Madrid, 1-4-02

LA ÚLTIMA ESPERANZA

Yo la vi, consolando mis dolores
en sueños de oro, deleitar la mente
en el bello jardín de mis amores;
dulce, risueña, cariñosa, ardiente,
la vi cuidando sus marchitas flores.

Pura como la luz de las auroras
que el cielo manda en ardoroso estío,
fue extendiendo sus alas protectoras,
y consiguió crear en torno mío
dulces, tranquilas y dichosas horas.

Claro destello del fulgor divino,
brilló en la noche que oscurece el alma;
mostrando un horizonte a su destino,
hizo latir el corazón con calma
y a mi planta insegura abrió camino.

Como la brisa leve y vaporosa
que limpia el cielo de celaje impuso,
de mi existencia triste y dolorosa
fue destruyendo su pasado oscuro,
envuelto entre la bruma tenebrosa.

Última flor que el alma atesoraba,
nacida de pesar en los abrojos,
su grato aroma mi dolor calmaba,
y al contemplarla mis nublados ojos,
de nuevo aliento a mi existir prestaba.

¡Ah, pobre corazón! tú no sabías
que si la hallabas insensible, yerta,
al perderla por siempre, te perdías,
y te recuerdo que tu muerte es cierta
en el adiós postrero que la envías.

Mírala ya morir; su luz lejana
entre las nubes pálida vacila;
su hermoso resplandor fue sombra vana;
tu estrella en el Oriente triste brilla,
y cual ella, tal vez, mueras mañana.

Tu otoño llegó al fin, triste y sombrío,
sin un matiz de amor, sin un recuerdo
que del futuro invierno temple el frío.
¡Ya para siempre con dolor la pierdo;
sombras quedan no más en torno mío!

ROSARIO DE ACUÑA
(España-1851)


Madrid, 2-4-02

A ÉL

Era la edad lisonjera
en que es un sueño la vida,
era la aurora hechicera
de mi juventud florida,
en su sonrisa primera:
    cuando contenta vagaba
por el campo, silenciosa,
y en escuchar se gozaba
la tórtola que entonaba
su querella lastimosa.
    Melancólico fulgor
blanca luna repartía,
y el aura leve mecía
con soplo murmurador
la tierna flor que se abría.
    ¡Y yo gozaba! El rocío,
nocturno llanto del cielo,
el bosque espeso y umbrío,
la dulce quietud del suelo,
el manso correr del río.
    Y de la luna el albor,
y el aura que murmuraba,
acariciando a la flor,
y el pájaro que cantaba,
todo me hablaba de amor.
    Y trémula, palpitante,
en mi delirio extasiada,
miré una visión brillante,
como el aire perfumada,
como las nubes flotante.
    Ante mí resplandecía
como un astro brillador,
y mi loca fantasía
al fantasma seductor
tributaba idolatría.
    Escuchar pensé su acento
en el canto de las aves:
eran las auras su aliento
cargadas de aromas suaves,
y su estancia el firmamento.
    ¿Qué ser divino era aquél?
¿Era un Ángel o era un hombre?
¿Era un Dios o era Luzbel...?
¿Mi visión no tiene nombre?
¡Ah! nombre tiene... ¡Era él!

El alma guardaba tu imagen divina
y en ella reinabas ignoto señor,
que instinto secreto tal vez ilumina
la vida futura que espera el amor.
    Al sol que en el cielo de Cuba destella,
del trópico ardiente brillante fanal,
tus ojos eclipsan, tu frente descuella
cual se alza en la selva la palma real.
    Del genio la aureola, radiante, sublime,
ciñendo contemplo tu pálida sien,
y al verte, mi pecho palpita, y se oprime,
dudando si formas mi mal o mi bien.
    Que tú eres no hay duda mi sueño adorado,
el ser que vagando mi mente buscó,
mas ¡ay! que mil veces el hombre, arrastrado
por fuerza enemiga, su mal anheló.

    Así vi a la mariposa inocente, fascinada
en torno a la luz amada
revolotear con placer.
    Insensata se aproxima
y le acaricia insensata,
hasta que la luz ingrata
devora su frágil ser.
    Y es fama que allá en los bosques
que adornan mi patria ardiente,
nace y crece una serpiente
de prodigioso poder,
    que exhala en torno su aliento
y la ardilla palpitante,
fascinada, delirante,
corre... ¡y corre a perecer!
    ¿Hay una mano de bronce,
fuerza, poder, o destino,
que nos impele al camino
que a nuestra tumba trazó?
    ¿Dónde van, dónde, esas nubes
por el viento compelidas?...
¿Dónde esas hojas perdidas
que del árbol arrancó?
    Vuelan, vuelan resignadas,
y no saben donde van,
pero siguen el camino
que les traza el huracán.
    Vuelan, vuelan en sus alas
nubes y hojas a la par,
ya los cielos las levante
ya las sumerja en el mar.
    ¡Pobres nubes! ¡pobres hojas
que no saben dónde van!...
pero siguen el camino
que les traza el huracán.

GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA
(Cuba-1814)


Madrid, 3-4-02

ARPA ROTA

Al mundo le han nacido muchas cruces,
muchos velos de humo
y oraciones podridas
y cestos de camisas de asambleas
manchadas por el llanto.

Una angustia de manos alambradas
va cercando la historia de la tierra
y a mí me toca la palabra
y me dice que cante a los jazmines
y olvide el cesto de la ropa sucia
y todas las babosas que pasean
por los cuerpos heridos de los hombres.

Gozar un paraíso
en el infierno de la tierra;
inventar la mentira del tierno ruiseñor,
la mentira del agua
para la sed del hombre
y el canto de los pájaros
para el paisaje azul de los cobardes.
Pero no puedo estar mirando en los espejos
los dientes de la lepra
y reírme del pasto de la herida,
y quemar el payaso de la herida
para dejar mis manos
sobre las arpas dulces.

Yo estoy aquí... ¡No sé!
Me arrancaron del vientre de mi madre
y dejaron mi sombra en el desierto
y en mi sombra pusieron
este pájaro de agua volteada
que se ensucia de lodo y va a la estrella
y miente su caída de lluvia cristalina
y nace manantío alguna vez
y otras veces se alarga
como una verde oruga hacia el camino.
Si tengo el arpa rota
y la música escapa de las cuerdas
con roncas cicatrices de sonidos,
es mi verdad que canta,
mi tristeza que canta
y el hombre que me toca las pupilas
con su herida sin sueños.

MANUEL PACHECO
(España-1919)


Madrid, 4-4-02

EL TRANVÍA

Estamos todos sí, ya estamos todos.
¡En marcha!
Arca de este Noé de voz anónima
rueda la cuna, el féretro, la cáscara...

Todos estamos en camino ahora
hacia la quieta luz de la parada.
¿Y después? ¿Más allá? ¿Más a lo lejos?
¿Qué roto cauce de la luz cerrada?
¿Qué desierto sin agua, sin palmera,
qué mar de plomo frío para el ansia?...

Una mujer quiebra su voz. La cena...
Hombres extienden su además. La fábrica...
Mendiga vida sucia ¡y tan hermosa!
Sí, el humo en la luz pierde batallas,
y aquí están la esperanza y el olvido
-humanos sobre todo- a la ventana...

Hay que llorar o hay que reír rompiéndose,
y gritar o cantar, o ser mirada,
mirada simplemente, plena, viva.
Criaturas de luz apresurada
dejándonos llevar a la deriva:
¡En marcha...!

(Corazón escondido entre la carne
golpeando la vida, tú, piltrafa,
pedacito de amor, terrón de sombras,
vasija mía donde estoy callada,
ya ves el odio, la tristeza, el frío,
y esa luz que es de allá, de aquella ráfaga
que tú y yo bautizamos "alegría"
por su color de ángel, por sus alas.
Ya ves que no estás solo, niño, solo,
con tu dolor pequeño, tu voz grana...
Corazones vecinos, el henchido
y absorto corazón de la hembra grávida.
Los simples corazones de criaturas
con la voz y las plumas de la infancia.
Los que dan a otros hombres y mujeres
viveros de apetencias, llamaradas...
Ya ves que no estás solo, no estás solo,
corazón, ángel mío, bestia aciaga.)
Todos aquí en camino. Todos vivos.
Todos latiendo hasta el final. ¡En marcha!

MARÍA BENEYTO
(España-1925)


Madrid, 5-4-02

ME EXPLICO ANTE DIOS

Señor, si no te canto no te enojes.
Ya ves, no tengo tiempo para nada.
Hay que vivir, andar, estar con gente;
mirar el bosque, el mar; subir alturas,
dolores, escaleras; bajar sótanos,
abismos, minas, pozos, corazones;
entrar en los talleres y cocinas;
sembrar, coger, bregar con los metales,
labrar la roca, cepillar madera;
sudar al sol, mojarse con la lluvia;
abrir ventanas, mantener el fuego;
cocer el pan, gritar por los caminos;
dormir al niño, remendar la ropa;
llorar por los difuntos y aprenderse
la propia muerte un poco cada día.

No te hago falta, tienes a tus Santos;
los coros de tus Vírgenes y Arcángeles
te alaban y bendicen en tu gloria.
Pero, al que sólo es hombre, ¿quién le canta?
Tus campos celestiales
florecen, sin invierno, blancos lirios.
Mas ¿quién lleva azucenas a la casa del pobre?
Los astros se detienen en tu frente.
Pero ¿quién baja un rayo
de sol hasta las cárceles sin puerta?

El Ángel se arrodilla ante María.
Mas ¿quién dice a la madre pecadora
bendito sea el fruto de tu vientre?
Con oro, incienso y mirra
los Magos te enriquecen en la cuna.
Pero ¿quién se arrodilla
y entrega sus tesoros a los niños descalzos?
Tu mano se levanta
y el agua es vino, el pan interminable.
Pero ¿quién pone los manteles
en casa de la viuda
y quién ofrece un vaso de esperanza
a los que se desvelan por la noche;

Ya ves: tanto que hacer por aquí abajo;
tengo que darles cuerda diariamente
a tantos corazones y relojes.
Tengo que andar buscando por la calle
a tantos de mis hijos y decirles
las cosas que ya saben, las que ignoran;
quitarles piedrecillas de los ojos,
ponerles una estrella en los cabellos,
hablarles de la fuerza de sus manos,
y del color tan bello de su sangre,
de la canción que llevan en la boca,
del mundo de mañana y de sus hijos.

Ya ves: no queda tiempo para nada.

ANGELA FIGUERA AYMERICH
(España-1902)


Madrid, 8-4-02

LAS CARBONILLERAS

¿De qué nocturna mina?

Nadie las preguntaba.

Eran como un redondo charco
de agua
en el asombro de la noche.
Una tímida mancha
ceñida al balbuciente
temblor del alba.

Su calle las abría la mano poderosa
rescatándolas;
y, entonces, de la pura negrura de su ser
una sonrisa o llama
fulgía brevemente.

Nadie las preguntaba.

Pasaban a su lado
las pálidas muchachas
con luz de violetas en los ojos,
y los hombres azules de la madrugada,
esquivando sus sombras,
                                    sintiéndolas acaso
como el oscuro borde de la mañana
o el turbio sueño,
                         deslizándose
sobre el ocre de las fachadas.

Brotaban en la calle
con un corazón inmenso a las espaldas,
¿de qué nocturna mina?

Nadie las preguntaba.

Por qué sangran las manos
si se escarba en la escoria de las máquinas.

Cuando está ya la noche endurecida
asaltan
los calientes escombros
y hacen su provisión de fenecidas llamas.

Son una triste jauría temerosa,
una oscura manada
disputando un montón de secos hielos
con silenciosas dentelladas.

Si la luna descubre corales cenicientos entre vías,
relumbran sus escamas,
su voraz dentadura de carbonilleras
y un tumulto de nieblas se levanta.

Llegan a casa dobladas de negrura;
escupen tristemente negro polvo;
                                                 descargan
su apretado botín.
                            Tal vez se duerman
soñando Paraísos de escorias apagadas.

¿De qué nocturna mina?

Nadie les preguntaba.

VICTORIANO CREMER
(España-1906)


Madrid, 9-4-02

LA PALABRA O LA VIDA

Escuchad, de hombre a hombre,
en las mares violentas que navegar nos toca,
rebosando el eclipse del terror en la boca,
los instantes del mundo llamados por su nombre.

Escuchad la palabra que hace frente a la muerte
por amor a la vida.
Escuchad la palabra que no ha sido vencida
a pesar de que vive de espaldas a la suerte.

Mientras cae una lluvia que la tierra sedienta
hasta los huesos cala,
el vientre de la tierra se extiende como un ala,
y el rayo que ha hecho blanco desploma la tormenta.

Se ha llegado hasta el límite del sufrimiento humano,
y la evasión no existe.
La vida que aún hay dentro del hombre se resiste
a no saber de un mundo que alcanza con la mano.

Escuchad la palabra
que repite sin tregua la verdad de las cosas;
la palabra que engendra tempestades y rosas
para que la clausura de los ojos se abra.

Hasta el árbol más firme tiembla de pie a cabeza,
y las puertas dan golpes cada vez más violentos.
Como el perro y el gato, las aguas y los vientos
se erizan al contacto de la naturaleza.

La libertad dormida por fin ha despertado.
Levanta el tiempo el ancla para seguir su ruta,
y la mirada, libre de toda nube, escruta
el más amplio horizonte que el sol ha iluminado.

Escuchad la palabra que del alma despega
para que sean claros los caminos oscuros.
Escuchad la palabra que atraviesa los muros
porque es algo de todos, y al corazón nos llega.

A su paso la bruma se vuelve fugitiva
y se mueven las tierras sin que un dios las sacuda;
el más hondo secreto del ayer se desnuda
y la voz de los vientos se levanta agresiva.

Los pueblos que han llegado con su dolor muy lejos
en las entrañas cantan un júbilo inminente.
Una nueva alegría pone clara la frente
y limpia las pupilas hasta hacerlas espejos.

Escuchad la palabra que la forma dibuja
de la vida más bella.
Escuchad la palabra que a viajar nos empuja
por encima del pájaro, más allá de la estrella.

AGUSTÍN MIRALLES SALL
(España-1917)


Madrid, 10-4-02

DELIBERADO HOMENAJE A R.A.

Nosotros éramos los medio pensionistas,
los que empezábamos a odiar con cada día la historia de
    nuestros padres
y uncidos mansamente, siempre de dos en dos, rezábamos en
    la capilla las tristes oraciones.
Éramos los de en medio.
Seríamos
serios opositores con el tiempo,
empleados de Banca.
Cantando torpemente, inútilmente,
íbamos aprendiendo preceptiva.
Nos dijeron que el mundo está bien hecho.
(¡Aquél pan del recreo, sucio de chocolate y de periódico!)

Amábamos a Dios sobre todas las cosas,
nosotros, los de en medio.
¡Oh!, los tristes pupitres,
los últimos pupitres de la sombra
donde el pecado habita
y un beso se recuerda.

¡Y aquel olor a orín, a col y a tinta!
Manejábamos
negros devocionarios,
largas jaculatorias milagrosas,
refulgentes estampas.
¿Podrías recordar quién escupía en todos los rincones?
De rodillas,
olvidando el rencor,
-jóvenes, seamos buenos-,
implorábamos humilde, tercamente,
mientras alguien cerraba las ventanas.
Asistíamos
al grito de los pobres.
Nosotros, los de en medio.
Maravilloso pasmo de una mosca, de un ala,
sobre la obstinación de los tinteros,
la terca contumacia de las cifras.
Y los últimos bancos sin remedio posible.
Íbamos ya sabiendo
desesperadamente.
Conocíamos, en los prohibidos libros,
la tristeza de nostálgicas vírgenes besadas por dinero,
la habitación donde se dejarían, a la hora de los trenes,
un pañuelo manchado.
Amábamos
la imposible sonrisa de una mujer casada y la muerte gloriosa.
De rodillas,
de rodillas nacieron nuestros padres.
Por los claustros llegaba la memoria de los asesinos a traición.
Ya empezaba a indignarnos
la mansa servidumbre de las cosas domésticas.
Un día,
cuando el miedo asomase tras las puertas,
poblando los pasillos de la casa,
el cuarto de los juegos,
cuando ya casi nadie
se atreviese a cantar violentamente
y el llanto acompañase las comidas
bajo una luz de miedo, de peligro,
alguien nos pediría que olvidásemos.
Mas éramos de cera, de pecado mortal,
adolescentes tímidos curados de locura,
pobres abandonados,
los hijos de familias bondadosas.
Es preciso
la cobardía de siglos,
la fiebre y el olor de las alcobas,
tanto tiro oxidado en las negras recámaras,
tanto sordo fusil,
para olvidar la historia.
Pero éramos los medio pensionistas,
los cuñados de los Procuradores
los hermanos
de aquellas jovencitas temerosas
guardadas por un ángel.
Nos hicieron del centro,
de los que no saben odiar,
de los que siempre pierden en la lucha.

Nosotros, los de en medio,
muertos tranquilamente en nuestra cama,
mientras el mundo gira
y algo primaveral, turbio, potente,
avanza.

SALVADOR PÉREZ VALIENTE
(España-1919)


Madrid, 11-4-02

ES INÚTIL

Inútil que a estas fechas
nos empiece a dar pena de la rosa y el pájaro,
inútil que encendamos velas por los pasillos,
inútil que nos prohíban nada,
hablar, por ejemplo,
comer carne,
beber libros,
bajarnos sin pagar en el tranvía,
querer a varios seres,
fumar hierbas,
decir verdades,
amar al enemigo.
Inútil es que nos prohíban nada.

En los diarios vienen circulares,
papeles hay pegados en la esquina
que prohíben comer pájaros fritos.
¡Y no prohíben comer hombres asados
con dientes de metralla, comer hombres desnudos!

¿Por qué prohíben pájaros los mismos que consienten
ejecutar el séptimo y el quinto mandamiento?
Tampoco han prohibido los niños en Corea
y se los sigue el hombre comiendo en salsa blanca.

La "Protectora de Animales" está haciendo el ridículo.
Tampoco han prohibido comer las inocentes pescadillas,
los tiernos y purísimos corderos,
las melancólicas lubinas,
las perdices...
Y qué me dices
de "Mariquita Pérez"
que la compran abrigos de trescientas pesetas
habiendo tanta niña sin muñeca ni ropa.

Los enfermos trabajan,
los ancianos ejercen,
el opio en tal café puede comprarse,
la juventud se vende.
Todo esto está oficialmente permitido.
Comprended y pensad: nada se arregla
con tener "buenos sentimientos",
hay que tener arranques
y ganas de gritar:
-¡Mientras haya guerras comeré pájaros fritos!

GLORIA FUERTES
(España-1918)


Madrid, 12-4-02

EN EL LABERINTO

Más de veinte mil días avanzando, siempre penosamente,
siempre a contracorriente,
por esta enmarañada fundación donde giran los vientos
y se cruzan en todas direcciones paisajes y paredes
                                                  [tapiándome la puerta.
No sé si al continuar no retrocedo
o si al hallar un paso no confundo por una bocanada de
                                                             [niebla mi camino.
Tal vez volver atrás sea como perder dos veces la partida,
a menos que prefiera demorarme castigando las culpas
o aprendiendo a ceñir de una vez para siempre los nudos de
                                                              [la duda y el adiós,
pero no está en mi ley el escarmiento, la trampa en el
                                                               [reverso del tapiz,
y tampoco podré nacer de nuevo como la flor cerrada.
Habrá que proseguir desenrollando el mundo, deshaciendo
                                                                            [el ovillo,
para entregar los restos a la tejedora,
comoquiera que sea, en el extremo o en el centro, a la salida.
He visto varias veces pasar su sombra por algunos ojos,
cubrirlos hasta el fondo;
varias veces graznaron a mi lado sus cuervos.
Perdí de vista fieles paraísos y amores insolubles como las
                                                                         [catedrales.
Encontré quienes fueron mis propios laberintos dentro del
                                                                          [laberinto,
así como presumo que comienza uno más donde se cree que
                                                                    [éste se termina.
Extravié junto a nidos de serpientes mi confuso camino
y me obligó a desviarme más de un brillo de tigres en la
                                                                [noche entreabierta.
Siempre hay sendas que vuelan y me arrojan en un despeñadero
y otras me decapitan vertiginosamente bajo las últimas fronteras.
Recuento mis pedazos, recojo mis exiguas pertenencias y sigo,
no sé si dando vueltas,
si girando en redondo alrededor de la misma prisión,
del mismo asilo, de la misma emboscada, por muchísimo tiempo,
siempre con una soga tensa contra el cuello o contra los tobillos.
A ras del suelo no se distingue adónde van las aguas ni la
                                                                   [intención del muro.
Sólo veo fragmentos de meandros que transcurren como
                                                                [una intriga en piedra,
etapas que parecen las circunvoluciones de una esfinge de arena,
corredores tortuosos al acecho de la menor incertidumbre,
trozos desparramados de otro mundo que se rompió en pedazos.
Pero desde lo alto, si alguien mira,
si alguien juzga la obra desde el séptimo día,
ha de ver la espesura como el plano de una disciplinada fortaleza,
un inmenso acertijo donde la geometría dispone
                                                       [transgresiones y franquicias,
un jardín prodigioso con proverbios para malos y buenos,
un mandala que al final se descifra.
Ignoro aquí quién soy.
Tal vez alguien lo sepa, tal vez tenga un cartel adherido a la espalda.
Sospecho que soy monstruo y laberinto.

OLGA OROZCO
(Argentina-1920)


Madrid, 15-4-02

ALTA MAREA

Cuando un hombre y una mujer que se han amado
                                            se separan
se yergue como una cobra de oro el canto ardiente del orgullo
    la errónea maravilla de sus noches de amor
las constelaciones pasionales
los arrebatos de su indómito viaje sus risas a través
    de las piedras sus plegarias y cóleras
sus dramas de secretas injurias enterradas
sus maquinaciones perversas las cacerías y disputas
el oscuro relámpago humano que aprisionó un instante el
    furor de sus cuerpos con el lazo fulmíneo de las antípodas
los lechos a la deriva en el oleaje de gasa de los sueños
la mirada de pulpo de la memoria
los estremecimientos de una vieja leyenda cubierta de pronto
    con la palidez de la tristeza y todos los gestos del abandono
dos o tres libros y una camisa en una maleta
llueve y el tren desliza un espejo frenético por los rieles
    de la tormenta
el hotel da al mar
tanto sitio ilusorio tanto lugar de no llegar nunca
tanto trajín de gentes circulando con objetos inútiles
    o enfundadas en ropas polvorientas
pasan cementerios de pájaros
cabezas actitudes montañas alcoholes y contrabandos informes
cada noche cuando te desvestías
la sombra de tu cuerpo desnudo crecía sobre los muros
    hasta el techo
los enormes roperos crujían en las habitaciones inundadas
puertas desconocidas rostros vírgenes
los desastres imprecisos los deslumbramientos de la aventura
siempre a punto de partir
siempre esperando el desenlace
la cabeza sobre el tajo
el corazón hechizado por la amenaza tantálica del mundo

Y ese reguero de sangre
un continente sumergido en cuya boca aún hierve la espuma
    de los días indefensos bajo el soplo del sol
el nudo de los cuerpos constelados por un fulgor de lentejuelas
    insaciables
esos labios besados en otro país en otra raza en otro planeta
    en otro cielo en otro infierno
regresaba en un barco
una ciudad se aproximaba a la borda con su peso de sal
    como un enorme galápago
todavía las alucinaciones del puente y el sufrimiento del
    trabajo marítimo con el desplomado trono de las olas y
    el árbol de la hélice que pasaba justamente bajo mi cucheta
éste es el mundo desmedido el mundo sin reemplazo
    el mundo desesperado como una fiesta en su huracán
    de estrellas
pero no hay piedad para mí
ni el sol ni el mar ni la loca pocilga de los puertos
ni la sabiduría de la noche a la que oigo cantar por la boca
    de las aguas y de los campos con las violencias de este
    planeta que nos pertenece y se nos escapa
entonces tú estabas al final
esperando en el muelle mientras el viento me devolvía a tus
    brazos como un pájaro
en la proa lanzaron el cordel con la bola de plomo en la punta
    y el cabo de Manila fue recogido
todo termina
los viajes y el amor
nada termina
ni viajes ni amor ni olvido ni avidez
todo despierta nuevamente con la tensión mortal de la bestia
    que acecha en el sol de su instinto
todo vuelve a su crimen como un alma encadenada a su
    dicha y a sus muertos
todo fulgura como un guijarro de Dios sobre la playa
unos labios lavados por el diluvio
                                    y queda atrás
el halo de la lámpara el dormitorio arrasado por la vehemencia
    del verano y el remolino de las hojas sobre las sábanas vacías
y una vez más una zarpa de fuego se apoya en el corazón
    de su presa
en este Nuevo Mundo confuso abierto en todas direcciones
donde la furia y la pasión se mezclan al polen del Paraíso
y otra vez la tierra despliega sus alas y arde de sed intacta
    y sin raíces
cuando un hombre y una mujer que se han amado
se separan

ENRIQUE MOLINA
(Argentina-1910)
De "Amantes Antípodas"


Madrid, 16-4-02

CAMBIO DE ESTACIÓN

los ruidos de la calle
tan diversos
la agitación del follaje
de los árboles cercanos
el ir y venir de las hormigas
el fin del verano
ponen un orden nuevo
en el peldaño
en el estribo
en la cabellera de la noche

un balcón entreabierto
la luz crece como un río
rodando por escaleras
es el primer paso del sueño
en la fogata lejana

un hombre camina solo
se detiene a ratos
observa
escucha una risa
la fiesta está por comenzar
y baila finalmente
con la mujer que lo llamaba en sueños
en la luz y el aire
y en la noche despierta

EDGAR BAILEY
(Argentina-1919)
De "Todo el viento del mundo"


Madrid, 17-4-02

NOCHE DEL RIN

Mi copa está llena de un vino tembloroso como una llama
Escuchad la lenta canción de un barquero
Que cuenta haber visto a siete mujeres bajo la luna
Retorcer sus cabellos verdes y largos hasta los pies

En pie cantad más alto y bailad una ronda
Para que deje de escuchar ya la canción del barquero
Y traed cerca de mí a todas las muchachas rubias
De mirada inmóvil y trenzas recogidas

El Rin, el Rin está ebrio ahí donde las viñas se miran en el agua
Todo el oro de las noches cae estremecido para reflejarse ahí
La voz canta siempre hasta casi en estertor morir
A esas hadas de pelo verde que hechizan el verano

Mi copa se quebró como una carcajada.

GUILLAUME APOLLINAIRE
(Poeta francés nacido en Roma-1880)
Traducción: Claire Deloupy


Madrid, 18-4-02

A UNA POBRE ANCIANA

mordisqueando una ciruela en
la calle una bolsa de papel
llena de ellas en la mano

Le saben bien a ella
Le saben bien
a ella. Le saben
bien a ella

Podéis saberlo por
la manera en que se entrega
a la que tiene a medio
comer en una mano

Confortada
una alegría de ciruelas maduras
parecería llenar el aire
Le saben bien a ella.

WILLIAM CARLOS WILLIAMS
(Estados Unidos-1883)


Madrid, 19-4-02

LIBRO PRIMERO

Introducción
Infancia y horas de colegio
(Fragmento)

Oh hay bendiciones en esta suave brisa
Que sopla desde las verdes praderas y las nubes
Y desde el cielo: acaricia mi mejilla,
Y parece casi consciente del gozo que otorga
¡Oh, bienvenida mensajera! ¡Oh, bienvenida amiga!
Un cautivo te saluda, procedente de una casa
De ataduras, liberado de las murallas de aquella ciudad,
Una prisión donde había pasado largo tiempo emparedado.
Puedo fijar mi habitación donde desee.
¿Qué hogar me acogerá? ¿en qué arboleda
Emplazaré mi hogar? ¿y qué dulce arroyo
Me acunará con su murmullo hasta que duerma?
Toda la tierra se extiende ante mí. Con corazón
Gozoso, sin miedo ante su propia libertad,
Miro a mi alrededor; y si acaso eligiera como guía
Simplemente a una nube vagabunda,
Tampoco podría perderme. ¡Respiro de nuevo!
Trances del pensamiento y exaltaciones de la mente
Me abordan con rapidez: ha caído,
Como por un milagroso regalo ha caído
Ese peso de mi propio ser innatural,
El enorme peso de muchos días agotadores
No míos, y esos días no fueron hechos para mí.
Largos meses de paz (si tan audaz palabra se ajusta
A cualesquiera promesas de la vida),
Largos meses de serenidad y deleite inmaculado
Son míos en el futuro: por donde quiera que me dirija,
Carretera o sendero, o a través de los campos abiertos.
¿O tal vez una rama o cualquier cosa que flote
Sobre el río me indicará el camino?

WILLIAM WORDSWORTH
(Inglaterra-1770)
De "Preludio"


Madrid, 22-4-02

VI

hojas coloradas y verdes/
hojas secas/hojas frescas/
caen de tu voz/
dormidas/

duermen debajo del sol/
debajo tuyo/
mira cómo esperan
que el espanto se apague/

el sol oye caer
tus hojas/ que
tiemblan en la noche que
enciende el bosque/

JUAN GELMAN
(Argentina-1930)
De "Dibaxu"


Madrid, 23-4-02

LA NUBE EN PANTALONES

Prólogo

Con mi corazón sangrante desgarrado en harapos
excitaré
vuestra mente
que sueña en cerebros reblandecidos
cual cebado lacayo en mugriento sofá;
hasta hartarme me burlaré, atrevido y mordaz.

Ni una sola cana mi alma tiene,
ni en mis años hay ternura senil.
La fuerza de mi voz atruena el mundo
y con veintidós años
camino enhiesto, hermoso.

¡Vosotros los delicados!
que sobre tiernos violines recostáis el amor
o, si rudos sois, sobre timbales.
Nunca podréis hacer como yo,
volverse del revés y ser todo labios.
Venid y aprended.

Damas pulidas envueltas en sedas y batistas
que humedeciendo los labios hojean los libros
como cocineras un libro culinario:
¡dejad esa decencia de ligas angelicales!
Si quieren
amaré la carne hasta la locura
y, tornasolado como el cielo,
si quieren
seré intachablemente delicado:
no seré un hombre,
sino una nube en pantalones.

En el mundo no existe una Niza florida.
Hoy glorifico de nuevo
a hombres cansados como un hospital,
y a mujeres sobadas como un refrán.

VLADIMIR MAIAKOVSKI
(Rusia-1893)


Madrid, 24-4-02

LA TARDE DE FERIA

El corazón me dijo esta tarde, ¿no sabes?
La rosamorena encantadora,
dorada por una rubia cabellera,
la de los ojos brillantes y oscuros, la que con gracia imperial
encantaba la rosada
frescura de las mañanas:
y tú seguías en el aire
la fresca encarnación de un sueño matutino:
la que solía vagar cuando el sueño
y el perfume velaban las estrellas
(que tú amabas mirar desde detrás de las cancelas,
las estrellas, las pálidas nocturnas):
la que solía pasar silenciosa
y blanca como un vuelo de palomas,
ciertamente ha muerto: ¿no sabes?
Era la noche
de feria en la pérfida Babel, la que ascendía en haces hacia
    [un cielo enmarañado, hacia un paraíso de llama,
con grotescos y lúbricos silbidos,
y tintinear de angélicas campanillas,
y gritos y voces de prostitutas,
y pantomimas de Ofelia
destinadas por el humilde llanto de las lámparas eléctricas.

Una cancioncilla vulgar había muerto
y me había dejado el corazón dolorido,
y sin amor iba vagando,
dejando el corazón de puerta en puerta:
con ella, que no ha nacido y que, sin embargo, está muerta,
y me ha dejado el corazón sin amor:
sin embargo, lleva el corazón dolorido,
dejando mi corazón de puerta en puerta.

DINO CAMPANA
(Italia-1885)


Madrid, 25-4-02

HOMBRE DE MI TIEMPO

Hombre de mi tiempo, eres aún aquel
de la piedra y la honda. Estabas en la carlinga
con las alas malignas, los cuadrantes de muerte
-te vi- dentro del carro de fuego, en las horcas,
en las ruedas de tortura. Te vi: eras tú,
con la ciencia precisa dispuesta para el exterminio,
sin amor, sin Cristo. Has matado de nuevo,
como siempre, como tus padres mataron, como mataron
los animales que te vieron por vez primera.
Y huele esta sangre como la de aquel día
en que el hermano dijo a otro hermano:
"Vamos al campo". Y aquel eco frío, tenaz,
llegó a ti, y llegó a tu jornada.
Olvidad, oh hijos, las nubes de sangre
que ascienden de la tierra, olvidad a los padres:
sus tumbas se hunden en el cenizal,
los pájaros negros, el viento, cubren sus corazones.

SALVATORE QUASIMODO
(Italia-1901)


Madrid, 26-4-02

XXXIV

Apolo, si el deseo ha perdurado
que te inflamaba en la tesalia onda,
y si a la amada cabellera blonda,
tras tantos años, no la has olvidado,

del perezoso hielo y tiempo airado,
que durará mientras tu faz se esconda,
defiende a la honorable y sacra fronda
en que, después que tú, yo me he enredado;

y por virtud de la esperanza amante
que te hizo soportar la vida acerba,
bórrale al aire los nubosos trazos;

y admirados veremos al instante
a nuestra dama estar sobre la hierba
y hacerse sombra con sus propios brazos.

FRANCESCO PETRARCA
(Italia-1304)
De "Cancionero"


Madrid, 29-4-02

ESTA CÉLICA SIRENA
EN SUS HERMOSAS CRINES

Esta célica sirena en sus hermosas crines
rayos tiene que hacen rubio al sol:
en los ojos el fuego en que arder suele
el puro anhelo de espíritus divinos.

En las mejillas el vivo color fino
que enciende a la rosa y las violetas;
en su voz el angélico sonido
que sale entre rubíes y las perlas.

En el relámpago benigno de su risa
y en el mirar callado aquel amor
que del cielo se prueba en paraíso.

Medido de deseo tiene el pecho,
milagros naturales en el rostro
y cuanto de gentil guarda el intelecto.

PIETRO ARETINO
(Italia-1492)
Dedicado a Ángela Sirena


Madrid, 30-4-02

TORMENTA

Un retumbar lejano...

El horizonte se enrojece,
como abrasado, del lado del mar;
negro de pez en la montaña,
jirones de nubes claras,
y, en esa negrura, una casa de campo:
un ala de gaviota.

GIOVANNI PASCOLI
(Italia-1855)


Selección de Poemas Editados

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