Madrid,
2-6-03
No
es el amor quien muere,
somos nosotros mismos
Inocencia primera
abolida en deseo,
olvido de sí mismo en otro olvido,
ramas entrelazadas,
¿por qué vivir si desaparecéis un día?
Sólo
vive quien mira
siempre ante sí los ojos de su aurora,
sólo vive quien besa
aquel cuerpo de ángel que el amor levantara.
Fantasmas
de la pena,
a lo lejos, los otros,
los que ese amor perdieron,
como un recuerdo en sueños,
recorriendo las tumbas
otro vacío estrechan.
Por
allá van y gimen,
muertos en pie, vidas tras de la piedra,
golpeando impotencia,
arañando la sombra
con inútil ternura.
No es el amor quien muere.
LUIS CERNUDA
ESPAÑA-1902
De
“Donde habite el olvido”
Jinete
sin cabeza,
jinete como un niño buscando entre rastrojos
llaves recién cortadas,
víboras seductoras, desastres suntuosos,
navíos para tierra lentamente de carne,
de carne hasta morir igual que muere un hombre.
A lo
lejos
una hoguera transforma en ceniza recuerdos,
noches como una sola estrella,
sangre extraviada por las venas un día,
furia color de amor,
amor color de olvido,
aptos ya solamente para triste buhardilla.
Lejos
canta el oeste,
aquel oeste que las manos antaño
creyeron apresar como el aire a la luna;
mas la luna es madera, las manos se liquidan
gota a gota idénticas a lágrimas.
Olvidemos
pues todo, incluso al mismo oeste;
olvidemos que un día las miradas de ahora
lucirán a la noche, como tantos amantes,
sobre el lejano oeste,
sobre amor más lejano.
LUIS
CERNUDA
(España-1902)
De
“Un río, un amor”
No
conozco a los hombres. Años llevo
de buscarles y huirles sin remedio.
¿No les comprendo? ¿O acaso les comprendo
demasiado? Antes que en estas formas
evidentes, de brusca carne y hueco,
súbitamente rotas por un resorte débil
si alguien apasionado les allega,
muertos en la leyenda les comprendo
mejor. Y regreso de ellos a los vivos,
fortalecido amigo solitario,
como quien va del manantial latente
al río que sin pulso desemboca.
No
comprendo a los ríos. Con prisa errante pasan
desde la fuente al mar, en ocio atareado,
llenos de su importancia, bien fabril o agrícola;
la fuente, que es promesa, el mar sólo la cumple,
el multiforme mar, incierto y sempiterno.
Como en fuente lejana, en el futuro
duermen las formas posibles de la vida
en un sueño sin sueños, nulas e inconscientes,
prontas a reflejar la idea de los dioses.
Y entre los seres que serán un día
sueñas tu sueño, mi imposible amigo.
No
comprendo a los hombres. Mas algo en mí responde
que te comprendería, lo mismo que comprendo
los animales, las hojas y las piedras,
compañeros de siempre silenciosos y fieles.
Todo es cuestión de tiempo en esta vida,
un tiempo cuyo ritmo no se acuerda,
por largo y vasto, al otro pobre ritmo
de nuestro tiempo humano corto y débil.
Si el tiempo de los hombres y el tiempo de los dioses
fuera uno, esta nota que en mí inaugura el ritmo,
unida con la tuya se acordaría en cadencia,
no callando sin eco entre el mudo auditorio.
Más no me cuido de ser desconocido
en medio de estos cuerpos casi contemporáneos,
vivos de modo diferente al de mi cuerpo
de tierra loca que pugna por ser ala
y alcanzar aquel muro del espacio
separando mis años de los tuyos futuros.
Sólo quiero mi brazo sobre otro brazo amigo,
que otros ojos compartan lo que miran los míos.
Aunque tú no sabrás con cuánto amor hoy busco
por ese abismo blanco del tiempo venidero
la sombra de tu alma, para aprender de ella
a ordenar mi pasión según nueva medida.
Ahora,
cuando me catalogan ya los hombres
bajo sus clasificaciones y sus fechas,
disgusto a unos por frío y a los otros por raro,
y en mi temblor humano hallan reminiscencias
muertas. Nunca han de comprender que si mi lengua
el mundo cantó un día, fue amor quien la inspiraba.
Yo no podré decirte cuánto llevo luchando
para que mi palabra no se muera
silenciosa conmigo, y vaya como un eco
a ti, como tormenta que ha pasado
y un son vago recuerda por el aire tranquilo.
Tú
no conocerás cómo domo mi miedo
para hacer de mi voz mi valentía,
dando al olvido inútiles desastres
que pululan en torno y pisotean
la vida que serán y que yo casi he sido.
Porque presiento en este alejamiento humano
cuán míos habrán de ser los hombres venideros,
cómo esta soledad será poblada un día,
aunque sin mí, de camaradas puros a tu imagen.
Si renuncio a la vida es para hallarla luego
conforme a mi deseo, en tu memoria.
Cuando
en hora tardía, aún leyendo
bajo la lámpara luego me interrumpo
para escuchar la lluvia, pesada tal borracho
que orina en la tiniebla helada de la calle,
algo débil en mí susurra entonces:
los elementos libres que aprisiona mi cuerpo
¿fueron sobre la tierra convocados
por esto sólo? ¿hay más? Y si lo hay ¿adónde
hallarlo? No conozco otro mundo si no es éste,
y sin ti es triste a veces. Ámame con nostalgia,
como a una sombra, como yo he amado
la verdad del poeta bajo nombres ya idos.
Cuando
en días venideros, libre el hombre
del mundo primitivo a que hemos vuelto
de tiniebla y de horror, lleve el destino
tu mano hacia el volumen donde yazcan
olvidados mis versos, y lo abras,
yo sé que sentirás mi voz llegarte,
no de la letra vieja, mas del fondo
vivo en tu entraña, con un afán sin nombre
que tú dominarás. Escúchame y comprende.
En sus limbos mi alma quizá recuerde algo,
y entonces en ti mismo mis sueños y deseos
tendrán razón al fin, y habré vivido.
LUIS
CERNUDA
(España-1902)
De
“Como quien espera el alba”
Si
alguno alguna vez te preguntase:
”La música, ¿qué es?” ¿Mozart”, dirías,
”es la música misma.” Sí, el cuerpo entero
de la armonía impalpable e invisible,
pero del cual oímos su paso susurrante
de linfa, con el frescor que dan lunas y auroras,
en cascadas creciendo, en ríos caudalosos.
Desde
la tierra mítica de Grecia
llegó hasta el norte el soplo que la anima
y en el norte halló eco, entre las voces
de poetas, filósofos y músicos: ciencia
del ver, ciencia del saber, ciencia del oír. Mozart
es la gloria de Europa, el ejemplo más alto
de la gloria del mundo, porque Europa es el mundo.
Cuando
vivió, entreoído en las cortes,
los palacios, donde príncipes y prelados
poder, riqueza detentaban nulos,
Mozart entretenía, como siempre ocurre,
como es fatal que ocurra al genio, aunque ya toque
a su cenit. Cuando murió, supieron todos:
cómo admiran las gentes al genio una vez muerto.
De
su tiempo es su genio, y del nuestro, y de siempre.
Nítido el tema, preciso el desarrollo,
un ala y otra ala son, que reposadas
por el círculo oscuro de los instrumentistas,
arpa, violín, flauta, piano, luego a otro
firmamento más glorioso y más fresco
desplegasen súbitamente en música.
Toda
razón su obra, pero sirviendo toda
imaginación, en sí gracia y majestad une,
ironía y pasión, hondura y ligereza.
Su arquitectura deshelada, formas líquidas
da de esplendor inexplicable, y así traza
vergeles encantados, mágicos alcázares,
fluidos bajo un frío rielar de estrellas.
Su
canto, la mocedad toda en él lo canta:
ya mano que acaricia o ya garra que hiere,
arrullo tierno en sarcasmo de sí mismo,
es (como ante el ceño de la muerte
los juegos del amor, el dulce monstruo rubio)
burla de la pasión, que nunca halla respuesta,
sabiendo su poder y su fracaso eterno.
III
En
cualquier urbe oscura, donde amortaja el humo
al sueño de un vivir urdido en la costumbre
y el trabajo no da libertad ni esperanza,
aún queda la sala del concierto, aún puede el hombre
dejar que su mente humillada se ennoblezca
con la armonía sin par, el arte inmaculado
de esta voz de la música que es Mozart.
Si
de manos de Dios informe salió el mundo,
trastornado su orden, su injusticia terrible;
si la vida es abyecta y ruin el hombre,
da esta música al mundo forma, orden, justicia,
nobleza y hermosura. Su salvador entonces,
¿quién es? Su redentor, ¿quién es entonces?
Ningún pecado en él, ni martirio, ni sangre.
Voz
más divina que otra alguna, humana
al mismo tiempo, podemos siempre oírla,
dejarla que despierte sueños idos
del ser que fuimos y al vivir matamos.
Sí, el hombre pasa, pero su voz perdura,
nocturno ruiseñor o alondra mañanera,
sonando en las ruinas del cielo de los dioses.
LUIS
CERNUDA
(España-1902)
De
“Desolación de la quimera”
No
me queréis, lo sé, y que os molesta
cuando escribo. ¿Os molesta? Os ofende.
¿Culpa mía tal vez o es de vosotros?
Porque no es la persona y su leyenda
lo que ahí, allegados a mí, atrás os vuelve.
Mozo, bien mozo era, cuando no había brotado
leyenda alguna, caísteis sobre un libro
primerizo lo mismo que su autor: yo, mi primer libro.
Algo os ofende, porque sí, en el hombre y su tarea.
¿Mi
leyenda dije? Tristes cuentos
inventados de mí por cuatro amigos
(¿Amigos?), que jamás quisisteis
ni ocasión buscasteis de ver si acomodaban
a la persona misma así traspuesta.
Mas vuestra mala fe los ha aceptado.
Hecha está la leyenda, y vosotros, de mí desconocidos,
respecto al ser que encubre mintiendo doblemente,
sin otro escrúpulo, a vuestra vez la propaláis.
Contra
vosotros y esa vuestra ignorancia voluntaria,
vivo aún, sé y puedo, si así quiero, defenderme.
Pero aguardáis al día cuando ya no me encuentre
aquí. Y entonces la ignorancia,
la indiferencia y el olvido, vuestras armas
de siempre, sobre mí caerán, como la piedra,
cubriéndome por fin, lo mismo que cubristeis
a otros que, superiores a mí, esa ignorancia vuestra
precipitó en la nada, como al gran Aldana.
De
ahí mi paradoja, por lo demás involuntaria,
pues la imponéis vosotros: en nuestra lengua escribo,
criado estuve en ella y, por eso, es la mía,
a mi pesar quizá, bien fatalmente. Pero con mis expresas
excepciones,
a vuestros escritores de hoy ya no los leo.
De ahí la paradoja: soy, sin tierra y sin gente,
escritor bien extraño; sujeto quedo aún más que otros
al viento del olvido que, cuando sopla, mata.
Si
vuestra lengua es la materia
que empleé en mi escribir y, si por eso,
habréis de ser vosotros los testigos
de mi existencia y mi trabajo,
en hora mal fuera vuestra lengua
la mía, la que hablo, la que escribo.
Así podréis, con tiempo, como venís haciendo,
a mi persona y mi trabajo echar afuera
de la memoria, en vuestro corazón y vuestra mente.
Grande
es mi vanidad, diréis,
creyendo a mi trabajo digno de la atención ajena
y acusándoos de no querer la vuestra darle.
Ahí tendréis razón. Mas el trabajo humano
con amor hecho, merece la atención de los otros,
y poetas de ahí tácticos lo dicen
enviando sus versos a través del tiempo y la distancia
hasta mí, atención demandando.
¿Quise de mí dejar memoria? Perdón por ello pido.
Mas
no todos igual trato me dais,
que amigos tengo entre vosotros.,
doblemente queridos por esa desusada
simpatía y atención entre la indiferencia,
y gracias quiero darles ahora, cuando amargo
me vuelvo y os acuso. Grande el número
no es, mas basta para sentirse acompañado
a la distancia en el camino. A ellos
vaya así mi afecto agradecido.
Acaso encuentre aquí reproche nuevo:
que ya no hablo con aquella ternura
confiada, apacible de otros días.
Es verdad, y os lo debo, tanto como
a la edad, al tiempo, a la experiencia.
A vosotros y a ellos debo el cambio. Si queréis
que ame todavía, devolvedme
al tiempo del amor. ¿Os es posible?
Imposible como aplacar ese fantasma que de mí
evocasteis.
LUIS
CERNUDA
(España-1902)
De
“Desolación de la quimera”
I
En
la tierra de nadie, sobre el polvo
que pisan los que van y los que vienen,
he plantado mi tienda sin amparo
y contemplo si van como si vuelven.
Unos
dicen que soy de los que van,
aunque estoy descansando del camino.
Otros “saben” que vuelvo, aunque me calle;
y mi ruta más cierta yo no digo.
Intenté
demostrar que a donde voy
es a mí, sólo a mí, para tenerme.
Y sonríen al oír, porque ellos todos
son la gente que va, pero que vuelve.
Escuchadme
una vez: ya no me importan
los caminos de aquí, que tanto valen.
Porque anduve una vez, ya me he parado
para ahincarme en la tierra que es de nadie.
CARMEN
CONDE
España-1907
De “En la tierra de nadie”
EN
LA TIERRA DE NADIE
En
la tierra de nadie siempre hay huellas
rotundas y recientes, resonando
los pasos fugitivos de criaturas
o ciervos asustados, galopando.
Te
agachas y compruebas en el barro
el surco de la angustia cenicienta:
aquí uno se detuvo, se ve el peso
de una marcha forzada y polvorienta.
Encima
de estas huellas hubo un ansia
buscando, a sus costados, la alegría.
Al ansia se abrazaba una estatura
que acaso, en esta hora, ya está fría.
Poblada
está de pasos esta tierra
de nadie y de nosotros, los tenaces
que esperan que la fe tenga un sentido
profundo, cual los duelos más feraces.
¡Oh
viento de corceles desbocados,
tormenta con las crines de basalto
A esta tierra de luto, que es un pozo,
lluévela con tu ejército de rayos.
CARMEN
CONDE
España-1907
De “En la tierra de nadie”
Madrid, 11-6-03
EN
LA TIERRA DE NADIE
En
la tierra de nadie se acumulan
ardientes soledades que acribillan
los puñales, ligeros, que estimulan
roncas voces que vidas eliminan.
Hay
que ser o no ser, y sin fisuras:
que vivir o morir es el dilema.
Uno va, ¿cómo va? por la espesura
del acoso brutal del alma en pena.
¡Qué
desgaste de bocas sin sonrisas,
qué llagarse los besos en los labios;
cuánto polvo sin agua, cuánta prisa
por hollar con la sangre el lodo fláccido!
Es
andar y tenerse bien erguido,
es nacer a la duda a cada instante.
Es tesón de llegar a donde vamos,
con el sol, con la tierra, con el hambre.
¡Miradme
atosigada por jaurías,
sentidme rechazada por rebaños;
oídme sollozando letanías
de semanas, de horas, de mil años!
CARMEN
CONDE
España-1907
De
“En la tierra de nadie”
Madrid, 12-6-03
EN
LA TIERRA DE NADIE
A
la tierra de nadie, donde espero,
no os invito, criaturas, a buscarme.
Es nación sin gobierno, que prefiero
porque es el gran país de los sin nadie.
No
os convoco (¿os llamé?...), aunque me oigáis
clamando por vosotros –porque os amo-.
Que a mi lado no cuento que vengáis
teniendo el bienestar en vuestra mano.
Solamente
(¡perdón por la ternura,
pues me brota y traiciona su virtud!)
quisiera que advirtierais la pura
corteza que defiende mi actitud.
Andad
como podáis, que vuestro impulso
será medido luego... Y este otro
me irá llevando lento con su curso,
bastándonos al fin el frío reposo.
CARMEN
CONDE
España-1907
De “En la tierra de nadie”
Madrid, 13-6-03
EN
LA TIERRA DE NADIE
Detengo
el caminar por estos versos
que recogen pedazos de memoria,
porque es mucho y es nada tanto tiempo
ofrecido a la fuga de una historia.
Aunque
dije y diría, ¿qué palabra
es la exacta versión de lo infinito?
Aunque anduve y conté, ¿cómo se habla
para hacer que se entienda lo inaudito?
¡Oh,
qué tierra la mía, tan extensa
y tan breve que cabe en mi persona!
Una zanja de fuego es su defensa
y un espino sin flores la corona.
Que
los tibios y ajenos no se mezclen,
que ninguno me escuche cuando clame.
Estoy sola y lo sé (¡que no se acerquen!),
por la tierra de Dios, tierra de nadie.
CARMEN
CONDE
España-1907
De “En la tierra de nadie”
La
inundación crecía. El campo raso, los declives,
los árboles menudos se recluían en charcos, algunos
de los cuales, al juntarse, se hacían lagos. Una
alondra cantaba en el cielo demasiado gris. Aquí y
allá las burbujas sesgaban la superficie de las aguas,
cuando no fuere algún minúsculo roedor que
escapaba a nado. Todavía estaba intacto el camino.
Se distinguían las inmediaciones de una aldea.
Resueltos y felices seguíamos nuestra marcha. Yo
caminaba entre Ti y esa otra que eras Tú. Cada una
de mis manos sujetaba vuestro seno desnudo. Los
lugareños nos saludaban favorablemente desde la
linde de sus puertas, afanados en alguna tarea de
carpintería. Mis dedos escondían vuestra maravilla.
¿Les hubiera chocado? Una de vosotras se detuvo a
platicar y a sonreír. Nosotros proseguimos. En
adelante tenía la naturaleza a mi derecha y por
delante el camino. A lo lejos un buey, en medio, nos
llevaba la delantera. Me pareció que temblaba la lira
de sus cuernos. Te amaba, pero reprochaba a la que
se había rezagado entre los moradores de las casas
que se hubiese mostrado demasiado familiar. Cierto
que ella sólo podía figurar entre nosotros como tu
infancia rezagada. Me rendía a la evidencia. En la
aldea la retendrían la escuela y esa manera de
temporizar con el peligro que tienen las
comunidades aguerridas. Incluso con el de la
inundación. Habíamos alcanzado ya el lindero de
árboles viejos y la soledad de los recuerdos. Quise
averiguar tu nombre eterno y querido que había
olvidado mi alma. “Yo soy la minuciosa”. Nos
adormeció la belleza de las aguas profundas.
RENÉ CHAR
Francia-1907
De
“La palabra en archipiélago”
El
poeta se apoya, durante el tiempo de su vida,
en algún árbol, o en el mar, o en el talud, o en un
determinado color de nube, por un momento, si así
lo quiere la circunstancia. Su amor, su sorprender, su
felicidad tienen su equivalente en todos los lugares a
los que nunca fue, a los que nunca irá, entre los
extraños a quienes no conocerá. Cuando se levanta
la voz en su presencia, y se le apremia a aceptar
miramientos que retardan, si a propósito de él se
invoca a los astros, responde que es del país de al
lado, del cielo que acaba de hundirse.
El
poeta vivifica, corre luego al desenlace.
Al
atardecer, pese a algunos hoyuelos de aprendiz
de la mejilla, es un caminante cortés que precipita
las despedidas para estar presente cuando el pan sale
del horno.
RENÉ CHAR
Francia-1907
De
“La palabra en archipiélago”
Madrid, 18-6-03
Al amanecer, sólo una vez, la vieja nube rosa
despoblada sobrevolará los ojos distantes en lo
sucesivo, en la majestad de su libre lentitud;
después, vendrá el frío, el inmenso ocupante, luego
el tiempo que no tiene lugar.
En
la largura de sus dos labios, en tierra común, de
repente, el allegro, desafío de este desecho sagrado,
se abre camino y refluye hacia los vivos, hacia la
totalidad de hombres y de mujeres en duelo por una
patria interior, quienes, errantes para no asemejarse,
van a ponerse a prueba a través de Mozart.
-Bienamada,
cuando sueñas en voz alta, y
casualmente pronuncias mi nombre, tierno vencedor
de nuestros espantos conjugados, de mi solitario
descrédito, clara es la noche para la travesía.
RENÉ CHAR
Francia-1907
De
“La palabra en archipiélago”
Madrid,
19-6-03
¿Por
qué has de mecerte sin fin, rosal, con larga
lluvia, con tu doble rosa?
Como dos avispas maduras quedan sin vuelo.
Las veo con mi corazón, pues mis ojos están
cerrados.
Por
encima de las flores mi amor no ha dejado sino
viento y nube.
RENÉ CHAR
Francia-1907
De “La palabra en archipiélago”
Madrid,
20-6-03
–
¿Por qué este ardor, joven faz?
– Ya parto, se desvanece el verano.
A grandes rasgos me lo dice el miedo
Antes que el agua gris y que las ramas.
– Con los puños en las rodillas, ángel sagaz;
Mi látigo restalla contra tu ala.
RENÉ CHAR
Francia-1907
De
“La palabra en archipiélago”
(A
los perros de Atenas)
Un
dios extraño acecha, con horrible garganta:
Ladrad, ladrad conmigo porque está oscuro en torno.
Las manos se perderán por la cañada negra
donde ¡inútil llevar vuestra nariz por guía!...
Un
dios vendrá, increíble como un feto del miedo,
que no tendrá los muslos luminosos de Apolo
ni el costado aterido que transió la lanzada,
que no nos mandará su mensaje en centellas
ni contará en los diez dedos su ley escrita.
Yo
os llamo porque sólo vuestra voz extrahumana
debe aullar. ¡Escarbad la tierra sobre el VERBO!
Solamente a vosotros es dada la elegía
que merece el insomnio cuando es la noche oscura,
cuando María pasa, llorando, en las tinieblas...
ROSA
CHACEL
España-1899
De
“Versos prohibidos”
(Dedicatoria
de Teresa)
Bajo
estrellas ajenas se despierta
de un sueño de distancia, sin consuelo,
al olvido, a la angustia y al desvelo,
a la errabunda soledad incierta.
Pende
la mano del Destino, yerta,
sin señalar la ruta en tierra o cielo
y escondiendo sus dones bajo el velo,
ríe el Azar en su dorada puerta.
No
sabe qué hora es esta hora oscura
ni si la luz comienza o agoniza,
ni por qué vino, pues no fue llamada...
Sobre
el pecho y la frente, a la ventura,
llevará un MISERERE de ceniza,
por el delito de existir culpada.
ROSA
CHACEL
España-1899
De
“Versos prohibidos”
¿Dónde
habitas, amor, en qué profundo
seno existes del agua o de mi alma?
Lejos, en tu sin fondo abismo verde,
a mi llamada pronto e infalible.
Nuestras
frentes unánimes separa
frío, cruel cristal inexorable.
Zarzas
de tus cabellos y los míos
tienden, en vano, a unir lindes fronteras.
Sobre
el mío y tu cuello mantenido
un templo de distancia en dos columnas
silencio eterno guarda entre sus muros;
nuestro mutuo secreto, nuestro diálogo.
Silencio
en que te adoro, en que te encierras,
recinto de silencio inaccesible
y lugar a la vez de nuestras citas.
¡Siglos
espero frente a la cruenta
muralla dura que lamento inerme!
Eternidades
entre nuestras bocas
a cien brisas y a cien vuelos de pájaro.
¿Para
qué pies que hollaban la pradera
jóvenes, blancos corzos corredores
si no me llevan hacia ti ni un punto?
¿Para
qué brazos tallos de mis manos
si jamás alcanzarán a estrecharte?
¡Límpida,
clara linfa temblorosa
jamás en nuestro abrazo aprisionada!
¿Para
qué vida, en fin, si vida acaba
en el umbral de la mansión oscura
donde moras sin hálito, en el vidrio
que con mi aliento ni a empañar alcanzo?
¡Oh,
sueño sin ensueño, muerte quieta
lecho para mi anhelo, eterno insomne!
¡Único
al fin reposo de mis ojos
tu infinito vacío negro espejo!
ROSA
CHACEL
España-1899
De
“Versos prohibidos”
Tarde
en el Zoo de La Plata
La
culpa se levanta al caer de la tarde,
la oscuridad la alumbra,
el ocaso es su aurora...
Se
empieza a oír la sombra desde lejos
cuando el cielo está limpio aún sobre los árboles
como una pampa verdeazul, intacta,
y el silencio recorre
los quietos laberintos de arrayanes.
Llegará
el sueño: alerta está el insomnio.
Antes que caiga la cortina oscura,
gritad al menos, hombres,
como el pavón metálico que grazna su lamento
desgarrado en la rama de araucaria.
Gritad con voces múltiples,
piad entre la enredadera,
entre las hiedras y rosales trepadores.
Buscad refugio en las glicinas
con los gorriones y zorzales
porque avanza la onda de la noche
y su ausencia de luz,
y su implacable huésped
de suaves pasos, el peligro...
ROSA
CHACEL
España-1899
De
“Versos prohibidos”
Madrid, 27-6-03
Penetramos,
¡oh divina alegría! en tu santuario.
Schiller
Tu
santuario, ¡oh divina Alegría! se eleva
como la ola, espuma de agua sobre las aguas
del mar; arquitectura, cúpulas y arbotantes
de agua, sosteniendo a la ola, agua pura.
Así,
tú, de ti misma te encrespas y susurras
soberana recubres, transportas y atropellas...
tu glorioso esplendor centellea en las playas,
en las mentes y alientos, en latidos y gritos.
Tu ímpetu te asemeja a la ola estruendosa.
La
ola es un suspiro, una risa radiante,
espuma de poder rizada en espirales
que caen y se levantan: caen por su propia fuerza,
su caer es seguir para de nuevo alzarse,
es llevar mantenida la impecable voluta
de gloria geométrica –impulso y cumplimiento...
Así
mismo es tu fórmula. En el crisol fundidas
van pregunta y respuesta, van petición y dádiva
fieles, indivisibles, rimando con la dicha.
Breve en tu eternidad ¡oh divina! en tu instante,
burbujas de la sangre alzan tu alcázar, súbitas.
Con
llamas de la sangre inflaman tu edificio,
ígneas salas de luz rosada, primavera
de sangre en erección, en columnas y criptas
palpitantes, en sótanos en donde aún la risa
no es carcajada: es sólo tierno ovillo de sangre.
Tú,
falena, aleteas ¡divina! en el plafón
de tu santuario, unánimes, galopan los caballos
con impulso gemelo. Luz roja de la sangre
tiñe sus blancos pechos, sus grupas afrodíticas.
El
incienso, en tu templo, lanza aromas de triunfo
que escapan de las brasas en el botafumeiro
del corazón, que exulta y golpea los muros
con el ritmo del verso del himno a ti debido.
Canta y prodiga notas que del oro no tienen
más que el incorruptible sonido: cornucopia
que la sangre acuñada por el deseo esparce.
Tu
santuario es aurora que despierta al dormido;
no hay que ir paso a paso hacia tu umbral, te ciernes
o te inflamas o estallas sobre el alma, y el alma
poseída por ti, está en ti y en sí misma...
Tu
santuario, ¡oh divina alegría!, se eleva
sobre la roca, torres, poterna y puente alzado
-la luz no reverbera ni hace temblar las líneas-.
Silueta que recorta la tijera de un niño
y pega en el espacio del ocaso verdoso
-turquesa exangüe, fija detrás del horizonte-
como ejercicio de hábil constructor parvular.
El
recuerdo, artesano de inmarcesible infancia,
te edifica un santuario de neta lejanía,
de planos primitivos, sin ambiente, desnudos
arcos donde, al pasar, pliega el Ángel las alas.
Muro,
adarve, atalaya, torre del homenaje
tu santuario ¡oh divina! ahora es fortaleza
inexpugnable –término trivial si roca fuese-,
inexorable, puesto que solamente es brillo
del diamante, del iceberg que flota como un templo
y los barcos se estrellan contra él, si pretenden
orar bajo su nave, que luz polar traspasa.
Como
la ola es agua, también es agua el témpano
mas no ríe, reluce con prístina fijeza
en un mundo que niega a la vida el acceso.
Tu
templo es el cristal, el prisma de carbono
purísimo, tan puro, tan duro, invulnerable
al golpe del martillo. Impasible a las lágrimas,
finge, como ellas, agua en quietud poliédrica.
Tú,
lejos refulgente, eres, puesto que fuiste...
Pero la estrada asciende hacia ti, ángulo agudo
en que ruedan... rodamos los que jamás, jamás,
nunca jamás podremos llegar a los umbrales
de tu santuario, nunca penetrar en tu aurora.
¡Nunca
jamás! y siempre recordando tu rostro
como un bien que tuvimos –la dracma inolvidable
que se busca a la luz de un candil de memoria.
¡Y
no querer siquiera emprender el camino
hacia ti! ¡Y no dudar siquiera, grata duda
oculta entre los velos de la desesperanza!
Y
temer, ¡oh terror! que llegue al fin un día
en que, al oír tu nombre, pregunte: ¿De quién hablan? ...
ROSA
CHACEL
España-1899
De
“Versos prohibidos”
Por
un instante fui la brisa
tersa y desnuda en el espacio.
Con ilusoria luz fui por el mundo
pidiendo amor a tristes labios.
Fui
esclava luz de aquellos cuerpos.
Leve rubor que nace alado,
que vibra alado, que acaricia
frentes, cabellos, torsos, brazos.
Iba
el rubor, dulce insistía.
¡Cuán tibiamente delicado!
Almas ponía del color
suave, encendido del ocaso.
Pero
los cuerpos no supieron.
Siempre los cuerpos rechazaron
y aquella brisa lentamente
fue su color leve apagando.
Brisa
que fui. Brisa que quiere
ir todavía por los campos.
CARLOS
BOUSOÑO
España-1923
De
“Primavera de la muerte”