Madrid, 1-6-01
Hace falta estar ciego,
tener como metidas en los ojos raspaduras de vidrio,
cal viva,
arena hirviendo,
para no ver la luz que salta en nuestros actos,
que ilumina por dentro nuestra lengua,
nuestra diaria palabra.
Hace falta querer morir sin estela de gloria y
alegría,
sin participación en los himnos futuros,
sin recuerdo en los hombres que juzguen en pasado sombrío de la Tierra.
Hace falta querer ya en vida ser pasado,
obstáculo sangriento,
cosa muerta,
seco olvido.
RAFAEL
ALBERTI
(España-1902)
De "De un momento a otro"
Madrid, 4-6-01
¿Los poetas, preguntas?
Yo vi una flor quebrada
por la brisa. El clamor
silencioso de pétalos
cayendo arruinados
de sus perfectos sueños.
¡Vasto amor sin delirio
bajo la luz volante,
mientras los ojos miran
un temblor de palomas
que una asunción inscriben!
Yo vi, yo vi otras alas.
Vastas alas dolidas.
Ángeles desterrados
de su celeste origen
en la tierra dormían
su paraíso excelso.
Inmensos sueños duros
todavía vigentes
se adivinaban sólidos
en su frente blanquísima.
¿Quién miró aquellos mundos,
isla feraz de un sueño,
pureza diamantina
donde el amor combate?
¿Quién
vio nubes volando,
brazos largos, las flores,
las caricias, la noche
bajo los pies, la luna
como un seno pulsando?
Ángeles sin descanso
tiñen sus alas lúcidas
de un rubor sin crepúsculo,
entre los valles verdes.
Un amor, mediodía,
vertical se desploma
permanente en los hombros
desnudos del amante.
Las muchachas son ríos
felices; sus espumas
-manos continuas- atan
a los cuellos las flores
de una luz suspirada
entre hermosas palabras.
Los besos, los latidos,
las aves silenciosas,
todo está allá, en los senos
secretísimos, duros,
que sorprenden continuos
a unos labios eternos.
¡Qué tierno acento impera
en los bosques sin sombras,
donde las suaves pieles,
la gacela sin nombre,
un venado dulcísimo,
levanta su respuesta
sobre su frente al día!
¡Oh, misterio del aire
que se enreda en los bultos
inexplicablemente,
como espuma sin dueño!
Ángeles misteriosos,
humano ardor, erigen
cúpulas pensativas
sobre las frescas ondas.
Sus alas laboriosas
mueven un viento esquivo,
que abajo roza frentes
amorosas del aire.
Y la tierra sustenta
pies desnudos, columnas
que el amor ensalzara,
templos de dicha fértil,
que la luna revela.
Cuerpos, almas o luces
repentinas, que cantan
cerca del mar, en liras
casi celestes, solas.
¿Quién
vio ese mundo sólido,
quién batió con sus plumas
ese viento radiante
que en unos labios muere
dando vida a los hombres?
¿Qué legión misteriosa,
ángeles en destierro,
continuamente llega,
invisible a los ojos?
No, no preguntes; calla.
La ciudad, sus espejos,
su voz blanca, su fría
crueldad sin sepulcro,
desconoce esas alas.
Tú preguntas, preguntas...
VICENTE
ALEIXANDRE
(España-1898)
De "Sombra del paraíso"
Madrid, 5-6-01
No se me importa un pito que las mujeres tengan
los senos como magnolias o como pasas de higo; un
cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una
importancia igual a cero al hecho de que amanezcan
con un aliento afrodisíaco o con un aliento
insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles
una nariz que sacaría el primer premio en una
exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! -y en esto soy
irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto,
que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el
tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me
enamorase, tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y
sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus
extremidades de palmípedo y sus miradas de
pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la
cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando
me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba
sus compras, sus quehaceres.
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese,
volando, de algún paseo por los alrededores! Allí
lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos
segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una
caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas
enteras nos anidábamos en una nube, como dos
ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las
estrellas! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días
entre las nubes... la de pasarse las noches de un
solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea, ¿puede
brindarnos alguna clase de atractivos una mujer
terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia
sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del
suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la
seducción de una mujer pedestre, y por más empeño
que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan
siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más
que volando.
OLIVERIO
GIRONDO
(Argentina-1891)
De "Espantapájaros "
Madrid, 6-6-01
Dejó
de castigarla, por fin cansado
de repetir el diario brutal ultraje,
que habrá de contar luego, felicitado,
en la rueda insolente del compadraje.
-Hoy,
como ayer, la causa del amasijo
es, acaso, la misma que le obligara
hace poco, a imponerse con un barbijo
que enrojeció un recuerdo sobre la cara-.
Y
se alejó escupiendo, rudo, insultante,
los vocablos más torpes del caló hediondo
que como una asquerosa náusea incesante
vomita la cloaca del bajo fondo.
En
el cafetín crece la algarabía,
pues se está discutiendo lo sucedido,
y, contestando a todos, alguien porfía
que ese derecho tiene sólo el marido...
Y
en tanto que la pobre golpeada intenta
ocultar su sombría vergüenza huraña,
oye, desde su cuarto, que se comenta
como siempre en risueño coro la hazaña.
Y
se cura llorando los moretones
-lacras de dolor sobre su cuerpo enclenque...-
¡que para eso tiene resignaciones
de animal que agoniza bajo el rebenque!
Mientras
escucha sola, desesperada,
cómo gritan las otras... rudas y tercas,
gozando de su bochorno de castigada,
¡burlas tan de sus bocas!...¡burlas tan puercas!...
EVARISTO
CARRIEGO
(Argentina-1883)
De "El alma del suburbio"
Madrid, 7-6-01
Hay
golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!
Son
pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son
las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y
el hombre... ¡Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
CÉSAR
VALLEJO
(Perú-1892)
De "Los heraldos negros"
Madrid, 8-6-01
Fui
al mercado de pájaros
y compré pájaros
Para ti
mi amor
Fui al mercado de flores
y compré flores
Para ti
mi amor
Fui al mercado de chatarra
y compré cadenas
Pesadas cadenas
Para ti
mi amor
Después fui al mercado de esclavos
Y te busqué
Pero no te encontré
mi amor.
JACQUES
PREVERT
(Francia-1900)
De "Paroles"
Traducción: Claire Deloupy.
Madrid, 9-6-01
VERSOS
A LA TRISTEZA
DE BUENOS AIRES
Tristes
calles derechas, agrisadas e iguales,
Por donde asoma, a veces un pedazo de cielo,
Sus fachadas oscuras y el asfalto del suelo
Me apagaron los tibios sueños primaverales.
Cuánto
vagué por ellas, distraída, empapada
En el vaho grisáceo, lento, que las decora.
De su monotonía mi alma padece ahora.
-¡Alfonsina!- No llames. Ya no respondo a nada.
Que
entre tus calles rectas, untadas de su río
Apagado, brumoso, desolante y sombrío,
Cuando vagué por ellas, ya estaba yo enterrada.
ALFONSINA
STORNI
(Argentina [de origen suizo]-1892)
De "Ocre"
Madrid, 10-6-01
Hombre,
gárrula tolvanera
entre la torre y el azul redondo,
vencejo de una tarde, algarabía
desierta de un verano.
Hombre,
borrado en la expresión, disuelto
en ademán: sólo flautín bardaje,
sólo terca trompeta,
híspida en el solar contra las tapias.
Hombre,
melancólico grito,
¡oh solitario y triste
garlador!: ¿dices algo, tienes algo
que decir a los hombres o a los cielos?
¿Y no es esa amargura
de tu grito, la densa pesadilla
del monólogo eterno y sin respuesta?
Hombre,
cárabo de tu angustia,
agüero de tus días
estériles, ¿qué aúllas, can, qué gimes?
¿Se te ha perdido el amo?
No:
se ha muerto.
¡Se te ha podrido el amo en noches hondas,
y apenas sólo es ya polvo de estrellas!
Deja, deja ese grito,
ese inútil plañir, sin eco, en vaho.
Porque nadie te oirá. Solo. Estás solo.
DÁMASO
ALONSO
(España- 1898)
De "Hijos de la ira"
Madrid, 11-6-01
Brillaban en la altura cual moribundas chispas
las pálidas estrellas,
y abajo... muy abajo en la callada selva,
sentíanse en las hojas próximas a secarse,
y en las marchitas hierbas,
algo como estallidos de arterias que se rompen
y huesos que se quiebran,
¡qué cosas tan extrañas finge una mente enferma!
Tan honda era la noche,
la oscuridad tan densa,
que ciega la pupila
si se fijaba en ella
creía ver brillando entre la espesa sombra
como en la inmensa altura las pálidas estrellas,
¡qué cosas tan extrañas se ven en las tinieblas!
En su ilusión creyóse por el vacío envuelto,
y en él queriendo hundirse
y girar con los astros por el celeste piélago,
fue a estrellarse en las rocas que la noche ocultaba
bajo su manto espeso.
ROSALÍA
DE CASTRO
(España-1837)
De "En las orillas del Sar"
Madrid, 12-6-01
Tarde
de invierno.
Se desperezan mis angustias
como los gatos;
se despiertan, se acuestan;
abren sus ojos turbios
y grises;
abren sus dedos finos
de humedad y silencios detallados.
Bien
dormía mi ser como los niños,
¡y encendieron sus velas los absurdos!
Ahora
el Otro está despierto;
se pasea a lo largo de mi gris corredor
y suspira en mis agujeros
y toca en mis paredes viejas
un sucio desaliento frío.
¡La
esperanza juega a las cartas
con los absurdos!
Terminan
la partida
tirándose pantuflas.
Es muy larga la noche del corazón.
JACOBO
FIJMAN
(Rusia-1898)
De "Molino Rojo"
Madrid, 13-6-01
Me han apostado
en esta esquina oscura.
Debo espiar todos los movimientos,
el paso de los grises regimientos
que arrastran sus convoyes de amargura.
Lo he
comprendido ya: somos espías,
vigilantes del tiempo, delatores
de los enamorados desertores
que soñaron antiguas rebeldías.
No me confíes
nunca tu secreto,
podría delatarte al enemigo:
me vendí a la tristeza por bien poco.
Apostado en la
esquina sigo quieto.
Soy un debelador, soy un testigo
falso, pero traiciono cuanto toco.
LEOPOLDO
DE LUIS
(España-1918)
De "Igual que guantes grises"
Madrid, 14-6-01
Como él vivió
de día, sólo un día,
no pudo ver más que la luz.
Se figuraba
que todo era de luz, de sol, de júbilo
seguro, que los pájaros
no pararían nunca de volar y que los síes
que las bocas decían
no tenían revés. La inexorable
declinación del sol hacia su muerte,
el alargarse de las sombras,
juego le parecieron inocente,
nunca presagio, triunfo lento, de lo oscuro.
Y aquel espacio de existir
medido por la luz,
del alba hasta el crepúsculo,
lo tomó por la vida.
Su sonrisa final le dijo al mundo
su confianza en que la vida era
la luz, el día,
la claridad en que existió.
Nunca vio las estrellas, ignorante
de aquellos corazones, tan sin número,
bajo el gran cielo azul que tiembla de ellos.
Ella, sí.
Nació al advenimiento de la noche,
de la primer tiniebla clara hija,
y en la noche vivió.
No sufrió los colores
ni el implacable frío de la luz.
Abrigada
en una vasta oscuridad caliente,
su alma no supo nunca
qué era lo oscuro, por vivir en ello.
Virgen murió de concebir las formas
exactas, las distancias, esas desigualdades
entre rectas y curvas, sangre y nieve,
tan imposibles, por fortuna, en esa
absoluta justicia de la noche.
Y ella vio las estrellas que él no vio.
Por eso
tú y yo, complacidos
de sus felicidades solitarias,
los hemos levantado
de su descanso y su vivir a medias.
Y viven en nosotros, ahora, heridos ya,
él por la
sombra y ella por la luz,
y conocen la sangre y las angustias
que el alba abre en la noche y el crepúsculo
en el pecho del día, y el dolor
de no tener la luz que no se tiene
y el gozo de esperar la que vendrá.
Tú, la engañada
de claridad y yo de oscuridades,
cuando andábamos solos,
nos hemos entregado, al entregarnos
error y error, la trágica verdad
llamada mundo, tierra, amor, destino.
Y su rostro fatal se ve del todo
por lo que yo te he dado y tú me diste.
Al nacer nuestro amor se nos nació
su otro lado terrible, necesario,
la luz, la oscuridad.
Vamos hacia él los dos. Nunca más solos.
Mundo, verdad de dos, frutos de dos
verdad paradisíaca, agraz manzana,
sólo granada en su sabor total
cuando terminan las virginidades
del día solo y de la noche sola.
Cuando arrojados
en el pecado que es vivir
enamorados de vivir, amándose,
hay que luchar la lucha que les cumple
a los que pierden paraísos claros
o tenebrosos paraísos,
para hallar otro edén donde se cruzan
luces y sombras juntos y la boca
al encontrar el beso encuentra al fin
esa terrible redondez del mundo.
PEDRO
SALINAS
(España-1891)
De "Razón de amor"
Madrid, 15-6-01
Tu cuerpo y el
lazo de seda rústica que conduce
a las plantaciones de la costa
al sudor de tu cabellera quemada por las nubes
a los instantes inolvidables
-tantas mutaciones de nómada y de clandestinidad
tantos homenajes a una belleza salvaje
que exige el desorden-
¡oh raza de labios de abandono
hechizada por la vehemencia!
¡y nuestra fuerza de profundos besos y tormentas
para el infierno de los amantes
hasta volver a su placer fantasma
a su ola de hierro de ayer detrás del mundo!
Aquellos
hoteles...
Todas las rampas de la vida cambiante
la velocidad del amor el mágico filtro de la excomunión
la hambrienta luz del desencuentro en nuestras venas de azote
cartas desamparadas antiguas prosas de la noche de los abrazos
y el solitario frenesí de las palmeras
cuando en la ausencia
creciendo hacia mi pecho el fondo de la tierra me devuelve
de golpe todas nuestras caricias
el nudo furioso de la pasión en las negras argollas del tiempo
aquellos moblajes de desvalijamiento y de lluvias
luz de senos en el mar y sus gaviotas y músicas
sobre un altar de desunión con grandes lunas fascinantes
sin más pradera que tus ojos
país incorruptible
país narcótico
con risas del alcohol del viento
y tu pelo sobre mi cara
y las cálidas bestias doradas por el trópico
y el jadeo abrasador de la ola que vuelca en tu corazón
su grito de espasmo y de caída
y de nuevo esos lugares intactos para el sol
y de nuevo esos cuerpos ilesos para el amor
en medio del perezoso meteoro del día
levantando hacia el alma aquel esplendor
los paroxismos el lecho de las dunas y de la corriente
con sus besos en marcha
y las tareas de los amantes mientras la llamarada de la muerte
brillaba alrededor de sus cuerpos
como un afrodisíaco
avivando el deseo
el hambre
¡aquella furia de ayer detrás del mundo!
ENRIQUE MOLINA
(Argentina-1910)
De "Amantes antípodas"
Madrid, 16-6-01
A Juan Pedro Quiñonero
A veces se separan
los pasos que hemos dado y ves que todo
pierde su juventud:
la vida entera
cabe dentro de un odio.
Tratas de unir de nuevo
la sombra con el cuerpo y el reposo
con el cansancio de vivir:
no vives,
lo recuerdas tan sólo.
No hay respuesta posible a una pregunta,
¿tuve un nudo en los ojos
que me impidió mirar?
o bien un ciego
temblor, un transitorio
temblor de nácar, dentro
de la mirada roto,
igual que en el naufragio
se empieza a abrir el agua y ves que todo
está hundiéndose en ella,
y sólo quieres
no tocar nunca la verdad del fondo
para seguir cayendo,
como un grito
que abandonado sigue ardiendo solo.
LUIS ROSALES
(España-1910)
De "Rimas"
Madrid, 17-6-01
Sube a nacer conmigo, hermano.
Dame la mano desde la
profunda
zona de tu dolor diseminado.
No volverás del fondo de las rocas.
No volverás del tiempo subterráneo.
No volverá tu voz endurecida.
No volverán tus ojos taladrados.
Mírame desde el fondo de la tierra,
labrador, tejedor, pastor callado:
domador de guanacos tutelares:
albañil del andamio desafiado:
aguador de las lágrimas andinas:
joyero de los dedos machacados:
agricultor temblando en la semilla:
alfarero en tu greda derramado:
traed a la copa de esta nueva vida
vuestros viejos dolores enterrados.
Mostradme vuestra sangre y vuestro surco,
decidme: aquí fui castigado,
porque la joya no brilló o la tierra
no entregó a tiempo la piedra o el grano:
señaladme la piedra en que caísteis
y la madera en que os crucificaron,
encendedme los viejos pedernales,
las viejas lámparas, los látigos pegados
a través de los siglos en las llagas
y las hachas de brillo ensangrentado.
Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta.
A través de la tierra juntad todos
los silenciosos labios derramados
y desde el fondo habladme toda esta larga noche
como si yo estuviera con vosotros anclado,
contadme todo, cadena a cadena,
eslabón a eslabón, y paso a paso,
afilad los cuchillos que guardasteis,
ponedlos en mi pecho y en mi mano,
como un río de rayos amarillos,
como un río de tigres enterrados,
y dejadme llorar, horas, días, años,
edades ciegas, siglos estelares.
Dadme el silencio, el agua, la esperanza.
Dadme la lucha, el hierro, los volcanes.
Apegadme los cuerpos como imanes.
Acudid a mis venas y a mi boca.
Hablad por mis palabras y mi sangre.
PABLO NERUDA
(Chile-1904)
De "Alturas de Macchu Picchu"
Madrid, 18-6-01
Dentro de un
sueño estaba emparedado.
Sus muros no tenían consistencia
ni peso: su vacío era su peso.
Los muros eran horas y las horas
fija y acumulada pesadumbre.
El tiempo de esas horas no era tiempo.
Salté por una
brecha: eran las cuatro
en este mundo. El cuarto era mi cuarto
y en cada cosa estaba mi fantasma.
Yo no estaba. Miré por la ventana:
bajo la luz eléctrica ni un alma.
Reverberos en vela, nieve sucia,
casas y autos dormidos, el insomnio
de una lámpara, el roble que habla solo,
el viento y sus navajas, la escritura
de las constelaciones, ilegible.
En sí mismas
las cosas se abismaban
y mis ojos de carne las veían
abrumadas de estar, realidades
desnudas de sus nombres. Mis dos ojos
eran almas en pena por el mundo.
En la calle sin nadie la presencia
pasaba sin pasar, desvanecida
en sus hechuras, fija en sus mudanzas,
ya vuelta casas, robles, nieve, tiempo.
Vida y muerte fluían confundidas.
Mirar
deshabitado, la presencia
con los ojos de nadie me miraba:
haz de reflejos sobre precipicios.
Miré hacia adentro: el cuarto era mi cuarto
y yo no estaba. Al ser nada le falta
-siempre lleno de sí, jamás el mismo-
aunque nosotros ya no estemos... Fuera,
todavía indecisas, claridades:
el alba entre confusas azoteas.
Ya las constelaciones se borraban.
OCTAVIO PAZ
(México-1914)
De "Arbol adentro"
Madrid, 19-06-01
A tu abandono opongo la elevada
torre de mi divino pensamiento.
Subido a ella, el corazón sangriento
verá la mar, por él empurpurada.
Fabricaré en mi sombra la alborada,
mi lira guardaré del vano viento,
buscaré en mis entrañas mi sustento...
Mas ¡ay!, ¿y si esta paz no fuera nada?
¡Nada, sí, nada, nada!... -O que cayera
mi corazón al agua, y de este modo
fuese el mundo un castillo hueco y frío...-
Que tú eres tú, la humana primavera,
la tierra, el aire, el agua, el fuego, ¡todo!,
... ¡y soy yo sólo el pensamiento mío!
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
(España-1881)
De "Sonetos Espirituales"
Madrid, 20-6-01
IV
SOY EL SANTO
Soy el santo,
rezando sobre la terraza,
-como los animales pacíficos pacen hasta el mar de Palestina
Soy el sabio del sillón oscuro.
Las ramas y la lluvia se tiran sobre el ventanal de la biblioteca.
Soy el peatón de la carretera a través de los bosques
enanos;
el rumor de las esclusas cubre mis pasos.
Veo largamente la melancólica colada de oro del poniente.
Sería el niño abandonado sobre el muelle que se fue al alta
mar,
el pequeño lacayo, siguiendo la alameda y cuya frente toca el cielo.
Ásperos son los senderos.
Los montículos se llenan de flores.
El aire está inmóvil.
¡Qué lejos están los pájaros y las fuentes!
Sólo puede ser el final del mundo, avanzando.
ARTHUR RIMBAUD
(Francia-1854)
De "Iluminaciones"
Traducción: Claire Deloupy
Madrid, 21-6-01
Al cabo de las tierras y los días
de horarios y partidas y llegadas
y aeropuertos comidos por la niebla
enfermo de países y kilómetros
y rápidos hoteles compartidos
Luego de esperas
prisas
y rostros y paisajes diferentes
y seres encandilados por el olvido
o abiertamente besados por la vida
Después de aquella amada
y esa otra apenas entrevista
mujeres cogidas por mi soledad
y ahogadas por las bellas catástrofes
Luego de la violencia y el deseo
de comenzarlo todo nuevamente
y los errores
y los malentendidos cotidianos
y los hábitos torrenciales del trópico
y noches acariciadas por el alcohol
y tabaco fumado con tanta incertidumbre
Al cabo de un nombre que no me atrevo a
decir
y de alguien que yo llamaba Irene
de cierta voz
cierta manera de clavar los ojos
al cabo de mi fe en el entendimiento de los hombres
y en el corazón de ciudades y pueblos
que nunca sabrán de mí
Luego de tanta tentativa de huirme o
enfrentarme
y comprender que estoy solo
pero no estoy solo
al cabo de amores corroídos
y límites violados
y de la certidumbre de que toda vida
no es más que los escombros
de otra que debió haber sido
Al cabo del hachazo irreparable del
tiempo
sólo puedo blandir estas palabras
esta obstinación de años y distancias
que se llama poesía
MARIO TREJO
(Argentina-1926)
De "Crítica de la razón poética"
Madrid, 22-6-01
LV
¡Eres un
hermoso cielo de otoño, claro y rosado!
Pero la tristeza sube en mí como el mar,
Y su reflujo deja, en mis labios taciturnos,
El punzante recuerdo de su cieno amargo.
- En vano tu
mano se desliza sobre mi pecho desfallecido;
Lo que busca, amiga, es un lugar saqueado
Por la garra y el diente feroz de la mujer.
No busquéis más mi corazón: las fieras se lo comieron.
Mi corazón es
un palacio mancillado por la turba;
¡En él se emborrachan, se matan, se agarran de los pelos!
- ¡Flota en torno a tu cuello desnudo un perfume!...
¡Oh Belleza,
dura calamidad de las almas! ¡Así lo quieres!
Con tus ojos de fuego, brillantes como fiestas,
¡Calcina esos despojos que abandonaron las fieras!
CHARLES
BAUDELAIRE
(Francia-1821)
De "Las flores del mal"
Traducción: Claire Deloupy
Madrid, 23-6-01
Bajó corriendo la ladera de la colina
Sus pies hacían rodar las piedras
Arriba, entre los cuatro muros
La sirena cantaba sin alegría
Respiraba el olor de los árboles
Con su cuerpo como una fragua
La luz le acompañaba
Y hacía bailar su sombra
¡Ojalá! me dejen el tiempo
Saltaba entre las hierbas
Cogió dos hojas amarillas
Llenas de savia y de sol
Los cañones de acero azul escupían
Cortas llamas de fuego seco
¡Ojalá! me dejen tiempo
Llegó cerca del agua
Hundió su rostro en la corriente
Se reía con alegría; bebió
¡Ojalá! me dejen tiempo
Se levantó de nuevo para saltar
¡Ojalá! me dejen tiempo
Una abeja de cobre caliente
Lo fulminó sobre la otra orilla
La sangre y el agua se mezclaron
Había tenido el tiempo de ver
El tiempo de beber de este riachuelo
El tiempo de llevar a su boca
Dos hojas llenas de sol
El tiempo de reírse a la cara de los
asesinos
El tiempo de alcanzar la otra orilla
El tiempo de correr hacia la mujer
Había tenido el tiempo de vivir.
BORIS VIAN
(Francia,1920)
De "Textos y canciones"
Traducción: Claire Deloupy
Madrid, 24-6-01
el sueño y el deseo desarrollan en mí
una y otra secuencia de su combate inmortal
son jefes absolutos
en una lucha sin matices
cada vez definida en un tajo
ya me tiene el deseo desprovisto de ser
puro movimiento iniciándose
entonces en algún lugar del tiempo
un contingente de sueño me abate
ya el sueño me deshace
me reemplaza por noche
pero el deseo irrumpe en cualquier instante de mi alma
pero tu sexo empieza en cualquier punto de tu cuerpo
CESAR FERNÁNDEZ
MORENO
(Argentina-1919)
De "Sentimientos
Completos"
Madrid 25-6-01
LA NUBE EN PANTALONES
Fragmento
A vuestros pensamientos
que sueñan sobre sus sesos reblandecidos
como un gordo lacayo sobre un sofá grasiento
quiero irritarlos
con un jirón sangriento de mi corazón,
me burlaré hasta hartarme, mordaz y atrevido.
¡No tengo en el alma ni una sola cana
ni tampoco hay en ella ternura senil!
Ensordeciendo al mundo con el poder de mi voz
avanzo hermoso,
con mis veintidós años de existencia.
¡Los delicados
tocan el amor con tiernos violines!
Pero el rudo se sirve de timbales.
Prueben, como yo,
a darse vuelta como un guante
y ser todo labios.
Salga a aprender
desde su sala de batista
la ceremoniosa funcionaria de liga angelical.
Y también la que hojea en silencio sus
labios
como una cocinera un libro de recetas.
Si lo desean
comeré carne hasta ponerme rabioso
-y, como el cielo, mudaré de tonos-;
si lo desean
seré impecablemente tierno.
No un hombre,
¡sino una nube en pantalones!
VLADIMIR MAIAKOVSKI
(Rusia-1893)
De "La nube en pantalones"
Madrid 26-6-01
¡Oh
minoría indefensa de mi patria,
oh restos esclavizados!
Artistas
que os habéis roto contra ella,
descarriados, perdidos en los pueblos,
objetos de recelo, de maledicencias,
amantes
de la belleza, famélicos,
frustrados por los sistemas,
indefensos contra el control;
vosotros
que no podéis rendir al máximo
por seguir buscando el éxito,
vosotros que solo podéis hablar,
que no encontráis el coraje para reafirmaros;
vosotros
cuya sensibilidad más fina,
se rompe contra el falso conocimiento,
vosotros que tenéis sabiduría de primera mano,
los odiados, los encerrados, en quienes nadie confía,
daos
cuenta:
ya he capeado la tormenta,
he vencido mi exilio.
EZRA
POUND
(Estados Unidos-1885)
De "Disfraces"
Madrid, 27-6-01
FUNDACIÓN
MÍTICA
DE BUENOS AIRES
¿Y
fue por este río de sueñera y de barro
que las proas vinieron a fundarme la patria?
Irían a los tumbos los barquitos pintados
entre los camalotes de la corriente zaina.
Pensando
bien la cosa, supondremos que el río
era azulejo entonces como oriundo del cielo
con su estrellita roja para marcar el sitio
en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron.
Lo
cierto es que mil hombres y otros mil arribaron
por un mar que tenía cinco lunas de anchura
y aún estaba poblado de sirenas y endriagos
y de piedras imanes que enloquecen la brújula.
Prendieron
unos ranchos trémulos en la costa,
durmieron extrañados. Dicen que en el Riachuelo,
pero son embelecos fraguados en la Boca.
Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo.
Una
manzana entera pero en mitá del campo
expuesta a las auroras y lluvias y suestadas.
La manzana pareja que persiste en mi barrio:
Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga.
Un
almacén rosado como revés de naipe
brilló y en la trastienda conversaron un truco;
el almacén rosado floreció en un compadre,
ya patrón de la esquina, ya resentido y duro.
El
primer organito salvaba el horizonte
con su achacoso porte, su habanera y su gringo.
El corralón seguro ya opinaba Yrigoyen,
algún piano mandaba tangos de Saborido.
Una
cigarrería sahumó como una rosa
el desierto. La tarde se había ahondado en ayeres,
los hombres compartieron un pasado ilusorio.
Sólo faltó una cosa: la vereda de enfrente.
A
mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
La juzgo tan eterna como el agua y el aire.
JORGE
LUIS BORGES
(Argentina-1899)
De "Cuaderno San Martín"
Madrid, 28-6-01
te amo señora/como el sur/
una mañana sube de tus pechos/
toco tus pechos y toco una mañana del sur/
una mañana como dos fragancias
de la fragancia de una nace la otra/
o sea tus pechos como dos alegrías/
de una alegría vuelven los compañeros muertos en el sur
establecen su dura claridad/
de la otra vuelven al sur/vivos por/
la alegría que sube de vos/
la mañana que das como almitas volando/
almando el aire con vos/
te amo porque sos mi casa y los compañeros
pueden venir/
sostienen el cielo del sur/
abren los brazos para soltar el sur/
de un lado les caen furias/del otro/
trepan sus niños/abren la ventana/
para que entren los caballos del mundo/
el caballo encendido de sur/
el caballo del deleite de vos/
la tibieza de vos/mujer que existís/
para que exista el amor en algún lado/
los compañeros brillan en las ventanas del sur/
sur que brilla como tu corazón/
gira como astros/como compañeros/
no hacés más que subir/
cuando alzás las manos al cielo/
le das salud o luz como tu vientre/
tu vientre escribe cartas al sol/
en las paredes de la sombra escribe/
escribe para un hombre que se arranca los huesos/
escribe la palabra libertad/
JUAN GELMAN
(Argentina-1930)
De "Hacia el sur"
Madrid, 29-6-01
No te pronunciaré jamás,
verbo sagrado,
aunque me tiña las encías de color azul,
aunque ponga debajo de mi lengua una pepita de oro,
aunque derrame sobre mi corazón un caldero de estrellas
y pase por mi frente la corriente secreta de los grandes ríos.
Tal vez hayas huido
hacia el costado de la noche del alma,
ese al que no es posible llegar desde ninguna lámpara,
y no hay sombra que guíe mi vuelo en el umbral,
ni memoria que venga de otro cielo para encarnar en esta dura nieve
donde sólo se inscribe el roce de la rama y el quejido del viento.
Y ni un solo temblor que
haga sobresaltar las mudas piedras.
Hemos hablado demasiado del silencio,
lo hemos condecorado lo mismo que a un vigía en el arco final,
como si en él yaciera el esplendor después de la caída,
el triunfo del vocablo, con la lengua cortada.
¡Ah, no se trata de la canción, tampoco del sollozo!
He dicho ya lo amado y lo perdido,
trabé con cada sílaba los bienes y los males que más temí perder.
A lo largo del corredor suena, resuena la tenaz melodía,
retumban, se propagan como el trueno
unas pocas monedas caídas de visiones o arrebatadas a la oscuridad.
Nuestro largo combate fue también un combate a muerte con la muerte, poesía.
Hemos ganado. Hemos
perdido,
porque ¿cómo nombrar con esta boca,
cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?
OLGA
OROZCO
(Argentina-1920)
De "Con esta boca, en este mundo"
Madrid, 30-6-01
Donde habite el olvido,
en los vastos jardines sin aurora;
donde yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor,
ángel terrible,
no esconda como acero
en mi pecho su ala,
sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allá donde termine este afán que
exige un dueño a imagen suya,
sometiendo a otra vida su vida,
sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
disuelto en niebla, ausencia,
ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
donde habite el olvido.
LUIS CERNUDA
(España-1902)
De "Donde habite el olvido"