ya ardieron
en la sal del espacio.
ENRIQUE MOLINA
Argentina-1910
De “Pasiones terrestres”
Madrid, 14-10-04
Negra
Vahíne
tu oscura trenza hacia tus pechos tibios
baja con su perfume de amapolas,
con su tallo que nutre la luz fosforescente,
y miras melancólica como el cielo te cubre
de antiguas hojas, cuyo rey es sólo
un soplo de la estación dormida en medio del viento,
donde yaces ahora, inmóvil como el cielo,
mientras sostienes una flor sin nombre,
un testimonio de la enloquecedora primavera en que moras
¿Conservará la sombra de tus labios
el beso de Gauguin, como una terca gota de salmuera
corroyendo hasta el fondo de tu infierno
la inocencia –el obstinado y ciego afán de tu ser-;
ya errante en la centella de los muertos,
lejana criatura del océano...?
¿Dónde
labra tu tumba
el ácido marino?
Oh Vahíne, ¿dónde existes
ya sólo como piedra sobre arenas azules,
como techo de paja batido por el trópico,
como una fruta, un cántaro, una seta
que pueblan los espíritus del fuego, picada por los pájaros,
pura en la antología de la muerte...?
No una
guirnalda de sonrisas
no un espejuelo de melosas luces,
sino una ley furiosa, una radiante ofensa
al peso de los días
era lo que él buscaba, junto a tu piel,
junto a tus chatas fuentes de madera,
entre los grandes árboles,
cuando la soledad, la rebeldía,
azuzaban en su alma,
la apasionada fuga de las cosas.
Porque ¿qué ansía un hombre
sino sobrepujar una costumbre llena de polvo y tedio?
Ahora,
Vahíne, me contemplas sola,
a través de una niebla azotada por el vuelo de tantas
invisibles aves muertas.
Y oyes mi vida que a tus pies se esparce
como una ola, un término de espuma
extrañamente lejos de tu orilla.
ENRIQUE MOLINA
Argentina-1910
De “Pasiones terrestres”
Madrid, 15-10-04
LA VOLUPTUOSIDAD
DE LAS AVES MIGRATORIAS
Tan lejos
de la felicidad de las familias
como la mendiga que riega los geranios con un líquido
fosforescente
Como los pies de la aventura sobre el nácar de lo
imprevisto
Nos amamos en la casa que corta todo lazo
Un lugar de hierros al rojo
Hierro de canciones de mar de náufrago de golpe de
sueños contra los arrecifes de cocina ennegrecidos
por el uso
Y las lámparas colgando de los mástiles de la
techumbre
Con el secreto de las aves migratorias y el viento que
provoca una sed inextinguible en esas cabezas de
fuego cercenadas sobre un haz de leña
Siempre rodeados de tentáculos marinos ramificados
sobre el lecho
Pues allí palpitaban como un diamante vivo todos
los espejismos del ocio
En esos pianos de la marea llenos de plantas oceánicas
cuyo perfume es la música de la nostalgia
Y en una ampolla de cristal sobre el estrépito de los
muelles a cada partida licuaban su sangre las reliquias
de la noche venerada por los amantes
¡Oh Dios mío!
Demasiado feroces demasiado azuzados
Donde jamás la Rueda de la Fortuna deja de tender
sus brazos perpetuamente jóvenes y amenazadores
Y nunca tocamos un objeto que no se convirtiera en
polvo de idolatría sobre los sentidos
Y nunca hombre ni mujer se destruyeron tan
apasionadamente en el esplendor de su amor
Así
conocimos las fórmulas de la locura
La pasión de los perros vagabundos
Frases ininteligibles que sólo las caricias descifran
Las lluvias y el desenfreno de la noche
Y las águilas ardientes que caen de pronto sobre los
cuerpos queridos para tributarles su cólera
En la barca de plumas varadas a manera de lecho
sobre la arena de los dormitorios
Con esas nubes de insectos como grandes esferas que
hacen tan bella luz suspensas en los lugares más
perdidos de este mundo
Iguales al farol de ciertos carros con largos ejes de
canciones en ruinas recogiendo los despojos de la
tormenta
(La ventana
se abría a una resina misteriosa de color
azul pálido
Que pegaba a los vidrios su rostro de niña embellecida
por el frío
El piso era un colchón de hojas rojas con el tornasol
de la hermosura inalcanzable
Con la fascinación de los abandonos súbitos
Y restos de aves marinas preferidos a todos los juegos
de la memoria)
ENRIQUE MOLINA
Argentina-1910
De “Costumbres errantes o la redondez de la
tierra”
Madrid, 18-10-04
Un animal acaba de moverse
Se oyó un zueco raspar el pavimento bajo la paja
Luego un grito
Preparaos para lo que va a pasar
Alguien acercó el ojo al tragaluz
Y miró
Todavía era
de noche pero el reloj movía su péndola
sin dar las horas y hubo que esperar el día para saber
de qué se trataba
Los años pasan rápido en la cabeza
a oscuras de un niño
Después no hay sino un recuerdo único que se transforma
Sin embargo si uno mirara atenta-
mente el mismo punto se daría
cuenta de que no se ha movido
Es un juego
de luces
Ya no se ven los mismos colores
Y los oídos también habrán cambiado
Qué espesa humareda
Intentando
apartar las tinieblas con los dedos se ha
destrozado el rostro y el corazón
Si se
hubiera encontrado a sí mismo en alguna
encrucijada
La rueda de
un coche lo rozó al pasar y su chaqueta siguió
manchada de barro hasta el fin
Cuánto tiempo hacía que había
salido
Entre todos
los objetos había un vacío que le hubiera
gustado llenar y su cabeza flotaba de uno a otro
Si hubiese querido el viento lo hubiera
llevado por encima de los árboles
Y tú te
quedas allí inclinado sobre el parapeto
como si esperaras
La campana que tañe no te llama
Las sirenas hacen gemir los ardores de
otro clima
Una imagen
Es necesario
romper todas las trabas y partir
las manos delante
En el fondo
de uno siempre hay un pobre niño que
llora
PIERRE REVERDY
Francia-1889
De “El ladrón de Talad –novela en verso-
Madrid, 19-10-04
Apenas tocó el viejo el rincón del cielo
con la punta de su muleta se puso a
llover
Abajo un niño insultaba
a gritos
Una ventana se cerraba y la
calle volvía a la tranquilidad
Todo lo bueno me llega solo de arriba
La fuerza y la alegría
Nada de la tierra
En ella el
sol brilla casual y debería reinar una noche
negra
El infierno no es menos placentero
Si pudiera cambiar de lugar
Con gusto iría a pie pues tengo
alas y si me descalzara no me
cansaría
Pero la poesía no existe en otra parte
Las calles que no acaban
Las casas cuya altura
y miradas nos abruman
A veces una sonríe
Una cortina se levanta
Un rostro se muestra entero
Y esto es todo lo que uno se lleva
Una imagen vive en algún sitio
El mago Abel
había venido a ver a su amigo al que
había instalado desde hacía tres meses en un pequeño
cuarto de Montmartre
Si a veces el viento sopla para
sacudir los árboles y ahuyentar el
polvo a quién se lo debemos
Sin mí los
niños no sabrían jugar
He enseñado a cantar a los pájaros
A los poetas
a servirse de las estrellas y de las luciérnagas
sin confundirlas
He hecho malabarismos con el sol
y la luna
Así he creado la haltera
y el cielo
Alguien que recorría el pasillo se detuvo
De noche se habría podido ver a través
de los muros el desfilar de sombras
Unas luces se
desplazaban
entre las puertas
Ligeros ruidos
rozaban
los tabiques y pasaban mujeres
cantando
Más pálidas que antiguos recuerdos
Esa noche faltaba una llave en el tablero
El nuevo inquilino
había
salido
Al partir se puede ya pensar en volver
Y los que nunca se extravían
En
invierno la casa
parecía
más sola a
causa
de la nieve
Era un paisaje más lejano
A veces un triste puerto de mar
La casa permanecía sola en medio del lúgubre solar
Una bocina anunciaba la partida
a todos lo que se quedaban
PIERRE REVERDY
Francia-1889
De “El ladrón de Talad –novela en verso-
Madrid, 20-10-04
VIVO
Y EL PASADO QUE
NOSOTROS MISMOS
HEMOS CREADO
NO MUERE
Vuelven los recuerdos
Sobre la
estación una luz bajaba
del cielo
La locomotora tenía una
gruesa linterna roja en el vientre
y un ojo verde
Iba a traspasar pronto la noche
que caía
En el andén todos esperaban la salida
Los ojos dicen cosas tristes entre
La muchedumbre extasiada
El tren se dirige a París
Es un punto fluctuante que no
se ve
Está en el otro extremo
Los párpados se cierran sobre los ojos
O sobre el corazón
Es un velo
Y cuando el telón se levanta
Se puede por fin mirar ante sí
Nos
preguntábamos ya dónde podría
andar el tren
La casa parecía
vacía
Si hubiera podido no partir nunca
Al día
siguiente nos sorprendíamos de que el
sol brillara todavía
Tanto
miedo
habíamos
tenido
Ahora la
desgracia planeaba sobre la
aldea
Una nube que
pasaba cortó en
dos el campanario
Y el mar venía muy cerca
a lamer los muros
Al atardecer
una campana sacudió
el silencio
y el tedio aún mayor que
pesaba sobre los tejados
Ante la
puerta cerrada la gente pasaba
lentamente mirando el suelo
Buscaba la huella de mis pasos
PIERRE REVERDY
Francia-1889
De “El ladrón de Talad –novela en verso-
Madrid, 21-10-04
SI CAYERA SU
CABEZA
NI SIQUIERA LA
RECOGERÍA
Una voz subía desde el fondo y se
extendía
hasta la bóveda donde brillaba un agujero
de rodillas para que aquellos a los que
implora lo escuchen
Los demás asistentes a su alrededor lo miran
Sin embargo no son ni santos ni ángeles
Y el hombre solo no está en una iglesia
Si solamente fuera un establo
Pero las
risas y los gritos estremecen los muros
Unos cristales se rompen
él está en otra parte
e intenta en vano ser mejor
Detrás se podría ver un río que ocupa
todo el paisaje
Está en sombras
Sin embargo se ven algunos árboles
A través de los
cristales
Y todo eso entre la calle y el bulevar
En esto te veo pasar con un
rostro auténtico
Tu alegría me da miedo
De dónde has sacado ese raro atuendo
Son gotas de agua más
fresca
que se deslizan por tus
manos
Y yo estoy dispuesto a morir
Música tras las ramas
El sol agita cascabeles en
la
punta de cada barrote
Luego para
levantar las manos más alto en un
momento de silencio él se subió a una silla
Pero siempre hay un techo
que separa
Era en una
casa sin lumbre en la que todos
estaban a gusto
Habíamos puesto paja
para fundir la nieve
Es que ninguno de ellos recuerda
Su rostro no se parece a nada
Detrás
delante
a la misma hora
Hay que escuchar con atención para oír
llorar a alguien
Pueden venir
el peligro ya no me da miedo
Hay tanto cansancio en nuestros
miembros
Cada uno se duerme para morir
Esta noche
si nuestro suplicio acabara
Rostros que danzan
la llama se ha consumido
Y para el que se despierta
Siempre
tendremos un pensamiento
incluso dormidos
Los árboles resplandecen en una esquina
Lejos de aquí
Es un sueño
Y yo
Una sola cabeza más pálida que se yergue
Contra el muro
PIERRE REVERDY
Francia-1889
De “El ladrón de Talad –novela en verso-
Madrid, 22-10-04
NO VEÍAMOS SINO LO QUE
ESTABA DELANTE
PERO
DETRÁS ALGO AMENAZABA
CON CAER SOBRE NUESTRAS
CABEZAS
Si semejante calma continúa
Todo se acabará
Incluso el humo no sabe ya adónde ir
En pleno día se hubiera dicho muchas veces que era de noche
Aunque sólo sea una amenaza ya no se respira
Después serán más fuertes los golpes
Todos los ríos dejarán de correr
No habrá más que sangre por doquier y será
el fin
Los que
tienen miedo se detienen
para mirar hacia atrás
Sólo es el viento
Como un dedo
una veleta indica la dirección
a los pájaros que alzan el vuelo
Pájaros más grandes
Tras el pabellón se toca La Marsellesa
Y en el calor que sube en bloque
el sol se baña con los niños que
no habían venido desde el año pasado
Uno salpica al otro
Una cinta oscura indica el límite
donde el tiempo se detiene tras algún
accidente mecánico
Acaso se puede bostezar ante la Eternidad
que continúa
Todo el mundo se sobresalta
con igual impaciencia y el
malestar aumenta
Se espera el
disparo que
abrirá la
temporada
Cerrar los ojos a causa del ruido
Acaso había otro hombre para
cantar al mismo tiempo que tú
El primer
disparo no había matado
a nadie pero tu cara tenía un ojo
de más y tu risa se agrandaba
Ahora qué se espera para partir
El camino aguarda ya bajo los árboles
Y también hay animales muy mansos que uno
no reconocería sin los hombres que
los montan
Por fin la
columna se mueve sin
que nadie haya
dado la señal
Acaso podía uno dormirse
Todas las
trompetas tocaban diana tras
el foso y el sueño cortado por esta cuchilla
hay que partir ya
Un imán obligaría siempre a mi corazón
a volver
Mirando de
más cerca se hubiera podido ver
a dónde conducía ese camino orlado de estrellas
El verde
caía de cada lado en forma de bestias
feroces y se esperaba ver salir a un hombre
Una cuchilla
gravitaba entre las copas de dos árboles
y se hubiera dicho que iba a caer
Pero no se debía cortar ninguna cabeza
Y allí donde lo que se ama crece en intensidad
todo se funde para quedar por siempre inmóvil
Al despertar
ya no era en el
mismo mundo de antaño donde
se entraba
Durante este tiempo había aprendido
el oficio militar
A pesar del
peligro siempre acechante
su rostro ovalado sonreía
Qué extraña cara
Un andar más pesado se acercaba
El ronco
trueno perseguía los
relámpagos ahora más resplandecientes
Completamente estrellado el cielo cayó sobre la otra
vertiente
Y los
caballos que iban a desplomarse contra el liso
pavimento levantaron el vuelo
Ya no quedaba nada
Allá lejos en el campo
apacible temblaron los cristales
Un ruido rozaba el suelo
Se esperaba
sin saber qué
Pero apenas
levantado el telón
alguien anunció otra
comedia en lugar del drama
Por algunas gotas de sangre que han
hecho brotar flores tricolores la
muchedumbre se exaltó
El sombrero que se agitaba en el aire
demostraba un entusiasmo del que
nadie pudo dudar
Y el otro permanecía inmóvil con
una cabeza menos grave y más tranquila
El furor que reinaba pasó
Su oleada cabrileó al nivel de los
hombros estrechos
No se vio más que un bastón que
subía y de pronto la cabeza rebotó
hasta el kiosco donde flameaba una
bandera
Pobre cabeza
Tenía los ojos azules la frente
blanca y la sangre que corría por
tierra era tan roja
PIERRE REVERDY
Francia-1889
De “El ladrón de Talad –novela en verso-
Madrid, 25-10-04
Sentado
cerca, muy cerca, de mi alma,
miro las flores de mi pequeño jardín
y me estremezco.
Es mi jardín
una gota pequeña de mi sangre.
Son mis flores colores de mi vista.
Reconozco crecer en el lento y pertinaz,
crecer de yerbas buenas, anémonas o
pequeñas caléndulas retorcidas de amor.
En el centro
de mi pequeño jardín está la selva.
Esotéricas malvas, margaritas perdidas de inocencia.
Pequeñas campanillas multicolores pero con ruido a selva,
a tambores alucinados, a tambores quietos esperando la muerte,
a pequeños tambores de locura, a tambores valientes,
empedernidos, tercos tambores, que ya suenan sin manos,
que ya suenan por la simple alegría de sonar.
Tambores,
tambores negros, tambores de la muerte.
Arranco de mi jardín, una inocencia, un don, una esperanza,
arranco del centro de mi jardín, del fondo mismo de la selva,
pequeña poesía enamorada, rota de amor, futura.
MIGUEL OSCAR MENASSA
España-1940
De “La patria del poeta”
Madrid, 26-10-04
Cuando se
abran los vientres, yo no tomaré nada.
Entre los despedazados cuerpos confusos y alertas,
entre la poca realidad, lo negro, la débil vida,
amante del cuerpo de la letra, diré mis palabras.
Vengo de aquí, soy de aquí mismo, roca de soledad:
Nací en
vuestra mirada, nací en vuestra impudicia,
nací como una fuente enloquecida, aguas del deseo,
para dejar palabras, voz de la poesía, en libertad.
Tengo, por
haber atravesado los confines del hombre,
por haberme deslizado en la mirada de la muere,
algo del universo, una partícula de infinito en mi voz.
Vengo de
aquí, soy de tus propias entrañas, el eco,
alucinado y luminoso de tu propio silencio oscuro,
el eco donde el tiempo, arrasa la memoria.
MIGUEL OSCAR MENASSA
España-1940
De “La patria del poeta”
Madrid, 27-10-04
La vida vive
en mis palabras, el goce en mi voz
y vosotros, tendréis que resolver el acertijo.
Soy una herida abierta que sólo se repite sin dolor.
Soy una pulsación, sin ritmo, ni latidos.
Algo del ser que ya no fue sino representado.
Un hilo de
luz en la montaña abierta y desolada,
pero sin que hubiera de haber desolación,
ni montaña, ni hilo, ni tan siquiera luz.
No soy el
humo que parte de la llama y se disipa,
ni el grito que se arranca de la garganta para ser
ni el perfume que escapa de la piel del deseo.
Soy algo del
humo, algo de la llama, que perdura:
lo que el grito no pudo asesinar de la garganta,
olor vacío de perfumes, agujero de piel, poesía.
MIGUEL OSCAR MENASSA
España-1940
De “La patria del poeta”
Madrid, 28-10-04
Ahora estoy
excitado, loco de contento,
me puse a decir cosas y nació un poema.
Después me sacudí las últimas cenizas de la muerte
y me puse a mirar la lejanía y, algo me estremeció.
No fue una
luz de fuego, ni el dolor de la guerra,
ni del futuro las artes y las ciencias luminosas.
No vi cuando miré la lejanía la caída del mundo.
Ni bombas atónitas, ni láser asesino, ni venenos.
No vi al
hombre en soledad encerrado en sí mismo.
Ni a la mujer crucificada queriendo ser nuevas religiones.
No vi familias encadenadas o muertas o estados corrompidos.
No vi niños
raquíticos ni jóvenes drogados o perdidos.
Ni me vi, a mí mismo, viejo, con barba blanca, escribiendo.
Lo que vi fue, sencillamente, la lejanía y, eso, me estremeció.
MIGUEL OSCAR MENASSA
España-1940
De “La patria del poeta”
Madrid, 29-10-04
Deshojados
rumores del tiempo
se abanican sobre mi cuerpo ya dejado de lado.
Son instantes que huelen a podrido, a carne agusanada.
Dejo volar
mis manos
y el fin de siglo se conmueve por la pureza de mis gestos.
El Apocalipsis esperado era esta página.
En medio de
la guerra,
en medio de la guerra atómica,
en medio de otras guerras,
la guerra sucia, la guerra fría.
En medio de la droga, la pólvora,
la mutilación, la muerte,
el sida silencioso,
ha nacido el poeta.
Aquí me
tenéis, soy el ejemplo posible.
En medio exacto de la locura universal,
vivo, no padezco de nada y cuando canto,
es una carne ajena la que canta en mi voz.
MIGUEL OSCAR MENASSA
España-1940
De “La patria del poeta”