Madrid, 1-12-03

SERÍA JACTANCIA
INNECESARIA Y TONTA

Sería jactancia innecesaria y tonta
hacer un inventario intelectivo
del negro sobre el blanco que mis ojos
llevaron al cerebro y a la herencia.

Habiendo caminado tantos pueblos
obligué a mi alma a entrar en ellos
y tuve que sumar a geografías
las pieles que explotaban con ideas
y cuales destruían los nidos interiores
actuando como buitres, serpientes o escorpiones.

Igualmente es absurdo no decir que vivimos
todavía en proyecto, voluntad de ser dioses
y conscientes sabiendo que pasado y presente
tal vez sean un mito que molesta al futuro,
que no sabe de tiempos mensurables terrestres
y utiliza a los seres como escombros minúsculos
que recobran misterios al pasar de los siglos.

Conviviendo con almas, jugueteando con libros,
voy de intentos y búsquedas, de consultas y sueños.
La inocencia se perdió con el rumbo de ida
y también muchas culpas que al nacer nos agregan.
Existir nos exige a pensar y a ser libres,
siendo esclavos constantes de una vaga entelequia
que nos teje valores, cualidades y esencias.
El espíritu muerde y la carne se quiebra
y no vale el proyecto de sumar inventarios
al andar trashumante en el sur o en el norte,

con el grito y el beso al final de nosotros,
de custodios maduros por estar en el mundo
y querer que se cambie sin terrores o miedos.

ARIEL CANZANI
(Argentina-1928)
De “De mar en mar de tierra en tierra”


Madrid, 2-12-03

OFICIO INGRATO EL DE VIVIR ANDANDO

Oficio ingrato el de vivir andando,
de estar un día en África
y al otro en New York o Amsterdam.

Oficio ingrato el de tener el vicio
de mirar con asombro y comparar las pieles
en vez de pasar sin darse vuelta.

Oficio ingrato el de ser escriba solitario,
anónimo, sin paga o compromisos
que deban decir blanco cuando el color es negro.

Oficio ingrato el de haberse propuesto
estar en el presente con la pasión hirviendo
y pretender ideas posibles para muchos.

Oficio ingrato el de firmar salario
en vez de hacerse cómplice
de formas diferentes de capital y status.

Oficio ingrato soñar el aquelarre,
la existencia posible de libertades plenas

cuando son las torturas el pan de cada instante.

Oficio ingrato este juego que juegan
los que hacen poemas y dejan de costado
al que sólo con armas pretende dominarnos.

Oficio ingrato, hermoso al mismo tiempo,
es casi ser un dios con los codos quebrados,
es casi ser un árbol, o nube, o pájaro.

Oficio por oficio, prefiero este salario
que día a día llega por el vivir andando
y ser el testimonio, el escriba sin nombre
del tiempo del azul en vez del negro. 

ARIEL CANZANI
(Argentina-1928)
De “De mar en mar de tierra en tierra


Madrid, 3-12-03

IMPOSIBLE EVADIRSE, EVADIRLAS

Imposible evadirse, evadirlas,
pasar por ignorantes de su fuerza.

Ellas son el camino, la orden misteriosa
que debe ser cumplida y ninguno discute.

Ellas hacen su vida,
no explican su nacimiento o su derrota.

Son igual a los astros:
No dan un paso atrás,
y son las gobernantas de las pieles.

Ellas son las palabras,
no las simples palabras,
sino la esencia hablada. 

Imposible evadirse, evadirlas,
ellas son propietarias visibles y cortantes
de cada instante de nuestra propia vida.

ARIEL CANZANI
(Argentina-1928)
De “De mar en mar de tierra en tierra”


Madrid, 4-12-03

LAS SOMBRAS DE MIS SOMBRAS

Las sombras de mis sombras
no robarán mis soles.
Vagabundo de tierras,
de pieles y de almas,
encontraré en las nubes
los sueños que imagino
después de haber soñado.

Compinche del espacio
quito de mis tobillos fango,
hago de la razón un mito
y detengo mi mente
despierta en la placenta
antigua y renovada
del amor y las flores.

ARIEL CANZANI
(Argentina-1928)
De “De mar en mar de tierra en tierra”


Madrid, 5-12-03

MI TIEMPO DE LA TIERRA

Mi tiempo de la tierra
lo sembré con trabajo.
Trabajo de las manos
puliendo la madera,
amarrando los barcos,
agotando la sangre
en busca del salario.

Sumé a tanto esfuerzo
poemas y canciones
y besos y caricias
y afectos que perduran
después de los océanos.

 Amé a los que saben,
a todos los que enseñan
al hombre a ser más bueno.

También, por necesario,
el grito fue mi amigo
y en tiempos de tormenta
lo tuve preparado
(no sabiendo de armas
no había otra defensa)
para vencer las sombras. 

Mi tiempo de la tierra
es simple como el fuego
y claro como el agua.

 ARIEL CANZANI
(Argentina-1928)
De “De mar en mar de tierra en tierra”


Madrid, 9-12-03

LA HUELLA

Del hombre fugitivo
sólo tengo la huella,
el peso de su cuerpo
y el viento que lo lleva.
Ni señales ni nombre,
ni el país ni la aldea;
solamente la concha
húmeda de su huella;
solamente esta sílaba
que recogió la arena
¡y la Tierra-Verónica
que me lo balbucea!

Solamente la angustia
que apura su carrera;
los pulsos que lo rompen
el soplo que jadea,
el sudor que lo luce
la encía con dentera
¡y el viento seco y duro
que el lomo le golpea!

Y el espinal que salta,
la marisma que vuela,
la mata que lo esconde,
y el sol que lo confiesa,
la duna que lo ayuda,
la otra que lo entrega,
¡y el pino que lo tumba,
y Dios que lo endereza!

 ¡Y su hija, la sangre,
que tras él lo vocea:
la huella, Dios mío,
la pintada huella:
el grito sin boca,
la huella, la huella!

 Su señal la coman
las santas arenas.
Su huella tápenla
los perros de niebla.
Le tome de un salto
la noche que llega
su marca de hombre
dulce y tremenda.

Yo veo, yo cuento
las dos mil huellas.
¡Voy corriendo, corriendo
la vieja Tierra,
rompiendo con la mía
su pobre huella!

¡O me paro y la borran
mis locas trenzas,
o de bruces mi boca
lame la huella!

Pero la Tierra blanca
se vuelve eterna;
se alarga inacabable
igual que la cadena;
se estira en una cobra
que el Dios Santo no quiebra
¡y sigue hasta el término
del mundo la huella!

GABRIELA MISTRAL
(Chile-1889)
De "Lagar"


Madrid, 10-12-03

LUTO

   En solo una noche brotó de mi pecho,
subió, creció el árbol de luto,
empujó los huesos, abrió las carnes,
su cogollo llegó a mi cabeza.

   Sobre hombros, sobre espaldas,
echó hojazones y ramas,
y en tres días estuve cubierta,
rica de él como de mi sangre.
¿Dónde me palpan ahora?
¿Qué brazo daré que no sea luto?

   Igual que las humaredas
ya no soy llama ni brasas.
Soy esta espiral y esta liana
y este ruedo de humo denso.

   Todavía los que llegan
me dicen mi nombre, me ven la cara;
pero yo que me ahogo me veo
árbol devorado y humoso,
cerrazón de noche, carbón consumado,
enebro denso, ciprés engañoso,
cierto a los ojos, huido en la mano.

   En una pura noche se hizo mi luto
en el dédalo de mi cuerpo
y me cubrió este resuello
noche y humo que llaman luto
que me envuelve y que me ciega.

   Mi último árbol no está en la tierra
no es de semilla ni de leño,
no se plantó, no tiene riesgos.
Soy yo misma mi ciprés
mi sombreadura y mi ruedo,
mi sudario sin costuras,
y mi sueño que camina
árbol de humo y con ojos abiertos.

    En lo que dura una noche
cayó mi sol, se fue mi día,
y mi carne se hizo humareda
que corta un niño con la mano.

   El color se escapó de mis ropas,
el blanco, el azul, se huyeron
y me encontré en la mañana
vuelta un pino de pavesas.

   Ven andar un pino de humo,
me oyen hablar detrás de mi humo
y se cansarán de amarme,
de comer y de vivir,
bajo de triángulo oscuro
falaz y crucificado
que no cría más resinas
y raíces no tiene ni brotes.
Un solo color en las estaciones,
un solo costado de humo
y nunca un racimo de piñas
para hacer el fuego, la cena y la dicha.

GABRIELA MISTRAL
(Chile-1889)
De "Lagar"


Madrid, 11-12-03

PATRIAS

  Hay dos puntos en la Tierra:
Montegrande y el Mayab.-
Como sus brocales arden
se les tiene que encontrar.

  Hay dos estrellas caídas
a espinales y arenal;
no las contaron por muertas
en cada piedra de umbral.
El canto que les ardía
nunca dejó de llamar,
y a más andamos, más crecen
como el padre Aldebarán.

  Hay dos puntos cardinales:
Montegrande y el Mayab.
Aunque los ciegue la noche
¿quién los puede aniquilar?
y los dos alciones vuelan
vuelo de flecha real.

  Hay dos espaldas en duelo
que un calor secreto dan,
grandes cervices nocturnas
tercas de fidelidad.
Las dos volvieron el rostro
para no mirar a Cam,
pero en oyendo sus nombres
las dos vuelven por salvar.

  No son mirajes de arenas;
son madres en soledad.
Dieron el flanco y la leche
y se oyeron renegar.
Pero por si regresásemos
nos dejaron en señal,
los pies blancos de la ceiba
y el rescoldo del faisán.

  Vamos, al fin, caminando
¡Montegrande y el Mayab!
Cuesta repechar el valle
oyendo burlas del mar.
pero a más andamos, menos,
se vuelve la vista atrás.
La memoria es un despeño
y es un grito el recobrar.

  Piedras del viejo regazo,
jades que ya van a hablar,
leños al soltar la llama
en mi aldea y el Mayab:
sólo estamos a dos marchas
y alientos de donde estáis.
Ya podéis secar el llanto
y salirnos a encontrar,
quemar las cañas del Tiempo
y seguir la Eternidad.

  GABRIELA MISTRAL
(Chile-1889)
De "Lagar"


Madrid, 12-12-03

ÚLTIMO ÁRBOL

   Esta solitaria grega
que me dieron en naciendo:
lo que va de mi costado
a mi costado de fuego;

    lo que corre de mi frente
a mis pies calenturientos;
esta isla de mi sangre,
esta parvedad de reino,

   yo lo devuelvo cumplido
y en brazada se lo entrego
al último de mis árboles,
a tamarindo o a cedro.

   Por si en la segunda vida
no me dan lo que ya dieron
y me hace falta este cuajo
de frescor y de silencio,

   y yo paso por el mundo
en sueño, carrera o vuelo,
en vez de umbrales de casas,
quiero árbol de paradero.

   Le dejaré lo que tuve
de ceniza y firmamento,
mi flanco lleno de hablas
y mi flanco de silencio;

   soledades que me di,
soledades que me dieron,
y el diezmo que pagué al rayo
de mi Dios dulce y tremendo;

   mi juego de toma y daca
con las nubes y los vientos,
y lo que supe, temblando,
de manantiales secretos.

   ¡Ay, arrimo tembloroso
de mi Arcángel verdadero,
adelantado en las rutas
con el ramo y el ungüento!

   Tal vez ya nació y me falta
gracia de reconocerlo,
o sea el árbol sin nombre
que cargué como a hijo ciego.

   A veces cae a mis hombros
una humedad o un oreo
y veo en contorno mío
el cíngulo de su ruedo. 

   pero tal vez su follaje
ya va arrojando mi sueño
y estoy, de muerta, cantando
debajo de él, sin saberlo.

GABRIELA MISTRAL
(Chile-1889)
De "Lagar"


Madrid, 15-12-03

  ODA A LA SANGRE

  Esta noche en que el corazón me hincha la boca duramente,
sin pudor, sin nadie, quisiera ver mi sangre corriendo por
     la tierra:
golpeando su cuerpo de flor,
-de soledad perdida e inaguantable-
para quejarme angustiosamente
y poder llorar la huida de otros días,
el color áspero de mis viejas venas.
Si pudiera verla sin agonía
quemar el aire desventurado, impenetrable
que mueve las tormentas secas de mi garganta
y aprieta mi piel dulce, incomparable;
no, ¡las mareas, las hierbas antiguas,
toda mi vida de eco desatendido!

Quisiera conocerla espléndida, saliendo para vivir fuera
     de mí,
igual que un río partido por el viento,
como por una voluntad que sólo el alma reconoce.
Dentro de mí nadie la esperó. Hacia qué tienda o calor
     ajeno saldrá alguna vez
a mirar deshabitada su memoria sin paraíso,
su luz interminable, suficiente.
Quisiera estar desnudo, solo, alegre,
para quitarme la sombra de la muerte
como una enorme y desdichada nube destruida.

Si un día no fuéramos tan extraños, defendidos,
que oyéramos gemir las hierbas igual que un sediento hábito
     peregrino,
limpios del humor sucio, corruptivo,
me cortaría las venas de amor
para que se escuchase su retumbar;
para vestir mi cuerpo solitario
de un larguísimo fuego delicioso.

Pero no ha de llegar nunca ese tiempo mágico,
como no llega la felicidad
donde no vive el olvido, una voz muerta,
apagada voluntariamente.
Ni mar ni cielo ni flor ni mujer: nada;
nadie la ha visto llevar su rosa vulnerable,
su desierto extraviado entre inútiles bocas.
¡Qué duro silencio la cubre!
Ya no sé dónde llega o la distrae la vida
o desea dejarla
desprendida.
Dónde se angosta su piel imposible,
su lento signo enigmático: llama de esencia sin despedida.

A través de la carne va llorando,
metida en su foso sin cielo,
en su noche despreciada,
con su lengua eterna, contenida.
Qué gran tristeza la vuelve a la vida sin cansancio;
al reposo, cerrada.

¡La muerte inmensa vela su sueño sin alborada!

Nadie sabe nada, nunca. Nada.
Todo es eso. ¡Ansiedad vuelta hacia dentro,
sorda, detestable; alejada!

Majestuosa en su mundo obscuro, volverá a su raíz
indefinida, penetrante, sola.

Tal vez un río, una boca inolvidable,
no la recuerden.

  RICARDO E. MOLINARI
(Argentina-1898)

De “Voz raigal de nuestra poesía”


Madrid, 16-12-03

ODA

¡Quién viene por la tarde tañendo su laúd sobre las nubes, como dentro de su
morada!
¡Quién lo tañe, que vuelve las hojas de los árboles!

  He llenado mi corazón con las sombras de las palabras;
con el sueño de algunas voces.
Y suenan en mí, sin consuelo desprendidas: tú, nadie, mañana, espacio, soledad,
   ternura, aire, vacío, ola,
y nunca. Con ellas entretengo mi ser, la angustia del cielo y la soledad durísima
de la sangre.
Lavo mi boca con sus ausencias y me llamo de día y de noche,
y las pongo en mi cabeza, descubiertas, para nombrarlas al olvido, delante y debajo
     del cenit de las llanuras.
Sus dioses y cuerpos he asentado entre mis labios para siempre, enaltecidos;
delante de mí soportan el aire, ay, y la impenetrable altura de la muerte;
nadie las ve como no se ve el hálito que las muda y las gobierna duramente.
(Los ángeles andan por el espacio derramados; unos llevan faces de trigo, otros escogen
     amapolas rojas,
y los demás traen simientes a unos pájaros entre los desnudos árboles.

  Nadie los ve; a mí me seca la garganta la luz que esparcen sus antiguas vestiduras.
Los miro llevar la cabeza sin que les lastime el aire, y desaparecer rápidos,
     bañados de claridad, ante el furor de la noche.

  Ya estoy acostumbrado a verlos, dentro de mí, igual a días cuyo humo se ha disipado
y sus reinos tendidos debajo de las cenizas
esperan sin desesperación las azucenas.)

  Quisiera sacar de mí mismo la alegría; abrir los ojos, inmensamente, que me duelan,
y mirar, mirar el horizonte hasta detrás del vacío de la nostalgia, donde mi sombra,
como un árbol, cambia las hojas con el invierno.

  ¡Amor; tiempo perdido!

  RICARDO E. MOLINARI
(Argentina-1898)

De "Barraca Yaco y otros poemas"


Madrid, 17-12-03

  ODA AL VIENTO
QUE MECE LAS HOJAS EN EL SUR

Si pudiera olvidarme de que viví, de los hombres, de otro tiempo,
del ácido de algunos tallos, de la voz, de mi lengua extraviada en las nubes,
¡de muchos seres que a veces no mueren con la madrugada!

No saber nada. Estar vivo, y volver los abiertos ojos a mi país, a sus ciegas llanuras,
a sus ríos sucios, hundidos en la tierra,
donde mojé mi piel sola y la trenza escondida de mis antiguos cabellos.

Si; si pudiera olvidarme para siempre y sin abandono,
hasta las duras e impenetrables penas, hasta un día horrible entre otros muchos.
¡Sí, devuelto y terminado!

Pero tú, ¡oh viento majestuoso! sabes de mí, tanto como de las pequeñas hojas salinas
que en el imperioso sur abren sus desesperados paraísos,
por el aroma seco de mi cabeza. (Que te he buscado por las transparentes planicies, en
     los desiertos melancólicos,
por todo mi cuerpo, como una única y solitaria ternura.)

Quizás no signifique nada para ti –para nadie- y te vuelves sin deseo
al ver mis apretados brazos, mi so9mbra usada de la tierra
o alguna hora breve, sin asiento entre todas,
te aflige lo mismo que si estuviera muerto,
destinado sin alegría a un extenso y ofendido desencanto.
Ya no sé dónde ir, a veces quiero volver a la raíz más honda,
a los mezclados ríos humanos de la sangre
-a todo el destierro- hasta hacer temblar
las duras lenguas; a la triste gente,
y hallar el trigo naciendo con soberbias hierbas.
¡El íntimo corazón de la vida!

Y tú sueñas lejos, distraído, y meces las hojas
finas de los árboles, las cautivas ramas,
o pasas hacia el mar
los insectos cenagosos del verano,
y no puedes verme ni saber que llevo la memoria perdida,
y algunas palabras igual a una llama húmeda y enloquecida
dentro de la boca. ¡En otro mundo!

Déjame llegar a ti: que me entretenga hablándote
y pueda mirarte, como en los deshechos días,
empujar las hurañas nubes; arrear
los grandes ríos obscuros hacia el inmensurable Atlántico, y sentirte
regresar empapado, recubierto de escamas,
ronco hasta el amargo aliento.
¿A dónde huyes –solo- revuelto en tu voz, en tu cansada anchura?
Dí, te vuelves al sur a mojar la lengua, a abrir los larguísimos ojos; a ociar viendo
los petreles jugar por el vacío; a distraerte
allá, donde la tierra se despea en otro espacio.

Te vuelves a la soledad, a las profundas bahías,
a los inmensos cielos desnudos; a ti, a unas flores. A las estrellas que permanecen
ardiendo sobre nuestro país.

Quédate donde yo también quisiera estar dormido
y ver mis días antiguos, entre altas columnas aparejados.
Ya no sé ni quiero saber nada; te siento como toda el alma.
Algunas veces llegas hasta mis oídos igual a una larga flor del invierno,
o un instante desaparecido de la muerte.

  RICARDO E. MOLINARI
(Argentina-1898)

De “Barraca Yaco y otros poemas”


Madrid, 18-12-03

CASIDAS
DONDE LA TARDE ES UN PÁJARO

I

Ellos dirán al verme tan solo: va como un río, sordo en su corriente, desatado.
Ellos dirán que llevo la soledad parapetada por muchas lanzas, por el polvo,
     que tengo los ojos cerrados, irritados por la luz.

Ellos dirán: mañana volverá a su muerte, a ser rehén, campo mustio de amapolas, tristeza sombría.

Ellos dirán: al fin la espada de su voz descansa junto a su cuerpo arrastrado por la tierra.

II

A mi lado va una mujer que lleva un angosto ramo de alhelíes, y el acero de sus carnes
     mojado por la aurora.
Cargado de cadenas me ve el amanecer, con un jaguar que bebe mi sangre rodeado de
     arroyos.

La curva del río nos llama por nuestros nombres, y no sabemos nada, porque estamos
     en el sueño excedidos.

III

¡Oh, tú que te alimentas de mis pobres ojos y me dices: Siempre pensaré en ti,
     hasta que se seque mi piel al sol y mi lengua se destruya bajamente por la arena!

- Repítelo, quiero estar protegido, porque mi corazón se ha acostumbrado a la desdicha.

IV

nadie te ha visto a mi lado como no se ve la savia de algunas flores;
te cubres de mí, andas por dentro para vivir sin peligro, y el aliento de tu voz se mezcla
     con el mío, igual a dos hojas donde ha de brotar un narciso.

No pienso nada más que en ti, por eso busco la lluvia y las orillas de los ríos donde
     crece el azafrán.

4 de abril 1939

Huye el día, pero la noche te encuentra conmigo;
veo llegar las lunas llenas; ya oigo el clamor del agua que empapa las lenguas ásperas
     de los venados y acosa las raíces del desierto.

Quisiera que me lamentaran como a un muerto, porque he sentido por mi piel correr
     a sangre de mis amigos.
Qué me espera vivir, si ya no he de ver los pájaros volando por el cielo, ni deseo larga
     vida a las flores.
Pero ¡ay! quisiera saber aún cómo duermes.

RICARDO E. MOLINARI
(Argentina-1898)

De “Barraca Yaco y otros poemas”


Madrid, 19-12-03

ODA A UN CIELO DE INVIERNO

Hay un día con sol que no se pone, y unas hojas que no caen. No sé cuánto tiempo hace,
pero él está muerto y ha llovido mucho sobre los campos y ardido tanto sol; han brillado bastantes estrellas, y pasado demasiados hombres
hacia otras desdichas, y yo he crecido
hasta la vejez.

Algunos aún viven alegres y en sus pechos no han despertado, ciertamente, los hondos
días, y cantan al amanecer, y no piden nada al cielo ni a sus amigos.
La primavera los ve bajar sin soledad,
rodeados de criaturas, acercarse a las fuentes para mirar sus hermosas cabezas,
y escoger un lugar donde se alimenten flores,
y empezar los himnos.
Y verán la luna y el sol por los montes.
¡Así es!

Todos han pasado y yo soy el último cuya voz oyen los hombres,
y tú permanecerás, todavía, en un tiempo
nostálgico, después de mí, y será lo mismo.
Esta voz que hoy me sale de siempre y siempre
es la más antigua del desierto,
y mi sangre la que tú has traído.
¡Cuántos días yacen hoy entre nosotros! No me acuerdo de nadie, nada más que de ti.
Ya no sé cómo fue tu cara; te veo –cuando quiero- con las largas barbas
que te tapaban la abierta y dura camisa; el cabello, y el cuerpo grande,
cubierto con los nuevos y angustiosos lutos.
Con la noche por los hombros.
Omnia possum in eo qui me confortat.

 Tierras del Queguay Grande, en la hermosa Banda Oriental,
te dieron sombra de sus árboles, dulzura de sus corrientes y volvedoras aguas;
el cielo, la patria, y las verdes cuchillas,
y tú, la larga y delicada ausencia. 

Las otras del sur, con sus llanadas inmensas, con sus húmedos temporales,
te vieron hacerte la vida y unos hombres para las interminables sucesiones,
y otros te miraron enterrar a tus muertos.

Cuántas veces pienso en ti, viéndome las manos, los brazos, el cuerpo, las maneras
tristes del vivir; que algo debe parecerse a ti, invariablemente:
quizá esa voz sin madrugada que tengo a solas;
la caricia quieta, o el abandono con que me vuelvo de las cosas,
como de un extenso y brotado infierno de la tierra.

 Junio. Días ligeros, brumas y toda la noche;
los nuevos mundos de la consolación, el aprieto y las ásperas sequedades.
De qué manera viva y solitaria podría librarme de mí: pájaro, aire o agua,
     ¡oh seres perdidos!
y dar el rostro, la boca, los sucios ojos, a las lejanas llanuras, a las dulces paredes.
Y tu sol no cesaría –padre de mi padre- ni las hojas abiertas para ti caerían en el sur.
¡Te quiero con muchas palabras!

RICARDO E. MOLINARI
(Argentina-1898)

De “Barraca Yaco y otros poemas”


Madrid, 22-12-03

SONETO

(Para vuestra querida muerta, su amigo)
2 de noviembre de 1877

-“Sobre olvidados bosques cuando pasa el sombrío invierno
lamentas, oh solitario cautivo del umbral,
que este sepulcro de dos que hará nuestro orgullo
de la falta de pesados ramos de flores se recargue.

Sin escuchar Medianoche que arrojó su número vano,
te exalta una vigilia a no cerrar los ojos,
antes que en los brazos del antiguo sillón
el supremo tizón mi Sombra haya alumbrado.

Quien quiere a menudo la Visita, no debe
con demasiadas flores cargar la piedra que mi dedo
levanta con el tedio de una fuerza difunta. 

Alma ante la clara lumbre temblorosa de sentarme,
para revivir basta que de tus labios tome prestado
el soplo de mi nombre susurrado toda una noche.

STÉPHANE MALLARMÉ
Francia-1842
De “Varios sonetos”
Traducción: Claire Deloupy


Madrid, 23-12-03

EL VIRGEN, EL VIVAZ Y EL HERMOSO HOY…

¡El virgen, el vivaz y el hermoso hoy
va acaso a desgarrarnos con un golpe de ala ebrio
este lago duro olvidado que persigue bajo la escarcha
el transparente glaciar de los vuelos que no han huido!

Un cisne de antaño se acuerda que es él,
magnífico pero sin esperanza se libera
por no haber cantado la región donde vivir
cuando del estéril invierno resplandeció el tedio.

 Todo su cuello sacudirá esta blanca agonía
del espacio infligido al ave que lo niega,
mas no el horror del suelo donde el plumaje queda atrapado.

Fantasma que su puro estallido asigna a ese lugar
se inmoviliza al sueño frío de desprecio
que viste entre el exilio inútil el cisne.

STÉPHANE MALLARMÉ
Francia-1842
De “Varios sonetos”
Traducción: Claire Deloupy


Madrid, 26-12-03

CUANDO LA SOMBRA AMENAZÓ
DE LA LEY FATAL…

Cuando la sombra amenazó de la ley fatal
tal viejo Sueño, deseo y mal de mis vértebras;
afligido por perecer bajo los techos fúnebres,
ha doblegado su ala indubitable en mí.

 Lujo, oh sala de ébano, para seducir a un rey,
se tuercen en su muerte guirnaldas célebres,
usted no es sino un orgullo mentido por tinieblas
a los ojos del solitario deslumbrado por su fe.

Sí, yo sé que en la lejanía de esta noche, la Tierra
arroja de un gran resplandor el insólito misterio
bajo los siglos horrendos que le oscurecen menos.

El espacio a sí mismo parecido, que se acreciente o se niegue,
hace rodar en este tedio fuegos viles para testigos
que de un astro en fiesta se ha encendido el genio. 

STÉPHANE MALLARMÉ
Francia-1842
De “Varios sonetos”
Traducción: Claire Deloupy  


Madrid, 29-12-03

CORNO INGLÉS

El viento que esta tarde tañe atento
–recuerda un fuerte entrechocar de espadas-
los instrumentos de los árboles y barre
el cobrizo horizonte
donde cintas de luz van alargándose
cual cometas al cielo que retumba
(¡Nubes en viaje, claros
reinados de allá arriba! ¡De altos Eldorados
entrecerradas puertas!)
y el mar que escama a escama,
lívido, cambia de color,
lanza a tierra una tromba
de espumas retorcidas;
el viento que nace y muere
en la hora que lenta se oscurece…
si te tañera a ti también en este ocaso,
destemplado instrumento,
corazón.

EUGENIO MONTALE
Italia-1896
De “Huesos de Jibia”


Madrid, 30-12-03

LOS ZARZILLOS

No conserva el espejo ennegrecido
sombra de vuelos. (Ni rastro hay ya del tuyo).
Ha pasado la esponja que disipa
del círculo de oro las luces indefensas.
Buscaba en él tus piedras, los corales, el fuerte
imperio que te rapta; de la diosa
que no se encarna huyo, llevando mis deseos
donde no los consuma tu relámpago.
Zumban élitros fuera, zumba con furia el canto funeral
sabiendo que dos vidas nada importan.
Dentro del marco vuelven las medusas
fláccidas de la tarde. Tu señal
vendrá de abajo: allí manos escuálidas
a tus lóbulos fijan, convulsas, los corales. 

EUGENIO MONTALE
Italia-1896


Madrid, 31-12-03

LUZ DE INVIERNO

Al descender del cielo de Palmira
sobre enanas palmeras y propileo escarchado
un zarpazo en el cuello me advirtió
que tú a raptar me irías,

al descender del cielo de la Acrópolis
y encontrar, en kilómetros, serones
de pulpos, de murenas
(la sierra de sus dientes
en el pecho encogido).

Cuando dejé las cimas de las albas
inhumanas a causa de aquel gélido museo
de escarabajos, momias (tú te encontrabas mal,
única vida) y comparé la piedra pómez
y el jaspe, arena, y sol, y fango
y la arcilla divina
con la chispa
que allí se alzó,
yo renovado fui e incinerado.

EUGENIO MONTALE
Italia-1896


Selección de Poemas Editados

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