Madrid, 1-7-02

CANCIÓN

    El peso del mundo
    es amor.
Bajo el fardo
de soledad,
bajo el fardo
    de insatisfacción
    el peso,
el peso que llevamos
    es amor.
¿Quién puede negarlo?
    En sueños
tienta
    al cuerpo,
en mente
    hace
el milagro,
    en la imaginación
angustia
    hasta nacer
en lo humano-
del corazón se asoma
    ardiendo con pureza-
pues el fardo de la vida
    es amor,
pero cargamos el peso
    con fatiga,
y es preciso reposar
en los brazos del amor
    por fin,
debemos reposar en los brazos
    del amor.
No hay sosiego
    sin amor,
no se duerme
    sin sueños
de amor-
    sea frío o demencial
obsesionado con ángeles
    o máquinas,
el deseo final
    es amor
-no puede ser amargo,
    no puede negarse,
no puede impedirse
    negándolo:
el peso es muy grande,
    -debe darse
para no volver
    como el pensamiento
hay que darlo
    en soledad
con toda la excelencia
    de su exceso.
Los cálidos cuerpos
    brillan juntos
en la oscuridad
    la mano avanza
hacia el centro
    de la carne,
la piel tiembla
    de felicidad
y el alma llena de placer
    llega hasta el ojo-
sí, sí,
    eso es lo que
yo quise,
    siempre quise,
siempre quise,
    regresar
al cuerpo
    donde nací.

ALLEN GINSBERG
(Estados Unidos-1926)
De Aullido


Madrid, 2-7-02

LA VOZ

¿Quién canta ahí cuando toda voz calla? ¿Quién canta
con esa voz sorda y pura un canto tan hermoso?
¿Será fuera de la ciudad, en Robinson, en un
jardín cubierto de nieve? ¿O es aquí cerca,
alguien que no sabía que estaban escuchándole?
No estemos impacientes por saberlo
ya que no de otra forma el pájaro invisible
precede al día. Permanezcamos solamente
en silencio. Una voz se alza y, al igual que un viento de marzo
lleva su fuerza a los bosques envejecidos, ella viene a nosotros
sin lágrimas, sonriendo más bien ante la muerte.
¿Quién cantaba ahí cuando nuestra lámpara se apagó?
Nadie lo sabe. Mas sólo puede oír al corazón
quien no busca el dominio ni la victoria.

PHILIPPE JACCOTTET
(Poeta francés nacido en Suiza)
De El ignorante


Madrid, 3-7-02

NOCTURNO EN QUE NADA SE OYE

En medio de un silencio desierto como la calle antes del
    crimen
sin respirar siquiera para que nada turbe mi muerte
en esta soledad sin paredes
al tiempo que huyeron los ángulos
de la tumba del lecho dejo mi estatua sin sangre
para salir en un momento tan lento
en un interminable descenso
sin brazos que tender
sin dedos para alcanzar la escala que cae de un piano
    invisible
sin más que una mirada y una voz
que no recuerdan haber salido de ojos y labios
¿qué son labios? ¿qué son miradas que son labios?
y mi voz ya no es mía
dentro del agua que no moja
dentro del aire de vidrio
dentro del fuego lívido que corta como el grito
Y en el juego angustioso de un espejo frente a otro
cae mi voz
y mi voz que madura
y mi voz quemadura
y mi bosque madura
y mi voz quema dura
como el hielo de vidrio
como el grito de hielo
aquí en el caracol de la oreja
el latido de un mar en el que no sé nada
en el que no se nada
porque he dejado pies y brazos en la orilla
siento caer fuera de mí la red de mis nervios
mas huye todo como el pez que se da cuenta
hasta ciento en el pulso de mis sienes
muda telegrafía a la que nadie responde
porque el sueño y la muerte nada tienen ya que decirse.

XAVIER VILLAURRUTIA
(México-1903)


Madrid, 4-7-02

POEMA DE NAVIDAD

Para eso fuimos hechos:
Para recordar y ser recordados
Para llorar y hacer llorar
Para enterrar a nuestros muertos;
Por eso tenemos brazos largos para los adioses
Manos para coger lo que fue dado
Dedos para cavar la tierra.

Así será nuestra vida:
Una tarde siempre olvidando
Una estrella apagándose en tinieblas
Un camino entre dos túmulos;
Por eso tenemos que velar
Hablar bajo, pisar leve, ver
A la noche dormir en silencio.
No hay mucho que decir:
una canción sobre una cuna
Un verso, tal vez, de amor
Una oración por quién se va;
Pero que no olvide esa hora
Y nuestros corazones por ella
Se abandonen, graves y simples.

Pues para eso fuimos hechos:
Para esperar en el milagro
Para participar en la poesía
Para ver la faz de la muerte:
De repente no esperaremos...
La noche es joven hoy; y de la muerte, sólo,
Hemos nacido, inmensamente.

VINICIUS DE MORAES
(Brasil-1913)


Madrid, 5-7-02

LUTO IRREAL

Hoy se ha muerto Esmeralda.
Se quedó viudo el Ángel de la Guarda
y andaba con un lirio y un lucero
atravesados en la garganta.

Se murió de mirar florecer los rosales
y de recoger en sus pechos el alba.
Alguien sintió pasar su delantal de viento.
Se murió de mirarse los ojos en el agua.

Hay que calzarse ahora con zapatos de pétalo
y caminar por la noche mojada.
Por ella están durmiendo los pájaros.
Nadie tuvo más pura la voz que Esmeralda.

Las violetas sabían que había de morirse
y callaban.
Rezaban las colmenas dulcemente por ella,
y se quebró la rama de la mañana.

Esmeralda podría ser un sueño,
un junco o una espada.
Yo sólo sé decir que me fulgía
como un diamante en las entrañas.

Y, sin embargo, amigos, no es verdad. Yo no sé
quién sería Esmeralda.
Me floreció la voz en ella
y tuve que llorarla.

No es verdad que se ha muerto. Puede estar
en cualquier país o comarca.
Amortajada en una fucsia. Presa en una magnolia.
Mi corazón lo sabe y se lo calla.

Pero yo tengo a Dios en la garganta,
el corazón humedecido
y llenos los ojos de lágrimas.

Dejadme cortar lilas y ramas de sueño
para el entierro de Esmeralda.

OSCAR CASTRO
(Chile-1910)


Madrid, 8-7-02

¡PADRE MÍO!

... Esta mañana llegó quien anunciaba la muerte de mi padre.
Dormía en el campo de batalla, rota la frente.
A su alrededor aullaban los lobos y el viento
y sus compañeros le besaban respetuosos
y se deslizaba
de la luz del sol una promesa
que nos llenaba de optimismo, y saludábamos a la mañana
con los pies que arrastran las sandalias
y la tierra se estremeció en un terrible golpe.
Llamaron a nuestra puerta
y apareció quien anunciaba la muerte de mi padre.

Era un amanecer lleno de angustia,
de lluvia, frío y niebla,
y los truenos retumbaban.
Un gato maullaba aterrorizado por los truenos,
y los perros aullaban.

Caía la lluvia, el frío y la niebla
y trajimos un recipiente de piedra,
y lo llenamos de tierra y de madera,
y nos sentamos
a comer el pan seco,
y nos reímos de una broma
que mi anciano abuelo decía.
    Y la tierra se estremeció en un terrible golpe.
    Llamaron a nuestra puerta
    y apareció quien anunciaba la muerte de mi padre...

El viento cubría mi ventana
en mi atardecer
y recordé a mi padre,
y se quejaba mi madre de su enfermedad
cierto amanecer,
y recordé a mi padre.
Hirió el perro a mi hermano
cuando en el campo estaba cuidando el rebaño
y lloramos
cuando gritó:
"¡Padre mío!"

Era un amanecer lleno de angustia
cuando llegó quien anunciaba la muerte de mi padre.
Murió en el campo de batalla, con la frente rota.

SALAH ABD AL-SABBUR
(Egipto-1931)


Madrid, 9-7-02

SUEÑO BLANCO

Te recogí en mi mano
y te arrojé en mis ojos.
Te despertarás en una mirada
que picotea en la aurora
los párpados de las flores.

MUHAMMAD SABBAG
(Marruecos-1927)


Madrid, 10-7-02

SI LOS VENENOSOS MINERALES,
Y SI ESTE ÁRBOL

Si los venenosos minerales, y si este árbol,
cuyo fruto trajo la muerte a los inmortales,
si las cabras lascivas, si las serpientes envidiosas
no pueden ser condenadas, ay, ¿por qué lo seré yo?

¿Por qué la voluntad o la razón, que son parte de mí,
harán que un mismo pecado sea en mí más abyecto?
Y si es fácil la gloria y la piedad para Dios,
¿por qué su cólera severa me querrá amenazar?

Pero, ¿quién soy yo, Dios mío, para discutir
contigo? Haz de tu sangre, la única elevada,
y de mis lágrimas, un celestial Leteo
y ahoga en él la negra memoria de mi culpa.

Otros claman y piden que también los recuerdes.
Yo preferiría la misericordia que supone tu olvido.

JOHN DONNE
(Inglaterra-1572)


Madrid, 11-7-02

HUYENDO DE LA MUERTE

Huyendo de la muerte encontré el ciervo
de la locura
irreal para perseguirlo con mi desdicha
con mi desdicha concreta, presente
en donde lavan sus pies los dioses.

LEOPOLDO MARÍA PANERO
(España-1948)


Madrid, 12-7-02

RETRATO DE UNA ESTUDIANTE

Todas las cosas del tiempo, todas las cosas del viento,
vibran entre las suaves calles en el crepúsculo.
Nombres derramados, habitaciones solas,
viejas conversaciones derramadas un día,
voces de mis parientes, una tarde que sale
desde el mar sumergido, la soledad de la arena
a mediodía bajo la luz del sol ardiente:
sobre el caudal lejano de mi memoria irrumpen,
mientras escucho ahora las campanadas hondas
surgir desde muy lejos y el tiempo que se lleva
sobre el río las cosas del hombre y su trabajo.
Fluyen, caen, se escapan
las vidas silenciosas, y sólo el río se oye
rodar bajo la noche sin detenerse, oscuro,
en dirección al mar, al mar que muere un poco.

¿Es el viento el que aúlla sobre la mar delgada
de las caras marchitas? ¿Es el viento el que escapa
sobre las hojas muertas que arrastran sus tormentos,
en el oscuro y triste mes de abril que presencia
las cosas desvanecidas, la caediza estela
de la niebla moribunda? No hay presencia en su cuerpo;
no hay ríos, ni tierras, ni barcos, ni crepúsculos;
sólo hay un tiempo amargo que miro aquí en la tarde
bajo la luz eléctrica mientras allá en la esquina
dos estudiantes pasan cantando suavemente.

Y ahora irrumpe, irrumpe la cansada vida
de mi memoria, y ahora pienso, leo, y mientras canto,
o me miro al espejo, o rezo, o cuchicheo
grises palabrerías con una vieja amiga,
escucho ya los sonidos silenciosos
del pueblo de mi infancia, oigo las notas, miro
los rostros y los gestos de mi familia, y vuelve
su rostro joven; su mirada
regresa entre los ecos de la calle, penetra
mis ojos que le vieron partir oscuramente.

Quisiera recordar tantas cosas: el amor desolado
que yo entregara un día; cómo quisiera darle
la ternura, entregarle palabras
como las que él mismo un día me dejara,
y no esta cansada lejanía que escucho
rodar desde la noche, ahora que contemplo
las construcciones rojas de ladrillos que esperan
una vez que el día ha terminado. Y recuerdo un tranvía
que rodaba, metálico, con su carga cansada
-a las tres de la tarde, un día de verano
ardiente y doloroso-, y en la calle quedaba
el silencio, la siesta del sometido asfalto.

¡Escucho las alas del tiempo que desciende
en mi pobre cabeza! Una, dos, tres veces siento
el batir de sus alas:
¡Una vez en la noche!
(Hasta que el tiempo vuelva).
¡Dos veces en la noche!
(Hasta el el tiempo escape).
¡Tres veces en la noche!
(Hasta que el tiempo muera).

Y ahora veo a mi madre, los vestidos usados,
las canciones de una tarde en la sombra
para el tiempo angustioso; miro los escenarios
que un día frecuentaba, el telón, las butacas,
esperando, esperando, las clases interrumpidas,
las gloriosas mañanas, la música querida;
y todo se aleja cabalgando
de mi memoria ausente, y todo vuelve
largamente a traerme un poco de nostalgia
y de alegría efímera.

¿Es el viento el que pregunta en la noche?
¿Es el viento, es el viento el que interroga
sobre mi triste y débil cabeza de muchacha,
es el viento el que reúne estas cosas lejanas
en mi cama pequeña? ¿Es el viento el que escapa
cerca del patio viejo? ¿Es el viento el que vuelve?

No. Nada vuelve. Nada ocurre. Pero todo sucede
a veces en la noche. Y si regresa el tiempo
una vez, dos veces, tres veces, en la noche:

¡Una vez en la noche!
(Hasta que el tiempo vuelva).
¡Dos veces en la noche!
(Hasta el el tiempo escape).
¡Tres veces en la noche!
(Hasta que el tiempo muera).

MIGUEL ARTECHE
(Chile-1926)


Madrid, 15-7-02

JOSÉ SEBASTIÁN TALLÓN

¡Y aquella infancia de barro, de pan duro,
                    piedra y trapo!

    Contra las piedras sí, tu voz desnuda.
Contra el humo y la sal tu frente al viento.
Ese que en ti agoniza se levanta
puro cristal y vuelo;
o bien verdor de musgo en una tapia,
vibración hecha polen de elementos,
agua que exalta el trigo y la amapola
vehemente de tu verbo.

    De tu ceniza salen golondrinas,
una infancia de higueras junto a un cerco,
esa tibia corola de los días
que ilumina tus sueños.

Horas de ayer, de siempre, insobornables,
estaciones y postes de telégrafo,
andar de brisa suelta en techo pobre,
fulgor de mano y beso.
Y baldíos azules de la lluvia.
Y sapitos y cardos del potrero.
Y guitarra del júbilo y el llanto
en patio corralero.
Palomas, mariposas, inmigrantes,
pieza de conventillo sin recuerdos,
ahumados almacenes, Buenos Aires
de chicharras y perros.

    Tú estabas en un tango de galpones,
de concertina y de órgano orilleros,
en un mate, un carozo, una gomera
y un buzón esquinero;
estabas en las chacras, los boliches
del sur junto al estaño y los obreros,
entre viejos molinos o un domingo
de fútbol callejero.

Vienes del corazón de la mañana,
de las alas y el trino del jilguero,
de la tarde caída en las cunetas,
de pibes raboneros;
vienes y estás cruzado de luciérnagas,
vienes con una flor entre los huesos,
una risa de niño en la garganta
y en el pulso un incendio.
Todo está en ti con árboles y pájaros,
con yuyos, con lagunas y un lucero,
en ti con los caballos y las vacas,
en ti con el orégano.

    Fuiste ayer campanario de tus cantos,
ayer te dio la vida un esqueleto,
un sótano con ratas y con uñas
y roto cenicero;
te dio frascos, arañas y pulmones
con larvas amarillas, y deshechos,
un corazón de espiga, una mañana
goteada sobre el pecho.

    Tu desenfado abierto supo a rango,
a menta, a cigarrillo y a cuaderno
con las hojas manchadas por el índice
y el visto del maestro.
Hoy en rumor te acercas a la esquina,
en pantalón rotoso y "guitarrero",
en lámpara, en garúa, en mano amiga
y en la semilla entero.

    Siempre dirán tu voz en un baldío
los gorriones, los grillos y el balero.
"La muñeca de trapo" tendrá en su alma
la miga de tus versos.
Con ella "Don Regalo" hará a la infancia
una luna de gallos y aguacero,
y con "El Día Niño" hará la historia
del rocío y el trébol.
Y tú estarás aquí con tu "Ramona",
tu "Genaro" albañil o bien quintero:
cascoteador de chapas y faroles,
cordial titiritero.

Con José Sebastián, en tu apellido
se asomará el milagro de lo eterno;
en tu apellido, Tallon, una luz
de gnomo guerrillero.
De gnomo, gota de agua, atleta y duende
de "Las Torres de Nuremberg", resuelto,
vendrás para dejar en los umbrales
del día tus muñecos.
Ellos dirán amor, ternura, risa,
y dirán calesita, enano, juego;
dirán nudo en la punta de una estrella
oculta en un pañuelo;
dirán amigo, madre, hermano, novia,
y será una campana el sentimiento
donde todos los pájaros del mundo
clarearán tu secreto.

Y tú estarás entonces en un charco
de herrería, de plaza o de potrero;
serás agua de aljibe entre las manos
de un muchacho alfarero.
Y serás caracol, glicina, diosma,
y corteza dorada de pan fresco;
un barco de papel dirá tu nombre
¡cebollita porteño!

Por ti tendrán su voz todos los niños
que nacen de las lágrimas del pueblo,
su juguete de barro, arena y trapo
en la orilla del viento.
Y tú vendrás, poeta de la infancia,
con los años del hombre para el sueño,
con las nubes, el sol, el arcoiris
y la flor del almendro.

Más allá de tu paso, del olvido.
Más allá de tus días, del recuerdo.
Más allá de tu sangre, de la muerte:
tu mirada de cielo.

JOSÉ PORTOGALO
(Poeta argentino nacido en Italia-1904)


Madrid, 16-7-02

XXV

Y vienes
como una ráfaga
saliendo
del conjunto de máscaras
a
recordarme que soy
tuya.

Y
me besas
mordiéndome las penas
que
todavía
sobrevuelan en mis ojos.

Y me agitas
hasta hacerme volar a tus cipreses.

Y me pones el pie
sobre el camino que me cerró sus puertas.

Y me haces tarde.

NORAH ZAPATA PRILL
(Bolivia-1943)
De El aliento de las hojas


Madrid, 17-7-02

LA LLUVIA DE 5 DÍAS

La ropa puesta a secar que cuelga del limonero
en medio de la lluvia
y el pasto largo y grueso.

Secuencia interrumpida, tensión
de luz solar naranja-agria
deshilachada.
    Una lluvia tan tenue
finos jirones
que cuelgan sobre las hojas rígidas.

¡Vuélvete escarlata! Arranca los limones verdes
del árbol! Yo no quiero
olvidar quién soy, qué ardió en mí,
y colgar flácida y limpia, un vestido vacío...

DENISE LEVERTOV
(Poeta estadounidense nacida en Londres-1923)


             Madrid, 18-7-02

EL ROSTRO EN EL ESPEJO

Ojos grises atormentados, luminosos y ausentes
en grandes órbitas desiguales; una ceja ligeramente
caída sobre un ojo
a causa de una esquirla de misil alojada dentro,
muy dentro de la piel, como un loco recuerdo de una vieja
                                                               [guerra mundial.

Rota y torcida la nariz: un placaje en el rugby fue el culpable.
Mejillas surcadas; pelo tosco y gris que flota con delirio;
alta frente arrugada;
prominente mentón; grandes orejas; quijada pugilística;
dientes escasos; labios gruesos y rojos; ascética boca.

     Dejo de afeitarme, retiro la navaja, burlándome ceñudo
del hombre en el espejo cuya barba exige mi atención,
y una vez más le pregunto por qué
todavía, con presunción juvenil, se dispone
a cortejar a la reina en su alto pabellón de celda.

ROBERT GRAVES
(Inglaterra-1895)


Madrid, 19-7-02

XXXVI

Traedme a manos llenas las rosas y los lirios,
en torno a mí esparcid violetas y flores;
que quien conmigo ha mis dolores llorado
conmigo coja el fruto de la que es mi alegría.

Traedme flores blancas y también las bermejas,
porque bellos colores convienen a este día;
amorosos olores esparcido todo en torno
a fin de que el lugar sea acorde a mi deseo.

Perdón me ha concedido y me ha dado la paz
mi dulce enemiga, y quiere que yo viva,
ella que de piedad se enorgullece y gloría.

No os maravilléis de que arda yo así,
que maravilla es que aún no se consuma
todo mi corazón con tamaña alegría.

MATTEO MARÍA BOIARDO
(Italia-1441)
De Tres libros de amores


Madrid, 22-7-02

TABAQUERÍA

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
de mi cuarto de uno de los millones de gente que nadie
    sabe quién es
(y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?),
dais al misterio de una calle constantemente cruzada
    por la gente,
a una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, evidente, desconocidamente
    evidente,
con el misterio de las cosas por lo bajo de las piedras y
    los seres,
con la muerte poniendo humedad en las paredes y
    cabellos blancos en los hombres,
con el Destino conduciendo el carro de todo por la
    carretera de nada.

Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.
Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morirme
y no tuviese otra fraternidad con las cosas
que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de
    la calle
la fila de vagones de un tren, y una partida pintada
desde dentro de mi cabeza,
y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos a
    la ida.

Hoy me siento perplejo, como quien ha pensado y
    opinado y olvidado.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que le debo
a la tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real
    por fuera,
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real
    por dentro.

He fracasado en todo.
Como no me hice ningún propósito, quizá todo no
    fuese nada.
El aprendizaje que me impartieron,
me apeé por la ventana de las traseras de la casa.
Me fui al campo con grandes proyectos.
Pero sólo encontré allí hierbas y árboles,
y cuando había gente era igual que la otra.
Me aparto de la ventana, me siento en una silla.
    ¿En qué voy a pensar?
¿Qué sé yo del que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? Pero ¡pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser lo mismo que no puede
    haber tantos!
¿Un genio? En este momento
cien mil cerebros se juzgan en sueños genios como yo,
y la historia no distinguirá, ¿quién sabe?, ni a uno,
ni habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos perdidos con tantas
    convicciones!
Yo, que no tengo ninguna convicción, ¿soy más
    convincente o menos convincente?

No, ni en mí...
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
no hay en estos momentos genios-para-sí-mismos
    soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
-sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas-,
y quién sabe si realizables, no verán nunca la luz del sol
    verdadero ni encontrarán quien les preste oídos?
El mundo es para quien nace para conquistarlo, aunque
    tenga razón.
He soñado más que lo que hizo Napoleón.
He estrechado contra el pecho hipotético más
    humanidades que Cristo,
he pensado en secreto filosofías que ningún Kant
    ha escrito.
Pero soy, y quizá lo sea siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre el que no ha nacido para eso;
seré siempre el que tenía condiciones;
seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al
    pie de una pared sin puerta
y cantó la canción del Infinito en un gallinero,
y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrámame la naturaleza sobre mi cabeza ardiente
su sol, su lluvia, el viento que tropieza en mi cabello,
y lo demás que venga si viene, o tiene que venir, o
    que no venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos el mundo entero antes de levantarnos
    de la cama;
pero nos despertamos y es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de casa y es la tierra entera,
y el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(¡Come chocolatinas, pequeña,
come chocolatinas!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que las
    chocolatinas, mira que todas las religiones no
    enseñan más que la confitería.
¡Come, pequeña sucia, come!
¡Ojalá comiese yo chocolatinas con la misma verdad
    con que comes!
Pero yo pienso, y al quitarles la platilla, que es de papel
    de estaño,
lo tiro todo al suelo, lo mismo que he tirado la vida.)

Pero por lo menos queda de la amargura de lo que
    nunca seré
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico partido hacia lo Imposible.
Pero por lo menos me consagro a mí mismo un
    desprecio sin lágrimas,
noble, al menos, en el gesto amplio con que tiro
la ropa sucia que soy, sin un papel, para el transcurrir
    de las cosas,
y me quedo en casa sin camisa.

(Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
o diosa griega, concebida como una estatua que
    estuviese viva,
o patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
o princesa de trovadores, gentilísima y disimulada,
o marquesa del siglo dieciocho, descotada y lejana,
o meretriz célebre de los tiempos de nuestros padres,
o no sé qué moderno -no me imagino bien qué-,
todo esto, sea lo que sea, lo que seas, ¡si puede inspirar,
    que inspire!
Mi corazón es un cubo vaciado.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus, me
    invoco
a mí mismo y no encuentro nada.
Me acerco a la ventana y veo la calle con absoluta claridad,
veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan,
veo a los entes vivos vestidos que se cruzan,
veo a los perros que también existen,
y todo esto me pesa como una condena al destierro,
y todo esto es extranjero, como todo.)

He vivido, estudiado, amado, y hasta creído,
y hoy no hay un mendigo al que no envidie sólo por no
    ser yo.
Miro los andrajos de cada uno y las llagas y la mentira,
y pienso: puede que nunca hayas vivido, ni estudiado, ni
    amado ni creído
(porque es posible crear la realidad de todo eso sin
    hacer nada de eso);
puede que hayas existido tan sólo, como un lagarto al
    que cortan el rabo
y que es un rabo, más acá del lagarto, removidamente.

He hecho de mí lo que no sabía,
y lo que podía hacer de mí no lo he hecho.
El dominó que me puse estaba equivocado.
Me conocieron enseguida como quien no era y no lo
    desmentí, y me perdí.
Cuando quise quitarme el antifaz,
lo tenía pegado a la cara.
Cuando me lo quité y me miré en el espejo,
ya había envejecido.
Estaba borracho, no sabía llevar el dominó que no me
    había quitado.
Tiré el antifaz y me dormí en el vestuario
como un perro tolerado por al gerencia
por ser inofensivo
y voy a escribir esta historia para demostrar que soy
    sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
ojalá pudiera encontrarme como algo que hubiese hecho,
y no me quedase siempre enfrente de la tabaquería de
    enfrente,
pisoteando la conciencia de estar existiendo
como una alfombra en la que tropieza un borracho
o una estera que robaron los gitanos y no valía nada.

Pero el propietario de la tabaquería ha asomado por la
   puerta y se ha quedado a la puerta.
Le miro con incomodidad en la cabeza apenas vuelta,
y con la incomodidad del alma que está comprendiendo
    mal.
Morirá él y moriré yo.
Él dejará la muestra y yo dejaré versos.
en determinado momento morirá también la muestra, y
    los versos también.
Después de ese momento, morirá la calle donde estuvo
    la muestra,
y la lengua en que fueron escritos los versos,
morirá después el planeta girador en que sucedió todo
    esto.
En otros satélites de otros sistemas cualesquiera algo así
    como gente
continuará haciendo cosas semejantes a versos y
    viviendo debajo de cosas semejantes a muestras,
siempre una cosa enfrente de la otra,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio del fondo tan verdadero como el
    sueño del misterio de la superficie,
siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni la otra.

Pero un hombre ha entrado en la tabaquería (¿a
    comprar tabaco?),
y la realidad plausible cae de repente encima de mí.
Me incorporo a medias con energía, convencido,
    humano,
y voy a tratar de escribir estos versos en los que digo
    lo contrario.
enciendo un cigarrillo al pensar en escribirlos
y saboreo en el cigarrillo la liberación de todos los
    pensamientos.
Sigo al humo como a una ruta propia,
y disfruto, en un momento sensitivo y competente,
la liberación de todas las especulaciones
y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia
    de encontrarse indispuesto.

Después me echo para atrás en la silla
y continúo fumando.
Mientras me lo conceda el destino seguiré fumando.
(Si me casase con la hija de mi lavandera
a lo mejor sería feliz.)
Visto lo cual, me levanto de la silla. Me voy a la ventana.

El hombre ha salido de la tabaquería (¿metiéndose el
   cambio en el bolsillo de los pantalones?).
Ah, le conozco: es el Esteves sin metafísica.
(el propietario de la tabaquería ha llegado a la puerta.)
Como por una inspiración divina, Esteves se ha vuelto y
    me ha visto.
Me ha dicho adiós con la mano, le he gritado  ¡Adiós,
    Esteves
!, y el Universo
se me reconstruye sin ideales ni esperanza, y el propietario
    de la tabaquería se ha sonreído.

FERNANDO PESSOA
(Portugal-1888)
De "Poesías de Álvaro de Campos"


Madrid, 23-7-02

UN CAMPESINO

Iago Prytherch su nombre, aunque, aceptémoslo,
sólo un hombre vulgar de las calvas colinas de Gales
que encerraba unas pocas ovejas en un claro de nubes.
Cogiendo remolachas, quitando la verde piel
de los huesos amarillos con un gesto de satisfacción
casi ingenioso, o removiendo la árida tierra
hasta un rígido mar de nubes que destellaban en el viento.
Así pasa sus días, su ensalivada risa
más rara que el sol que agrieta las mejillas
de un desabrido cielo tal vez una vez a la semana.
Y luego por la noche miradle clavado en su silla
sin moverse, excepto cuando se inclina a escupir en el fuego.
En el vacío de su mente hay algo que asusta.
Sus ropas, desgastadas por años de sudor
y contacto animal, desmienten su refinado
pero afectado sentido común y su rígida naturalidad.
Sin embargo este es tu prototipo: alguien que año
tras año contra el acoso de la lluvia y el desgaste del viento
conserva su ganado, una inexpugnable fortaleza
que ni siquiera demolerá el desorden de la muerte.
Recordadle porque, entonces, también él ha ganado la guerra
y resiste como un árbol bajo las curiosas estrellas.

R.S. THOMAS
(Reino Unido-1913)


Madrid, 24-7-02

XXIX

UNA CARROÑA

Acuérdese usted el objeto que vimos, alma mía
Aquella bonita mañana de verano tan suave:
A la vuelta de un sendero una carroña infame
Sobre un lecho sembrado de piedras,

Las piernas abiertas, como una mujer lúbrica,
Ardiendo y sudando los venenos,
Abría, desenfadada y cínica
Su vientre lleno de exhalaciones.

El sol brillaba sobre esa  podredumbre,
Como para hacerla cocer a punto,
Y devolver centuplicado a la gran Naturaleza
Todo lo que ahí  había juntado;

El cielo miraba la magnífica osamenta
Abrirse como una flor.
El hedor era tan fuerte, que sobre la hierba
Usted creyó desmayarse.

Las moscas zumbaban sobre ese vientre pútrido,
De donde salían negros batallones
De larvas, que se derramaban como un espeso líquido
A  lo largo de esos harapos vivientes.

Todo eso bajaba, subía como una ola,
O se lanzaba burbujeante;
Se hubiera dicho que el cuerpo, hinchado por un  soplo vago,
Vivía multiplicándose.

Y ese mundo producía una extraña música,
Como el agua corriente y el viento,
O el grano que el campesino con rítmico movimiento
Agita y sacude en su criba.

Las formas se borraban  y no eran más que un sueño,
Un esbozo lento en llegar,
Sobre la tela olvidada, y que el artista acaba
solamente a través del recuerdo.

Detrás de las rocas una perra inquieta
Con ojos furiosos nos miraba
Espiando el momento para tomar de nuevo del esqueleto
El trozo que acababa de soltar.

-Y sin embargo usted se parecerá a  esta basura,
A esa horrible infección,
¡Estrella de mis ojos, sol de mi naturaleza,
Usted, mi ángel y mi pasión!

¡Sí! así será  usted, oh  reina de las gracias,
después de los últimos sacramentos,
Cuando vaya, bajo la hierba  y las flores carnosas
a pudrirse entre los huesos.

Entonces, ¡oh belleza mía! diga a los gusanos
Que la devorarán a besos,
Que guardé la forma y la esencia divina
De mis amores en descomposición.

CHARLES BAUDELAIRE
(Francia-1821)
De "Las flores del mal"
Traducción: Claire Deloupy


Madrid, 25-7-02

AFIRMO FIERAMENTE: TENGO ESTÓMAGO

Afirmo fieramente: tengo estómago.
Pero no, pero no. Mejor dejarlo.
Ayer nació un gorrión en mi camisa
y hoy me cité de nuevo con un árbol.

Pero además resulta que estoy vivo,
fértil de sangre aguda en el costado.
El señor hambre se metió en mi casa
y no sé cómo echarlo.
Pero no es eso, no. Mejor dejarlo.

Me duele un abedul lleno de cielo
que en mi recuerdo recogí en el campo.
Urgentemente debo hablarle hoy.
Él se cree olvidado.

El almacén, la luz, el alquiler,
todo lo que se debe y no está pago.
Espero un hijo, allá, para diciembre.
Pero no, pero no, mejor dejarlo.

Me aguarda el aire. Es junio y hay invierno.
Llueve exclusivamente en mi zapato.
¡Ay de la carne que no se ha comido!
Pero no es eso, no, mejor dejarlo.

Estoy de novio con la primavera,
con mi mujer y con mis manos.
Si me toco la frente con un silbo
echo a volar mis pájaros.

Pero no, pero no.
                            Mejor dejarlo.

JUAN GELMAN
(Buenos Aires-1930)
De "Violín y otras cuestiones"


Madrid, 26-7-02

LA LIBERTAD

I

De pronto entró la Libertad.

La Libertad no tiene nombre,
no tiene estatua ni parientes.
La Libertad es feroz.
La Libertad es delicada.

La Libertad es simplemente
la Libertad.

Ella se alimenta de muertos.
Los Héroes cayeron por Ella.
Sin angustia no hay Libertad,
sin alegría tampoco.
Entre ambas la Libertad
es el armonioso equilibrio.

Nosotros tenemos vergüenza,
la Libertad no la tiene,
la Libertad anda desnuda.
(Y el señor Jesucristo dijo
que el reino de Dios vendrá
cuando andemos de nuevo desnudos
y no tengamos vergüenza.)

Hermanos, nosotros sabemos,
pero la Libertad no sabe.

II

Hay que ser piedra o pura flor o agua,
conocer el secreto violeta de la pólvora,
haber visto morir delante del relámpago,
conocer la importancia del ajo y el espliego,
haber andado al sol, bajo la lluvia, al frío,
haber visto a un soldado con el fusil ardiente,
cantando, sin embargo, la Libertad querida.

Viva el amor, la vida poderosa,
la muerte creadora de olores penetrantes
y eso porque uno muere y resucita,
la luz sobre los techos de la aurora,
sobre las torres del petróleo,
sobre las azoteas de las parvas,
sobre los mástiles del queso y el vino,
sobre las pirámides del cuero y el pan,
la gente retornando,
una ventana con la bandera en familiar bordado
y la exacta ambulancia, con heridos,
cantando, sin embargo, la Libertad querida.

Hay que ser como el puente necesario,
natural como el lirio, como el toro,
saber llegar al fondo del silencio,
al subsuelo del brote y a la raíz del grito,
hay que haber conocido el miedo y el valor,
haber visto una mano que agita una linterna
de noche, hacia el distante nido de metralla,
hay que haber visto a un muerto cicatrizado y solo
cantando, sin embargo, la Libertad querida.

III

De pronto entró la Libertad.

Estábamos todos dormidos,
algunos bajo los árboles,
otros sobre los ríos,
algunos más entre el cemento,
otros más bajo la tierra.

De pronto entró la Libertad
con una antorcha en la mano.

Estábamos todos despiertos,
algunos con picos y palas,
otros con una pantalla verde,
algunos más entre libros,
otros más arrastrándose, solos.

De pronto entró la Libertad
con una espada en la mano.

Estábamos todos dormidos,
estábamos todos despiertos
y andaban el amor y el odio
más allá de las calaveras.

De pronto entró la Libertad,
no traía nada en la mano.

La Libertad cerró el puño.
¡Ay! Entonces...

RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN
(Argentina-1905)
De "La muerte en Madrid"


Madrid, 29-7-02

APRENDIZAJE

Costó tanto aprender algunas cosas,
casi se nos fue la vida
            en eso.

No consultar a los viejos
-como en la antigüedad-
culpa sólo del orgullo.

Había que dejarse vivir:
sencillamente.

ANTONIO ALIBERTI
(Italia-1938)


Madrid, 30-7-02

EL ÚLTIMO PASEO A CABALLO JUNTOS

1

Dije: "Entonces, amor mío, ya que es así,
ya que sé al fin cuál es mi destino,
ya que de nada sirve mi amor,
ya que mi vida ha fracasado en todo,
    ya que se ha de cumplir lo que está escrito,
¡todo mi corazón se dispone a bendecir
tu nombre con gratitud y orgullo!
Toma la esperanza que me diste:
tan sólo pido que el recuerdo quede
y también, si no me lo reprochas,
    tu consentimiento para dar juntos un último paseo.

2

Inclino la frente mi señora;
esos ojos negros por donde asoma el orgullo
cuando quisiera por ellos la piedad hablar,
congelaron mi aliento por instantes
    con la vida o la muerte en la balanza: ¡Acepto!
Volvió la sangre a circular de nuevo;
al menos no era en vano mi último deseo:
estaremos juntos yo y mi señora,
suspiro y paseo, uno junto al otro,
y así un día más conoceré la gloria.
    ¿Quién sabe? Puede el mundo acabar esta noche.

3

¡Silencio! Si vieras por poniente alguna nube
de senos abultados, colmada además
de tantas bendiciones -de la luna,
del sol y las estrellas de la noche-,
    y si tú de ello, la más dulce y hermosa,
te volvieras consciente, atraería tu pasión
hacia ti, muy cerca, cada vez más cerca,
al ocaso y las nubes, a la luna y los astros,
hasta fundirse la carne en la luz del cielo.
Se inclinó y se detuvo -¡miedo y alegría!-
    y por un instante se apoyó en mi pecho.

4

Comenzamos entonces el paseo. Se deshacía
mi alma como sellado pergamino
que se agita y vuela con el viento.
Ya quedan atrás pasadas esperanzas.
    ¿Por qué luchar con una vida errada?
Si hubiera dicho esto, si hubiera hecho lo otro,
podría haber ganado o bien perdido.
¿Me habría amado? De igual manera,
-¿quien lo sabe?- ¡podría haberme odiado!
¿Dónde estaría ahora de ocurrir lo peor?
    Entre tanto, ella y yo seguimos cabalgando.

5

¿Sólo yo fracasé en palabras y actos?
¿A quién el triunfo su esfuerzo recompensa?
Seguimos cabalgando; sentía mi espíritu volar,
veía otras regiones y ciudades nuevas
    mientras pasaba el mundo a nuestros lados.
Pensé que todo esfuerzo, por pequeño que sea,
puede el fracaso hacer que se ennoblezca.
Contempla el final de una obra y contrasta
lo poco hecho con la vastedad de lo no hecho,
¡este presente con el pasado esperanzado!
    Esperaba que me amara; ahora cabalgamos.

6

¿Cuándo mente y mano se pusieron de acuerdo?
¿Qué corazón supo aunar el proyecto y la acción?
¿Qué acto probó que había tras él un pensamiento?
¿Qué deseo sintió el consuelo del cuerpo?
    Cabalgamos y veo que su pecho jadea.
Muchas coronas compensan al que triunfa.
Diez líneas, ¡una vida de entrega en cada una!
Se clavó la bandera sobre un montón de huesos,
¡la hazaña de un soldado! ¿Quién responde?
Graban su nombre en los muros del templo.
    Con su consentimiento, es mejor mi paseo.

7

¿Qué significa, poeta, todo esto? Bien,
cierto es que late tu espíritu con ritmo
y que sólo hablas de aquello que sentimos;
dijiste que te ocupan las cosas más hermosas
    y que en versos acompasados las ordenas.
Es algo, incluso es mucho, pero, entonces,
¿está en tus manos lo mejor para el hombre?
¿Estás tú, pobre, enfermo, viejo antes de tiempo,
un poco más cerca de lo sublime
que nosotros, que nunca hicimos versos?
    ¡Qué alegría cabalgar! Canto y sigo cabalgando.

8

Y tú, gran escultor, que al Arte como esclavo
entregaste veinte años enteros de tu vida
¡y luego desviamos de tu Venus la mirada
para ver la muchacha que vadea el arroyo!
    Si tú consientes, ¿cómo voy a oponerme?
Y tú, músico, que lentamente has encanecido
con tus notas, ajeno y mudo a todo lo demás,
recibes de tu amigo este único elogio:
"¡Qué grandeza persiguen los compases de tu ópera,
pero ya sabes cómo acaban las modas de la música!"
    Entregué mi juventud; pero ahora nosotros cabalgamos.

9

¿Quién en verdad conoce su bien? Si el hado
nos hubiera bendecido, si yo hubiera aceptado
el compromiso, habría entregado mi ser;
mas debe uno llevar su vida más allá
    morir con una felicidad sólo entrevista.
Este pie que una vez puse en la meta,
este ramo de gloria que rodea mi alma,
¿podría vislumbrarlos? ¡Prueba y juzga!
Me hundí estremeciéndome en la búsqueda.
Si es tan buena la tierra, ¿será mejor el cielo?
    Ahora, ella y el cielo están más allá de este paseo.

10

Y, sin embargo, ¡ella apenas ha hablado!
Y si el cielo fuera eso, la fuerza y la belleza
que da la juventud y mirar únicamente
donde brotan las flores primeras de la vida,
    ¿seguiríamos viviendo así para siempre?
¿Y si seguimos cabalgando, nosotros dos,
con la vida antigua y nueva, eternamente,
con algunos cambios pero no esenciales,
hecho el instante eternidad,
y probando el cielo que ella y yo cabalgamos,
    cabalgamos juntos, cabalgamos para siempre?

ROBERT BROWNING
(Inglaterra-1812)


Madrid, 31-7-02

EPISODIO EN OTOÑO

A Marite

En mitad de la calle se encontró
vacío, como quien
hubo vendido el alma y se la quitan
sin sentir.
              No llovía,
pero notó en las sienes un frescor
de lluvia, una caricia del otoño
que agradeció con todo el cuerpo.
                                                    Y luego
se encaminó a lugares conocidos
de antiguo, y muy sabidos y muy ciertos
en su constancia, en su volumen, en
su traza ante los ojos indeleble.
Miró con gratitud el verde tenso
de los naranjos prietos, alineados
ante el muro de piedra, bajo gárgolas,
con frutos pocos, pero muy brillantes.
Y se adentró en la casa, aquella casa
que no era suya y no era extraña. Oyó
voces en la sala baja y encendida
y allá dejóse ir, lento y erguido.
Y con mucha paciencia saludó
a gente nunca amiga y nunca extraña
-como la casa aquella, como aquella
múltiple luz dispersa que impedía
la concreción de sombras: tanta luz
que dejaba la sala así vacía-.
Oyó una voz, giró
la cabeza y sus ojos encontraron
un resplandor de bungavillas, una
floración sorprendente, brasas, bocas,
palabras de un amor, el alma aquella
que creía perdida y lo llamaba
desde un cuadro gozoso, todo él
pura creación humana, y tan amigo
como la voz que lo volvió a la vida.

ANTONIO CARVAJAL
(España-1943)


Selección de poemas editados
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