Madrid, 2-1-03

LA SORPRESA

             Se lo encontró de pronto. Estaba
en un recodo del sendero:
la frente helada contra el polvo,
los labios duros contra el suelo.

Así, de bruces, como estaba,
no consiguió reconocerlo.
Viniera luego la sorpresa,
cuando lo puso cara al cielo.

            Quedóse mudo contemplando
aquel olvido de hombre. (Dentro,
el corazón se le ponía
como color de mucho tiempo.)

            Después se vio crecer palabras
garganta arriba, sangre adentro:
"Pero estos ojos, esta cara,
pero estas torpes manos, pero

(quitó una hormiga que cruzaba
el vaso roto de los besos)
estas piernas que ya no son
ni pedestal ni movimiento, 

esta figura que, truncada,
reposa aquí, todo este cuerpo,
yo que lo he visto erguido y firme
más de una vez, no lo recuerdo."

            Desde el hondor de la memoria,
como un redondo y largo eco,
su propia voz le dio la clave
con pronunciar tan sólo: "Espejo."

             Se incorporó. Dos sombras de hombre
pasaron cerca, pero lejos.
Le fue ganando una profunda
desesperanza, un torvo miedo,

             un gran terror… Fuera de sí,
dentro de sí, se hizo el silencio.
Y volvió a andar. ¡Ni él mismo fue
samaritano de su muerto!

 CARLOS MURCIANO
(España-1931)


Madrid, 3-1-03

LA MUERTE ESTÁ SENTADA
A LOS PIES DE MI CAMA

Mi cama está deshecha: sábanas en el suelo
y frazadas dispuestas a levantar el vuelo.
La muerte dice ahora que me va a hacer la cama.
Le suplico que no, que la deje deshecha.
Ella insiste y replica que esta noche es la fecha.
Se acomoda y agrega que esta noche me ama.
Le contesto que cómo voy a ponerle cuernos
a la vida. Contesta que me vaya al infierno.
La muerte está sentada a los pies de mi cama.
Esta muerte empeñosa se calentó conmigo
y quisiera dejarme más chupado que un higo.
Yo trato de espantarla con una enorme rama.
Ahora dice que quiere acostarse a mi lado
sólo para dormir, que no tenga cuidado.
Por respeto me callo que sé su mala fama.
La muerte está sentada a los pies de mi cama.

ÓSCAR HAHN
(Chile-1938)


Madrid, 7-1-03

 DETRÁS DE AQUELLA PUERTA

En algún lugar del gran muro inconcluso está la puerta,
aquella que no abriste
y que arroja su sombra de guardiana implacable en el revés
            de todo tu destino.
Es tan sólo una puerta clausurada en nombre del azar,
pero tiene el color de la inclemencia
y semeja una lápida donde se inscribe a cada paso lo
            imposible.
Acaso ahora cruja con una melodía incomparable contra el
            oído de tu ayer,
acaso resplandezca como un ídolo de oro bruñido por las
            cenizas del adiós,
acaso cada noche esté a punto de abrirse en la pared final

            del mismo sueño
y midas su poder contra tus ligaduras como un desdichado
            Ulises.
Es tan sólo un engaño,
una fabulación del viento entre los intersticios de una historia
            baldía,
refracciones falaces que surgen del olvido cuando lo roza la
            nostalgia.
Esa puerta no se abre hacia ningún retorno;
no guarda ningún molde intacto bajo el pálido rayo de la
            ausencia.
No regreses entonces como quien al final de un viaje erróneo
-cada etapa un espejo equivocado que te sustrajo el mundo-
descubriera el lugar donde perdió la llave y trocó por un
nombre confuso la consigna.
¿Acaso cada paso que diste no cambió, como en un ajedrez,
la relación secreta de las piezas que trazaron el mapa de toda
            la partida?
No te acerques entonces con tu ofrenda de tierras arrasadas,
con tu cofre de brasas convertidas en piedras de expiación;
no transformes tus otros precarios paraísos en páramos y
            exilios,
porque también, también serán un día el muro y la añoranza.
Esa puerta es sentencia de plomo; no es pregunta.
Si consigues pasar,
encontrarás detrás, una tras otra, las puertas que elegiste.
 

OLGA OROZCO
(Argentina-1920)


Madrid, 8-1-03

ASÍ FUE

Así fue: cuando entraron a llevarse
sus despojos del cuarto en que vivía,
esto fue lo que hallaron: sobre el piso
pedazos de papel, páginas mustias
con fragmentos de claves y ecuaciones
para medir la soledad y el llanto.
En una de esas páginas decía:
"Multiplicad el número de lágrimas
que un hombre desaloja en su existencia,
por el cuadro del dolor del mundo,
y hallaréis el misterio de la muerte".
A la orilla de un pliego esta pregunta:
"¿Serán iguales las palpitaciones
del corazón al cintilar de un astro?"
En un pequeño trozo estas palabras:
"¡Yo volveré" ¿De dónde? ¡No se sabe!
Unicamente volveré exclamaba.
Hallaron su ficción de una luciérnaga
amada por un simio gigantesco.
Y preludios de cánticos y de himnos
y músicas y músicas y músicas
dispersas en los míseros fragmentos.
Deforme todo o celestial, en esas
lacerantes memorias del extraño.
Se le encontró también un telescopio,
un sextante nocturno y una brújula
y un planisferio de constelaciones.
Y esto más: unos guantes de trabajo
muy sucios y en algunos dedos rotos.
Sí. Le hallaron sus guantes amarillos.

GERMÁN PARDO GARCÍA
(Colombia-1902)
De "Labios nocturnos"


Madrid, 9-1-03

VINO. DEJÓ LAS ARMAS

Vino. Dejó las armas,
las garras, la maleza.

La suavidad que sube,
la suavidad que reina
sobre la voz, el paso,
sobre la piel, la pierna,
arrebató su cuerpo
y estremeció sus cuerdas.

Se consumó la fiera.

La noche sobrehumana
la sangre ungió de estrellas,
relámpagos, caricias,
silencios, besos, penas.

Memoria de la fiera.

Pero al venir el alba
se abalanzó sobre ella
y recobró las armas,
las garras, la maleza.
Salió. Se fue dejando
locas de amor las puertas.

Se reanimó la fiera.

Y espera desde entonces
hasta que el hombre vuelva.

MIGUEL HERNÁNDEZ
(España-1910)
De "Cancionero y romancero de ausencias"


Madrid, 10-1-03

EN VIDA

Un hombre se levanta y mira el universo
Con sus pastores cálidos de primera mañana
Un hombre se incorpora y mira sus misterios
Multiplicados en sorpresas de aire y piedra
En peso sobre el pecho de niño atardecido
Que llora un mundo que lo ahoga
Y siempre comienza fuera de sus manos
Un hombre se incorpora y mira las estrellas
Delante de las fuentes de sí mismas
Ocultando su ser y diciendo que son...
Los astros inspirados en su calma de suelo
Con los labios callados
Y sus alientos que envuelven climas preferidos

Un hombre se levanta y se mira desnudo
Y tan lleno de herencias tan vestido
De cosas que no sabe de dónde le vienen
Tan solitario y en eterno diálogo
Para que el universo no se le muera en las entrañas
Un hombre se levanta y se acerca a sus pasos
Se acerca temblando a su destino hospitalario
A su manera de ser vida
Con las alas abiertas y las heridas de la tierra en su garganta
Un hombre se acerca a su andar de signo triste
A su manera de ser muerte
Con las células dadas a otras formas

Un hombre se levanta y se acerca al corazón
Para ahondar la vida que lo ahoga
Espera el brote de un árbol en su espalda
Y llora porque la noche hace llorar al mar

Un hombre se levanta y se llena de recuerdos
Desarticula los sepulcros
Contempla los destinos y los augurios de la fuerza
Y contempla las flores que se salen de madre
Y se contempla
Trasladado de piedra a ruido de eternidad
Y escucha y se escucha
Siente andar en sus pies las selvas que se abrigan en el verano
Y se entrega al olvido

Un hombre se levanta y marcha hacia sus límites

VICENTE HUIDOBRO
(Chile-1893)


Madrid, 13-1-03

LA SANDALIA DE EMPÉDOCLES

 1

Cuando Empédocles de Agrigento
hubo logrado los honores de sus conciudadanos
-y los achaques de la vejez-,
decidió morir. Pero como
amaba a algunos y era correspondido por ellos,
no quiso anularse en su presencia, sino que prefirió
entrar en la Nada.
Los invitó a una excursión. Pero no a todos:
se olvidó de algunos
para que la iniciativa
pareciera casual.
Subieron al Etna.
El esfuerzo de la ascensión
les imponía el silencio. Nadie dijo
palabras sabias. Ya arriba,
respiraron profundamente para recuperar el pulso normal,
gozando del panorama, alegres de haber llegado a la meta.
Sin que lo advirtieran, el maestro los dejó.
Al empezar a hablar de nuevo, no notaron
nada todavía; pero, a poco,
echaron de menos, aquí y allá, una palabra, y le buscaron
            por los alrededores.
Él caminaba ya por la cumbre
sin apresurarse. Sólo una vez
se detuvo: oyó
a lo lejos, al otro lado de la cima,
cómo la conversación se reanudaba. Ya no entendía
las palabras aisladas: había empezado la muerte.
Cuando estuvo ante el cráter
volvió la cabeza, no queriendo saber lo que iba a seguir,
pues ya no le atañía a él; lentamente, el anciano se inclinó,
se quitó con cuidado una sandalia y, sonriendo,
la arrojó unos pasos atrás, de modo
que no la encontraran demasiado pronto, sino en el
            momento justo,
es decir, antes de que se pudriera. Entonces
avanzó hacia el cráter. Cuando sus amigos
regresaron sin él, tras haberle buscado,
a lo largo de semanas y meses, poco a poco, fue creándose
su desaparición, tal como él había deseado. Algunos
le esperaban todavía, otros
buscaban ya explicaciones. Lentamente, como se alejan
en el cielo las nubes, inmutables, cada vez más pequeñas,
            sin embargo,
sin dejar de moverse cuando no se las mira y ya lejanas
al mirarlas de nuevo, acaso confundidas con otras,
así fue él alejándose suavemente de la costumbre.
Y fue naciendo el rumor
de que no había muerto, puesto que, se decía, no era mortal.
Le envolvía el misterio. Se llegó a creer
que existía algo fuera de lo terrenal, que el curso de las cosas
            humanas
puede alterarse para un hombre. Tales eran las habladurías
            que surgían.
Mas se encontró por entonces su sandalia, su sandalia de
            cuero,
palpable, usada, terrena. Había sido legada a aquellos
que cuando no ven, en seguida empiezan a creer.
El fin de su vida
volvió a ser natural. Había muerto como todos los hombres.

2

Describen otros lo ocurrido
de forma diferente. Según ellos, Empédocles
quiso realmente asegurarse honores divinos;
con una misteriosa desaparición, arrojándose
de modo astuto y sin testigos en el Etna, intentó crear la
            leyenda
de que él no era de especie humana, de que no estaba
            sometido
a las leyes de la destrucción; pero, entonces,
su sandalia le gastó la broma de caer en manos de sus
            semejantes.
(Algunos afirman, incluso, que el mismo cráter, enojado
ante semejante propósito, escupió sencillamente la sandalia
de aquel degenerado bastardo.) Pero nosotros preferimos
            creer
que si realmente no se quitó la sandalia, lo que debió ocurrir
            es
que se olvidaría de nuestra estupidez, sin pensar que
            nosotros
en seguida nos apresuramos a oscurecer aún más lo oscuro
y antes que buscar una razón suficiente, creemos en lo
            absurdo. Y la montaña, entonces
-aunque no indignada por aquel olvido ni creyendo
que Empédocles hubiera querido engañarnos para alcanzar
            honores divinos
(pues la montaña ni tiene creencias ni se ocupa de nosotros),
pero sí escupiendo fuego como siempre-, nos arrojó
la sandalia, y de esta forma sus discípulos
-que ya estarían muy ocupados husmeando algún gran
            misterio,
desarrollando alguna profunda metafísica-
se encontraron, de repente, consternados, con la sandalia del
            maestro entre las manos;
una sandalia de cuero, palpable, usada, terrena.

BERTOLT BRECHT
(Alemania-1898)


Madrid, 14-1-03

GUÁRDAME EL TIEMPO

Vuelves a renovarme el don perpetuo.
Otra vez eres ése
que me enseñó las señales del alba,
el que salvó una hormiga en el borde del vaso.

Vuelves para pedirme que reúna
la corte de los gatos,
que te ampare de aquel golpe en la nuca,
que te dé mi tristeza como un sorbo,
que te recorte alguna uña,
que me moje de ti,
que te alcance el café,
que no oscurezca,
que me case contigo esta noche otra vez.

Se nos quedaron muchas cosas sin hablar,
necesitamos una cita,
porque
¿a quién le doy tantas caricias
que sobraron,
aquellas que olvidé ponerte sobre el pecho?
¿A quién le cuento
que te he planchado, creyendo que era tela,
tu perfil de muchacho?
¿A quién convido ahora con mis piernas
y le enseño el jazmín que nació anoche,
y le pongo una abeja a que le pique,
y le saludo la inocencia?
¿A quién le miento y juro,
a quién le tiro un pan contra la oreja,
a quién le digo que lo odio,
y luego, que lo amo?
¿A quién le digo hijo,
y me lo paso por dentro como un trapo?

Sé bien que estás metido en nuestros átomos,
que te mueves en ese aire que espantó esta página,
que observas desde los retratos,
que te has caído hoy contra mi pecho
y para que seamos uno solo
hasta este propio corazón
me lo has parado;
sé que estoy muerta
soñando que te busco por el cuarto.

Guárdame el tiempo,
guárdamelo.
Estoy segura de que puedes.
Así no ha de caer la luna
ni tendrás que morirte en la mañana
y el jueves será eterno
y te besaré siempre como en el veinticuatro
de septiembre
de mil novecientos ochenta y uno.
Guárdame el tiempo.
Guárdamelo.

¡Que no pase ni un minuto,
que nada ciego nazca,
que no se invente un aparato de tortura
ni estalle otra contienda contra el hombre,
que no cacen más pájaros,
que no se malogre la pureza,
que vuelvas
a ser
y aquel esplendor tuyo se mezcle, poderoso,
a mis harapos:

Guárdame el tiempo,
guárdamelo.

Te lo pido con rabia,
con ternura,
con todo lo que no es palabra.
Para que siempre seamos lo estupendo:
hombre y mujer
girando,
nueva especie del mundo;
ya casi un milagro.
Pues me han salido en la cara tus ojos
y a ti en el rostro mi boca
y no sé cuando te miro si eres tú quien me mira
ni cuando tú me besas
si soy yo quien te está besando.

CARILDA OLIVER LABRA
(Cuba-1924)
De "Se me ha perdido un hombre"


Madrid, 15-1-03

VERBO

¿De dónde, de dónde acuden
huestes calladas,
a ofrecerme sus poderes,
santas palabras?
Como el arco de los cielos
luces dispara
que en llegarme hasta los ojos
mil años tardan,
así bajan por los tiempos
las milenarias.
¡Cuántos millones de bocas
tienen pasadas!
En sus hermanados sones,
tenues alas,
viene el ayer hasta el hoy,
va hacia el mañana.
¡De qué lejos misteriosos
su vuelo arranca,
nortes, y sures y orientes,
luces romanas,
misteriosas selvas góticas,
cálida Arabia!
Desde sus tumbas, inúmeras
sombras calladas,
padres míos, madres mías,
a mí las mandan.
Cada día más hermosas,
por más usadas.
Se ennegrecen, se desdoran
oros y plata:
"hijo", "rosa", "mar", "estrella",
nunca se gastan.
Bocas humildes de hombres,
por su labranza,
temblor de labios monjiles
en la plegaria,
voz del vigía gritando
-el de Triana-
que por fin se vuelve tierra
India soñada.
Hombres que siegan, mujeres
que el pan amasan,
aquel doncel de Toledo,
"corrientes aguas",
aquel monje de la oscura
noche del alma,
y el que inventó a Dulcinea,
el de la Mancha.
Todos, un sol detrás de otro,
la vuelven clara,
y entre todos me la hicieron,
habla por habla,
soñando, sueña que sueña,
canta que canta.
Delante la tengo ahora,
toda tan ancha,
delante de mí ofrecida,
sin guardar nada,
onda tras onda rompiendo,
en mí -su playa-,
mar que llevo a todas partes,
mar castellana.
Si yo no encuentro el camino
mía es la falla:
toda canción está en ella,
isla ignorada,
esperando a que alguien sepa
cómo cantarla.

¡Quién hubiera tal aventura,
una mañana;
mi mañana de San Juan
-Alta mi caza-
en la orilla de este mar
quién la encontrara!
¿Qué hay allí en el horizonte?
¿Vela es, heráldica?
Una blancura indecisa
-puede ser ala-
hacia mi trémula espera,
¿sueña o avanza?
Se acerca, y dentro se oyen
voces que llaman;
suenan -y son las de siempre-
a no estrenadas.
De entre tantas una sube,
una se alza,
y el alma la reconoce:
es la enviada.
Virgen radiante, el camino
que yo buscaba,
con tres fulgores trisílaba,
ya me lo aclara;
a la aventura me entrego
que ella me manda.
Se inicia -ser o no ser-
la gran jugada:
en el papel amanece
una palabra. 

PEDRO SALINAS
(España-1891)
De "Todo más claro, y otros poemas"


Madrid, 16-1-03

3 HORAS, 16 MINUTOS Y 30 SEGUNDOS

se supone que soy un gran poeta
y tengo sueño por la tarde
sé que la muerte es un toro gigantesco
dispuesto a embestirme
y tengo sueño por la tarde
sé que hay guerras y hombres que pelean en el ring
sé que hay buena comida, buenos vinos, buenas mujeres
y tengo sueño por la tarde
sé que hay una mujer que me ama
y tengo sueño por la tarde,
me inclino hacia el sol tras una cortina amarilla
y me pregunto adónde habrán ido las moscas del verano
recuerdo la muerte tan sangrienta de Hemingway
y tengo sueño por la tarde.

algún día no tendré sueño por la tarde
algún día escribiré un poema que encenderá volcanes
en las colinas que están ahí fuera
pero ahora mismo tengo sueño por la tarde
y alguien me pregunta "Bukowski, ¿qué hora es?"
y yo contesto "3 horas, 16 minutos y 30 segundos".
me siento muy culpable, me siento asqueroso, inútil,
demente, tengo sueño
por las tardes,
están bombardeando iglesias, bien, eso está bien,
los niños montan en ponys en los parques, eso está bien,
las bibliotecas están llenas de miles de libros sabios,
hay música grandiosa encerrada dentro de la radio
y yo tengo sueño por la tarde,
tengo una tumba dentro de mí diciendo,
bah, deja que lo hagan los demás, déjales que ganen,
déjame dormir,
el ingenio está a oscuras
barriendo la oscuridad como una escoba,
me voy a donde han ido las moscas del verano,
intentad atraparme.

CHARLES BUKOWSKI
(Alemania-1920)


Madrid, 17-1-03

 SEQUÍA

¡Cuánta sed la mía! Vuelca lluvia frondosa
sobre mi lengua enorme, grande porque es la tierra.
Híncheme los riachuelos, precipítame ramblas…
¡Lluéveme sin desorden! Soy un barro gimiente
que aunque te embeba íntegro te seguirá en acecho.
Es mi sed muy antigua; se confunde contigo
cuando eras con el Fuego una criatura unísona.

Son de incendio mis manos. Echo humo amarillo
que se vuelve violeta al airear su greña.
¡Estas sedes tan rígidas me desucan, estiran
los alaridos roncos del querer anegarse!
Ven. Deshazte en mis labios y aprende
que esta sed que rujo es más fiera que el tigre,
¡Oh tu agua de lluvia; ponla pronto en mi lengua!
Por las gargantas agrias que no tienen resuello
yo te pido que lluevas, que desciendas raudante.

CARMEN CONDE
(España–1907)  


Madrid, 20-1-03

YA NO TE GUARDARÉ

Ya no te guardaré, se deshizo la música
donde me pareció que estabas.
Eran cristales rotos, o arena, no sé bien:
yo pisé y comprendí.

Comprendí con asombro que el tiempo se estiraba
desesperado y sin sentido
y que yo no era nadie
excepto el que te amó.

Eran cristales rotos, piedras o desventuras,
eran cuerpos enormes o cenizas, no sé.
Yo pisé y comprendí.

RAÚL GUSTAVO AGUIRRE
(Argentina-1927)


Madrid, 21-1-03

ALETHEIA

Ni tregua ni piedad para la que devora el sol: hay
    que apresarla a tiempo.

Hay que descubrir con rapidez su secreto y destruirla,
    de lo contrario, uno de los dos morirá.

Vencida, volverá a volar con el alba, y ése es tu placer
    y tu gloria, oh desventurado.

RAÚL GUSTAVO AGUIRRE
(Argentina-1927)


Madrid, 22-1-03

ERES, AHORA ERES...

Eres, ahora eres, nostalgia de lo ido,
ausencia de la ausencia, olvido del olvido.
Te busco en otros seres: eres, ahora eres,
aquello que no eres.

¿Te he de encontrar un día? No hay día por delante.
Sólo esta noche, con el agravante
de la continuidad en la pregunta.

Estamos atrapados. La eternidad se agota.
La recta infinitud está doblada y rota.
Eres, ahora eres, toda la nada junta.

RAÚL GUSTAVO AGUIRRE
(Argentina-1927)


Madrid, 23-1-03

ELLA VINO

Ella vino y tras ella
vino todo el dolor
luciérnagas y ruinas

sálvame dijo existe
mi secreto es grave
en mi cuerpo hay amor

viñas de madrugada
corales del olvido
en sus ojos temibles

su cuello azul como el fondo del mar.

RAÚL GUSTAVO AGUIRRE
(Argentina-1927)


Madrid, 24-1-03

EN LA NOCHE

Comprendo
que esta noche
mis ojos no se cierren
aunque el viento
 y el río aun
estén ya silenciosos.

¿Por qué no me abandonas
una vez más a las tinieblas
tú también?
¿Por qué tan necesario
te soy, tan olvidado
de ti, tan desprovisto
de palabra y de firme
verdad?

Por qué con este mudo
no estar, con esta nada,
me interpelas y un último e imposible rumor
parece que quisieran
arrancarme?

(La soledad es dura
y es dura la quietud
de las arenas donde
ha terminado el día
con un leve fulgor
de conciencia y un humo
de dinero
ganado
y perdido y sucesos
que nunca más ocurrirán. Un día
al que también has devorado
o admitido
noblemente,
exponiéndote a todo,
complicando tu suerte con la mía
cada vez más. ¿Es esto
tal vez lo que querías te dijera,
oh Solitaria?

¿Esto tal vez querrías
escuchar tras el muro
que no te deja ver, que de nosotros
cruelmente te separa hasta el momento
en que, quieto el zumbido
de la última mosca,
quietos al fin el polvo y el sonido
-algo como esta noche y este hablar, pero más
    hondo, más intenso-
comencemos a ver,
ya libres y arrancados
de la alegría y el dolor.

RAÚL GUSTAVO AGUIRRE
(Argentina-1927)


Madrid, 27-1-03

YA ES ASÍ

Cada vez más caídos,
más distantes de las superficies castigadas por los pies
    de los combatientes
o más lejos de los que apoyándose en voz baja sobre
    mis hombros quisieran retenerme como pedazo vacilante
    de tierra.
Veo mi sangre a un lado de mi cuerpo,
fuera de él precipitarse como un vértigo frío.
Y esta lengua,
esta garganta constituida ya para ahogar ese poco de agua
    que se oye siempre en todos los adioses,
esta lengua y esta garganta me hacen pesado el mundo,
huir y enmudecer antes de tiempo.
    Allá abajo,
perdido en esa luz que me trata lo mismo que a un muerto
    más entre las tumbas,
junto al peligro de los nombres que se pulverizan,
con la lejana tristeza del que no pudo hablar de sus viajes,
a derecha e izquierda de los demasiado solos te espero.

RAFAEL ALBERTI
(España-1902)
De "Sermones y moradas"


Madrid, 28-1-03

MILLARES 1965

En Roma o en París,
Nueva York, Buenos Aires, Madrid, Calcuta, El Cairo...
en tantísimas partes todavía,
hay arpilleras rotas,
destrozados zapatos adheridos al hueso,
muñones, restos duros,
basuras calcinadas,
hoyas profundas, secos
mundos de pretéritos oxidados,
de coagulada sangre,
piel humana roída como lava difunta,
rugosidades trágicas, signos que acusan, gritan,
aunque no tengan boca,
callados alaridos que lastiman
tanto como el silencio.
¿De dónde estos escombros,
estos mancos derrumbes,
agujeros en trance de aún ser más agrandados,
lentas tiras de tramas desgarradas,
cuajados amasijos, polvaredas de tiza,
rojos lacre, de dónde?
¿Qué va a saltar de aquí, qué a suceder,
qué a reventar de estos violentos espantajos,
qué a tumbar esta ciega, andrajosa corambre
cuando rompa sus hilos, haga morder de súbito
sus abiertas costuras, ilumine sus negros,
sus minios y sus calcios de un resplandor rasante,
capaz de hacer parir la más nueva hermosura?
Ah, pero mientras tanto,
un "No toquéis, peligro de muerte" acecha oculto
bajo tanta zurcida realidad desplegada.
Guardad, guardad la mano,
no avancéis ningún dedo de los pulidos de uñas.
Ratas, no os atreváis por estos albañales.
Lívidos de la usura, pálidos de la nada,
atrás, atrás; ni un paso por aquí, ni el intento
de arriesgar una huella, ni el indicio de un ojo.
Corre un temblor eléctrico capaz de fulminaros
y una luz y una luz y una luz subterránea
que está amasando el rostro de tan tristes derribos.

RAFAEL ALBERTI
(España-1902)
De "Canciones del alto valle del Aniene y otros versos y prosas"


Madrid, 29-1-03

SONETOS CORPORALES

1

    Lloraba recio, golpeando, oscuro,
las humanas paredes sin salida.
Para marcarlo de una sacudida,
lo esperaba la luz fuera del muro.
    Grito en la entraña que lo hincó, futuro,
desventuradamente y resistida
por la misma cerdada, abierta herida
que ha de exponerlo al primer golpe duro.
    ¡Qué desconsolación y qué ventura!
Monstruo batido en sangre, descuajado
de la cueva carnal del sufrimiento.
    Mama la luz y agótala, criatura,
tabícala en tu ser iluminado,
que mamas con la leche el pensamiento.

2

    Asombro de la estrella ante el destello
de su cardada lumbre en alborozo.
Sueña el melocotón en que su bozo
al aire pueda amanecer cabello.
    Atónito el limón y agriado el cuello,
sufre en la greña del membrillo mozo,
y no hay para la rosa mayor gozo
que ver sus piernas de espinado vello.
    Ensombrecida entre las lajas, triste
de sufrirlas tan duras y tan solas,
lisas para el desnudo de sus manos,
    ante el crinado mar que las embiste,
mira la adolescente por las olas
poblársele las ingles de vilanos.

3

    Huele a sangre mezclada con espliego,
venida entre un olor de resplandores.
A sangre huelen las quemadas flores
y a súbito ciprés de sangre el fuego.
    Del aire baja un repentino riego
de astro y sangre resueltos en olores,
y un tornado de aromas y colores
al mundo deja por la sangre ciego.
    Fría y enferma y sin dormir y aullando,
desatada la fiebre va saltando,
como un temblor, por las terrazas solas.
    Coagulada la luna en la cornisa,
mira la adolescente sin camisa
poblársele las ingles de amapolas.

4

    Un papel desvelado en su blancura.
La hoja blanca de un álamo intachable.
El revés de un jazmín insobornable.
Una azucena virgen de escritura.
    El albo viso de una córnea pura.
La piel del agua impúber e impecable.
El dorso de una estrella invulnerable
sobre lo opuesto a una paloma oscura.
    Lo blanco a lo más blanco desafía.
Se asesinan de cal los carmesíes
y el pelo rubio de la luz es cano.
    Nada se atreve a desdecir al día.
Mas todo se me mancha de alhelíes
por la movida nieve de una mano.

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Nace en las ingles un calor callado,
como un rumor de espuma silencioso.
Su dura mimbre el tulipán precioso
dobla sin agua, vivo y agotado.
    Crece en la sangre un desasosegado,
urgente pensamiento belicoso.
La exhausta flor perdida en su reposo
rompe su sueño en la raíz mojado.
    Salta la tierra y de su entraña pierde
savia, venero y alameda verde.
Palpita, cruje, azota, empuja, estalla.
    La vida hiende vida en plena vida.
Y aunque la muerte gane la partida,
todo es un campo alegre de batalla.

RAFAEL ALBERTI
(España-1902)
De "Entre el clavel y la espada"


Madrid, 30-1-03

LOS SOLDADOS SE DUERMEN

    Dormidos, con un aire de aldea,
de animales tiernísimos, duros y acostumbrados
a que de pronto el sueño les coja donde sea,
como a los incansables perros de los ganados.
    Sobre una pesadumbre parecida a un paisaje
batido por pezuñas y osamentas rendidas,
mordiéndoles el lento son de un mismo rodaje,
solas y ausentes ruedan las pupilas dormidas.
    Duermen, sí, con las manos, que son puños, abiertas
un instante olvidadas del reciente ejercicio
de dejar las contrarias vidas turbias desiertas.
...Más también los fusiles descansan de su oficio.

RAFAEL ALBERTI
(España-1902)
De "Capital de la gloria"


Madrid, 31-1-03

HEMISFERIO AUSTRAL

   Es el descenso del verano...
                                                    Ahora
que puedo pura y simplemente hablarte
en esta vacación mínima, extraña,
que la condescendencia de la muerte
me da, mira, miremos de la mano
este desconocido cielo solo,
sustentado por árboles y montes,
pampas, mares y gentes nunca vistos,
al girar de las horas trastrocadas.
    Es el declive, la pendiente... Cuida
por las ya resbaladas
estrellas del nogal andar perdida.
    Aquí, amarillos
astros de otoño a punto de caerse;
y por allí, caída, y bien caída
de los verdes castillos
del naranjal, la fiel, redonda dama,
que antes de adolecerse
de sí misma, se entrega, pura, en llama.
    Nuevo, incógnito horario.
Trueque de meses, cambio de estaciones.
Sé las lunas, los vientos, sé la grama;
sin vacilar, los toros boreales,
de memoria, el herbario
de las constelaciones
mías, tan sólo mías,
natales.
    Sé la tristeza de los buenos días.
    Es el descenso del verano... El vino,
mientras allí se muere en primavera,
condoliendo a la flor el cuerpo exánime
sobre la tierra natural tirado,
revienta aquí, sangriento, en los toneles,
y al par que ya perdida se sonroja
la vid, se bebe el mosto de hoja en hoja,
armando el sol más pronto sus bajeles.
    Es el resbaladero... Pierde, hija,
barcos la mar, la mar que tú conoces;
el aire, alas y voces,
y la paloma austral ley que la rija.
    Sufre de nieve el funeral ejido
y de caballos reverdece el viento.
Cambio de sentimiento,
de vestido.
Una vez más al cielo y de la mano
demos el corazón hecho mirada,
en tanto que la luz llora aquí en grano
lo que allí en cabellera deshelada.
    Es el descenso del verano...

RAFAEL ALBERTI
(España-1902)
De "Pleamar"


Selección de Poemas Editados
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